María José Cabrera Cifuentes
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Guatemala, me dueles en las entrañas. Me duele verte débil, frágil y desolada, me resulta imposible procesar cómo a pesar de tu inmensa hermosura, la miseria y el temor parecieran opacar tu encanto.
Me duele ver los rostros de la pobreza en cada pueblo, en cada esquina, las boquitas clamando por un trozo de pan, y el reflejo de los ojos sin siquiera entender hasta donde el conocimiento podría llevarlos. Me quema el grito de la miseria que en cada semáforo grita ofreciendo su mercancía, el grito que he llegado fríamente a criticar y hasta a veces resquebraja mi filosofía.
Me arde ver a tus hijos enfrentados reclamando cada uno tener la razón, riéndose de esa paz de la que todos hablan, de esa paz que a veces parece tan lejana… Lloro al ver como muchos se valen de una supuesta reconciliación para montar un negocio sucio y deplorable que en el plazo que coincida con mi vida temo jamás tendrá fin.
Guatemala, me dueles en las entrañas, me derrumba ver a tu población despreocupada, pensando que todo el resto debe cambiar para verte magnífica y deslumbrante, pero incapaz de reconocer que a todos nosotros nos toca también hacer una parte.
Me duele admitir que después de soñar toda una vida con poner tan solo una piedra para construirte de nuevo, hoy me sienta más cerca de tener que empacar mis maletas y decirte hasta luego. Proclamar que mis sueños han sido destruidos y que con la cabeza gacha debo buscar otros rumbos para sanar esta herida, esta herida que me agobia y me hace correr de los brazos de mi tierra querida.
Me enferma cómo quienes te representan se ríen de ti, se ríen de mí, se ríen de todos y renuevan esa alegoría de la olla de cangrejos de la que nadie sale porque somos una raza tan miserable. Observo como no pueden salir unos sin aplastar a otros y me hace pensar que mis días aquí están contados, que aunque no me pesaría seguir dando mi vida por ti, no quiero que mis días en la tierra estén desperdiciados. No quiero, como me dijo mi madre al escoger mi profesión, llegar al final de mi vida sabiendo que por más que luché solo logré verme frustrada en ese último respiro que sé que tarde o temprano tendrá que venir, viviendo aquí, temo que sea antes de lo dispuesto por el universo.
Guatemala, me dueles en el alma y en lo más profundo, de a poco perdí la esperanza de que por mi trabajo y compromiso te podría ver inmensa y majestuosa, la vida y tu gente se ha encargado de enseñarme que eso no es más que una quimera, que aunque me rehúse a entenderlo, no pasaré de ser esa mosca que se golpea contra el vidrio repetidamente queriendo encontrar un exterior inmenso sin entender que aunque la transparencia me deje ver ese horizonte mi destino, si me quedo, es morir adentro y no poder salir jamás.
Guatemala, ¡Deja de dolerme! ¡Devuélveme mis sueños!, hasta hoy he querido ignorarlo, pero este sentimiento no hace más que encender un fuego que hace arder mis propósitos de vida, y al contrario que un fénix, se van volviendo cenizas y es difícil volver a construir lo que se ha vuelto trizas. Guatemala, me dueles en las entrañas, por favor demuéstrame que aún podemos devolverte, y devolverme, la esperanza.