Francisco Cáceres Barrios
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Haga cuentas y compruebe que nos hemos pasado toda la vida viendo a los comerciantes de los recursos públicos repartir, primero botellas y después cajas enteras de whisky a quienes por la posición que ocupa un funcionario público permite “facilitar” una negociación con el Estado. Todo esto fue creciendo hasta niveles insospechados llegando a obsequiar helicópteros, costosísimos vehículos automotores, como inmensas cantidades de dinero con motivo de la Navidad. Analice usted el tamaño de este contrasentido.
De regalitos, pasamos a ver otra clase de actos corruptivos en los que la utilización de los cada vez más escasos recursos públicos pasaron a ser cuantiosos gastos con lo obtenido con nuestros impuestos hasta que en modernizada acción populista, los funcionarios públicos hacen lo que quieren con tal de ganarse la voluntad popular.
Así fue como surgieron los mentados tamalitos de Noche Buena, acompañados de una taza de ponche, chocolate o humilde café, lo que va dirigido a comprar la conciencia de la gente de más escasos recursos. Pero esta gentileza, también ha ido en ascenso hasta enviar al domicilio de los beneficiados tremendo pavo de doble pechuga. Así es como miden su progreso con dinero ajeno.
¿Será eso correcto? ¿Va de acuerdo a la fecha que se conmemora el 25 de diciembre de cada año? ¿No sería mejor, más humano, mejor visto, como de mayor beneficio social que cada uno de nuestros funcionarios o dignatarios se pusieran a cumplir con el deber que cada uno de ellos tiene para con la sociedad que los ha llevado a ocupar los ahora tan bien remunerados cargos?
Estas y otras preguntas más me resonaron en la cabeza hace pocos días cuando la luz roja del semáforo de una esquina me permitió ver la cara angustiada de la gente que, metiéndose la mano a la bolsa repetidas veces, hacía cuentas para ver cuánto dinero llevaba disponible para encaramarse en la palangana de un “picopito”, subirse a un microbús o todavía mejor a un taxi, aunque fuera compartido, con tal de llegar puntual a su trabajo, pues los empresarios autobuseros con la condescendencia del Estado habían dispuesto cancelar el servicio de un momento a otro sin decir siquiera ¡agua va!
Cité la anterior situación, aunque bien podría mencionar una docena, un ciento y hasta un millar de carencias y necesidades de nuestra población que tantos funcionarios a través de los años han dejado pasar sin ponerle la más mínima atención durante el noventa y nueve por ciento de los días del año, lo que provoca la crítica, la queja y el rechazo popular que intentan desmentir con sus regalitos, tamalitos o bebidas de fin de año.