Juan José Narciso Chúa

A finales del año anterior, escribí un artículo acerca de la irracionalidad que nos invadía el mundo en diferentes escenarios, incluido el nuestro. Dentro de esa columna hacía ver que resultaba contradictorio, cómo una persona como Donald Trump, que se expresaba sin preparar nada, sin articular nada y sin discursos elaborados cuidadosamente, había ganado la presidencia de Estados Unidos.

Aún resultaba más irracional observar cómo una persona como él, que podía manifestarse abiertamente racista, misógino y xenófobo, al final terminaba ganando la campaña presidencial y tomaba posesión, en medio de enormes manifestaciones en su contra. La irracionalidad tomaba caracteres de absurdo. Este hombre, Trump, un genio de los negocios inmobiliarios y de concursos de belleza, que saludaba la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que despotricaba contra Fidel ante su fallecimiento, que señalaba a China por inventarse esto del cambio climático para afectar a los gringos, hoy es, probablemente, el mayor mandatario irracional del mundo.

Y cuando digo irracional, lo señalo en términos que sus decisiones son apresuradas, epidérmicas, ligeras, sin razonamiento, sin pensamiento de efectos o consecuencias. Resulta un tomador de decisiones frontales, no importando sus consecuencias, sin el menor recato de condolerse porque afecta a un enorme grupo de personas, como la firma que inicia el desarticulamiento del llamado Obama Care, o bien la salida del Acuerdo Transpacífico, así como de cambiar el ordenamiento mundial de la globalización y la liberalización del comercio que ha tomado fácilmente 50 años para desmontar aranceles, regulaciones y beneficios que afectaban el libre comercio, para plantearse el proteccionismo como elemento de su gestión internacional en materia de comercio.

Este nuevo presidente Trump, que no tiene el mínimo miramiento en acusar a los mexicanos de violadores y criminales, además de visitar ese país sin ninguna vergüenza, con un presidente, Peña Nieto, que no se atrevió a encararlo para que se disculpara o bien recriminarle lo dicho, así como anticiparle que no apoyaban para nada lo del muro. Hoy, se sabe que ya invitó al presidente Peña Nieto para negociar varias cosas, entre ellas, predeciblemente, el TLC del norte conformado por Estados Unidos, México y Canadá y sin duda, reiterarle lo de la construcción del muro. Completamente irracional, o bien pragmático, decisional sin pensarlo, frontal sin arrugarse, pragmático sin razonamiento lógico, en fin.

El mundo entero sigue de cerca sus veleidades, sus caprichos e imposiciones, preocupados por la influencia que tiene ese país, en todas las decisiones económicas, políticas y hasta sociales del mundo (principalmente con el caso de los migrantes). Los europeos han sido un poco más enfáticos y tomado distancia. Angela Merkel dijo: «las decisiones sobre nuestro futuro las tomamos los europeos, nadie más», en franca alusión que desechan las sugerencias o cuasi imposiciones de Don Donald.

Ya se conocen los miembros de su gabinete, pero todavía no han actuado en materia de política exterior, un campo que preocupa a muchos, pues aparentemente se le ve muy cercano a Putin el Primer Ministro Ruso, así como alejado de China. Igual presionó a Japón y consiguió que la Toyota se quedara en Estados Unidos, ni hablar de las empresas estadounidenses que pretendían ubicar empresas fuera de la Unión Americana, ya las reculó duramente.

¿Qué va a pasar?, todavía nadie puede saberlo a ciencia cierta, lo único claro es que muchas ofertas de campaña, hoy son una realidad. Donald Trump, el impulsivo, el irreflexivo, el decisivo, el pragmático o el irracional. Yo me quedo con el último adjetivo, pero falta mucho para ser conclusivo. No cabe duda, estamos en la era de la irracionalidad.

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