En realidad todos los que se han beneficiado del sistema de corrupción e impunidad en el país tienen que estar pasando momentos muy duros y hasta angustiosos porque no sólo se escuchan sino se sienten los pasos de animal grande. El tema de la impunidad en nuestro país fue durante años y hasta por generaciones, la principal garantía para que los ladrones que saquearon al Estado pudieran vivir tranquilos y gozando del dinero mal habido sin que ni siquiera la vindicta pública les afectara porque nuestra población en ese sentido ha sido poco exigente.

Pero como a todo coche le llega su sábado, el trabajo realizado por la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala empezó a dar los frutos que esperamos tanto quienes apoyamos a esa instancia como un instrumento para combatir uno de los peores flagelos de la Patria. La impunidad no sólo alienta a los asesinos que actúan tanto con sangre fría como con tranquilidad, sino que también ha fortalecido la estructura de la impunidad al grado de que cuesta encontrar una institución que se haya librado de las malas prácticas en el manejo de los fondos públicos.

Los políticos que han estado en la jugada no saben si en quince días, en quince horas, en quince minutos o en los próximos quince segundos, aparecerán entre los listados de aquellos cuyo antejuicio se solicita para investigar actos de corrupción. Pero cada día están más seguros de que de esta no se libran y los ciudadanos tenemos que pensar que habrá que ir desalojando a las fuerzas armadas del Mariscal Zavala para que allí puedan albergar a los miles de sinvergüenzas que tienen que enfrentar proceso judicial.

A lo mejor ni siquiera hay necesidad de plantear una acción firme para disolver poderes del Estado porque los mismos se irán quedando sin titulares por los señalamientos tan concretos que se van haciendo en contra de ellos. Puede ser un proceso un poco más largo, pero evidentemente será positivo ver que todos aquellos que se sintieron superiores a la ley, que se burlaron de las aspiraciones de la gente, que se enriquecieron con el dinero que debió servir para atender a los más pobres, terminen tras los barrotes de las bartolinas cuarteleras. Mejor sería que terminen junto a los mareros y sindicados de extorsión, pero hay que reconocer que si vamos tras todos los sinvergüenzas, no van a alcanzar las cárceles del país y probablemente ni siquiera los cuarteles.

La inmunidad llegó a ser tan grande que perdieron el decoro, la vergüenza y el cuidado. Hoy están expuestos como lo que son y merecen el castigo correspondiente.

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