Juan Jacobo Muñoz
En el tema de las ideas sueltas, asociación libre o como se llame, y apoyado en la libertad de expresión, se me ocurre hoy hablar de esto.
El orden no me lo sé, y tampoco sé si son verdades todas o leyendas muchas, pero he entendido que en un tiempo el fuego se consideró algo sagrado, purificador y mediador entre la naturaleza y la cultura. La veneración al fuego se conjugó con el culto al Sol y hasta otros astros. Luego vino el concepto de crear divinidades a imagen y semejanza de los propios consumidores y se recurrió al antropomorfismo, una tendencia muy de los humanos sin duda. A la cabeza en este tema, los antiguos griegos crearon todo un catálogo de arquetipos que podían surgir del inconsciente de cualquiera, según fuera el caso y la situación.
Pero como nadie está conforme con lo que hay, se recurrió al monoteísmo y el poder total. Monoteísmo que en su momento arrasó con todo lo que pudo, con guerras santas por doquier. El concepto de lo divino se volvió franquicia, y con el tiempo aparecieron los dueños del tema. Gente que diciendo explicar a Dios, se benefició sobremanera con una de las fiscalizaciones más eficientes que haya existido jamás, la culpa.
No se renunció tanto al politeísmo, si tomamos en cuenta por ejemplo que en la fe católica el catálogo se llenó de santos milagrosos, o más bien milagreros, puesto que todo lo que pasa tiende a tener una explicación natural. En ese punto, la ciencia pasó a tomar un papel no falto de soberbia, empeñada en querer asegurar como verdades cosas que a lo mejor solo entrañan alguna partícula de verdad, con el agregado de que no la ciencia, sino los interesados en servirse de ella, dejaron hace mucho de ser neutrales, en el nombre de sus propias ganancias, beneficiándose de muchos feligreses que recitan a pie juntillas las verdades científicas como si fueran una religión. Y así, entre los santos oficios y el cientificismo nos hemos ido debatiendo y batiendo en duelo.
Hoy en día los ídolos son más frívolos, pero igual se les adora en la figura de personas de la farándula, el espectáculo o los deportes, e incluso en las redes sociales donde ya cobran por mostrarse al gusto de la clientela.
Lo que definitivamente nunca ha dejado de existir es la egolatría, la espesa esencia del narcisismo que quiere que todo pase por él; de ahí que todo resulte siempre tan caprichoso.
Y eso que no me metí con los ateos, muchos de ellos tan apasionados con el tema, que terminan hablando más de Dios que los propios creyentes. Igual sirve como evidencia de que el tema tiene un peso que alcanza hasta al más cauto para hablar y para actuar.
Yo estoy seguro de que hasta el humano más solitario y en el lugar más recóndito, sin contacto con otros en toda su vida y sin ninguna transmisión cultural y creciendo como un niño feral como sería el caso; va a tener un momento en su vida en el que atrapado por algo y sin ser suficiente para lo que le acontece, va a clamar por un poder superior con la esperanza de ser auxiliado. Ese momento carente de lógica, solamente un anhelo y producto de emociones intensas, será de particular importancia en la dilución de un ego que hasta entonces omnipotente se sentía en el control de todo.
Me apoyo también, en que culturas diferentes y sin noticias unas de otras, llegaron a idear cosas muy semejantes.
Los que tengan cerca a una madre, como niños clamarán por ella y de igual manera se darán otros casos, pero el punto es que el deseo de una fuerza que llegue de fuera es universal. De no ser así, no se dependería tanto de muchas cosas. Si no, por qué se procura el dinero, el poder, el prestigio y esa necesidad de reconocimiento apoyada en la validación por otros. El dinero como un dios o como el excremento del Diablo, qué dilema. Cuando un hombre cree en sus mentiras cree que tiene poder, y para nada querrá vivir con verdades a medias. Y en esa egolatría, la necesidad de tener siempre la última palabra. Que arroje la primera piedra quien no haya pasado por eso. Y en la otra mano, ¿acaso no sería una crueldad robarle a un niño la ilusión de creer que su padre es todopoderoso?, y una crueldad mayor sería obligarlo a llegar como un niño a la vida adulta.
El anhelo del que hablaba, y que clama por un poder superior que venga en auxilio, solo puedo entenderlo el día de hoy como una inmanencia. Algo interno que nos pertenece a todos, y nunca algo que llegue de fuera. Ejemplos de lo inmanente hay muchos; el amor a los hijos, sacar fuerzas de flaqueza, el valor ante un momento de peligro, la espiritualidad.
Alguna vez me atreví a decir que a Dios no hay que dejarlo entrar, sino que hay que dejarlo salir. Ahora y cada vez más viejo, me hace más sentido, con todo y lo que pueda atentar las distintas formas de entender a semejante modelo prototípico de lo ideal.
Recuerdo que cuando niño nos deseaban en navidades que Jesús naciera en nuestros corazones. Según mi tesis, una inmanencia no nace, es. Y hay que permitir que salga para que realice su papel, y mientras más conscientes seamos que es algo nuestro, tendrá mayor sentido esencial.
Pero nada ocurre por casualidad, y la presencia de otros en nuestras vidas y los distintos momentos de la historia, serán los factores de protección y facilitación, o en su defecto los factores de riesgo para que las cosas tarden mucho en ocurrir, o lo que es peor, que no sucedan nunca.
De cualquier manera, cada uno con su cognición irá teniendo una especie de conciencia conceptual que lo ubique en algún punto del espectro, creyendo que tiene razón e impidiendo cualquier posibilidad de comunicación. Pongamos que esa es la egolatría a la que me refería al principio.
Estas elucubraciones llegaron mientras me bañaba y asociando el hecho de que nos encontramos en una semana llamada de pasión; que aunque consagrada a un personaje bien identificado, no deja de referirse a la inmanencia de lo divino que hay en cada uno de nosotros.
Al final, a las cuestiones incontestables, uno les responde con su vida.