Por Pablo Rangel

Era 1975 y después de haber vivido por cinco años en los Estados Unidos, don Filiberto Subuyuj regresaba triunfal a Guatemala con un bus cargado de electrodomésticos, ropa y aparatos para poner un negocio de enderezado y pintura. No obstante, a su paso por México le robaron el poco dinero que traía, así que se dedicó a vender sus cosas para seguir avanzando en la travesía hacia el terruño. Finalmente, luego de 30 días de viaje, logró llegar a la frontera. El bus había pertenecido a un colegio de monjas en California, era chato y tenía un motor Cummins diésel, apenas tenía cinco años de haber salido de la fábrica Blue Bird. Un amigo le ofreció ponerlo a trabajar en una empresa de autobuses de la ciudad capital, era algo novedoso pues la mayoría de vehículos que circulaban eran ensamblados en la Blue Bird Centroamericana, pero el de don Filiberto era norteamericano.

Los pilotos querían trabajar la camioneta, porque tenía los sillones de cuero, estaba en muy buen estado y, además, le habían puesto un buen equipo de sonido de cartucho, tenía las típicas estampas que vendían en el extremo: “los borrachos somos gente decente”, “para el trago y las mujeres somos los choferes” y la clásica “lo que todo hombre tiene en mente”. Le adaptaron un timbre que era un lazo que se jalaba desde los sillones y activaba una alarma que hacía sonar una campanilla, la puerta de atrás funcionaba perfectamente desde adelante, las ventanas servían aún, aunque a diferencia de las laterales que tenían todos los demás buses, las de este se subían para cerrarse, cuando llovía toda la gente cerraba las ventanas rápido. La empresa en la que querían ponerlo a trabajar tenía una flotilla de buses bastante antiguos, la mayoría reparados con alambre y oxidados, entraban a la Universidad de San Carlos en la zona 12 e iban tan despacio que la travesía más corta se transformaba en un viaje de horas desperdiciadas.

Don Fili puso el bus en la empresa ADAZA, pero ganaba tan poco que prefirió manejarlo él y no pagar piloto. En esas iba (dando unos tickets largos de colores por cada pasaje de 5 centavos) cuando en 1978 saliendo de la Usac se escuchó que venía una protesta, el gobierno quería subir el precio del transporte público de 5 centavos a 10 (a pesar del subsidio). La juventud corría enardecida y estaba parando los buses que andaban por el lugar. Filiberto vio esto y le metió el acelerador a fondo pero ya no pudo avanzar por una barricada de llantas en llamas.

Se subió un joven con un pañuelo que le tapaba la boca y nariz, con unos lentes oscuros.

-¡Compañero! Bájese y baje el pasaje, vamos a proceder a quemar esta jarrilla.

-Pero, pero… ¡No muchá! Este es mi medio de sobrevivencia.

-¡Qué te bajés te digo!

Dentro del bus iban dos personas nada más y se bajaron inmediatamente. Filiberto se bajó como le ordenaron, con una cajita con los tickets y un montón de fichas de 5 centavos.

Los hombres rodearon el bus y lo rociaron con gasolina, cuando uno de ellos subió dijo:

-¡Paren muchá! ¡Aquí va gente enferma!

Filiberto veía desde la calle que no terminaban de quemar el bus. De pronto vio que una mujer, anciana, pálida, de pelo rubio, rizado asomaba la cara por la ventana, y después veía en la parte de atrás a un hombre con un sombrero y el cerebro de fuera sobre la cara.

Uno de los jóvenes le habló a Don Fili

-¡Vos! ¿Qué gente cargás ahí mano? Puro hospital esa babosada, subite y orillá la burra, no la vamos a quemar.

Filiberto se subió, vio para adentro, revisó todo el bus, cada uno de los asientos y no veía a nadie, ni a las personas que vio desde afuera. Se fue lejos de su ruta, enfiló hacia la Avenida Petapa, llegó al extremo, le contó a todos lo que había pasado y esa noche se fue a guardar el bus a su casa. Prefirió no sacarlo por unos meses que después se transformaron en años. Las llantas se desinflaron, quedó varado hasta que un piloto le preguntó si lo vendía. Le dijo que no, que se lo alquilaba. Hicieron trato. El piloto lo limpió, lo volvió a pintar y empezó a trabajar. Sin embargo, al año lo tenía de regreso.

-Mire maestro ese su bus está salado ¿vaa?

-¿Por qué mi estimado?

-Fíjese que lo encendí un día en la madrugada para ir a trabajar, no me di cuenta de nada. Iba ahí por La Reformita cuando me cayó la tira. No vé pues que sin darme cuenta le pasé las llantas de atrás a una familia, un hombre, una mujer y un niño. Estaban durmiendo abajo y no se despertaron cuando salí. Estuve nueve meses preso.

-¡Puchis! Pero ¿qué tiene que ver el bus con eso?

-Que dice la gente que estando yo en el bote veían el bus circulando y atropellando gente. Además, fuera de ruta porque anda en todos lados y a medianoche agarra para algún cementerio, que lo han visto en Santa Catarina Pinula, en la 20 calle y en La Verbena. Cuando mi mujer me llegaba a ver le preguntaba si alguien más lo estaba manejando y me dijo que no, que estaba tirado enfrente de la casa.

Don Filiberto dejó el bus en un lote que tenía cerca de su casa, le quitó los sillones, el motor, la caja de cambios, hasta las llantas, todo. Vendió las partes y dejó el cacaste sobre unos trozos, quería olvidarse del asunto.

Pasaron los años, hasta que en el 2010 se volvió diabético, las complicaciones de los riñones, de los ojos y las llagas que le salían en los pies lo llevaron varias veces al hospital. Una tarde, al salir del hospital después de una hemodiálisis, vio que frente a él paraba una camioneta, antigua, con el rótulo de la ADAZA, número 4, estaba llena, llevaba gente colgando en las puertas.

Don Fili, vio que era su bus, brillaba como en sus días de gloria. Se bajó un joven con el tórax aplastado, bañado en sangre, era un muerto viviente. Le dijo “súbase maestro que este carro no tiene piloto”. Se subió lentamente, vio adentro y estaba lleno de gente seriamente herida, todos atropellados. Cuando le gritaron, “¡Métale la pata que se nos hace tarde para ir al cementerio!”, Don Filiberto metió la primera y aceleró con todo, se pasó todos los semáforos rojos que pudo, atropelló a una pareja que iba caminado de la mano cerca del Paraninfo de la Usac en la 13 calle, de ahí agarró para el cementerio de la 20 calle de la zona 3.

Hasta ahora mucha gente dice que ha visto a la ADAZA número 4, con un rótulo al frente “Directo al Cementerio”.


Pablo Rangel (Ciudad de Guatemala, 1975). Su infancia y adolescencia fueron cercanas al gnosticismo, esoterismo y magia. Desde 1997 se formó en las Ciencias Sociales en la Usac, Noruega y FLACSO. Se dedica a la docencia y escribe desde análisis políticos hasta pequeñas historias de terror y medicina natural.

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