Por Thomas Körbel y Christina Horsten
Moscú/Nueva York
Agencia (dpa)
Su reluciente caso permitía al primer ser vivo en el espacio plena visibilidad, y gracias a las estrechas perneras de su traje espacial, ésta podía estirar las patas. Aquel atuendo, que hoy parece un juguete para aficionados a los viajes espaciales en el Museo de la Cosmonáutica de Moscú, fue el de una auténtica pionera: la perra Laika.
El 3 de noviembre de 1957, hace ahora 60 años, la Unión Soviética lanzó a esta perra callejera al espacio, convirtiéndola en el primer ser vivo en orbitar la Tierra. En aquel entonces, la URSS y Estados Unidos estaban sumidos en plena carrera espacial y, de nuevo, Moscú se marcaba un tanto. Sólo un mes antes, los ingenieros soviéticos habían inaugurado la era espacial con la exitosa misión del «Sputnik-1».
La propaganda moscovita supo sacar provecho de la hazaña del primer animal en el espacio. Tuvieron que pasar muchos años para que el mundo se enterara de la tortuosa muerte que sufrió esta perra de dos años al sobrecalentarse su cápsula a las pocas horas de despegar. Sin embargo, su decisivo vuelo ayudó al desarrollo de medidas preventivas, allanando el camino para los vuelos espaciales tripulados.
«Esta es la cápsula en la que volaron Belka y Strelka», cuenta el vicedirector del museo, Wiacheslav Klimentov. Las dos perras tuvieron más suerte que Laika y en 1960 regresaron con vida a la Tierra. Incluso tuvieron cachorros y hoy en día saludan disecadas a los visitantes del museo desde una vitrina.
Las misiones con animales tuvieron un papel clave en las fases iniciales de la navegación espacial. Entre 1951 y 1962, tan solo la entonces URSS envió a 29 perros a las fronteras del espacio, hasta una altura de unos 100 kilómetros sobre la Tierra. Además de Laika, considerada el primer animal en cruzar esa barrera, fallecieron 17 canes en esos vuelos de prueba.
Después, siguieron otros seres vivos: gatos, ratones, insectos, microbios y plantas. En 1968, poco antes de que el estadounidense Neil Armstrong pisara la Luna, tortugas soviéticas orbitaron el satélite de la Tierra. Mientras, en Estados Unidos apostaron por seres más parecidos a los humanos: los monos.
Después de que en 1947 las moscas debutaran en el espacio a bordo de un cohete V2 que partió del estado norteamericano de Nuevo México, a finales de la década fue el turno de monos y ratones. Los primeros vuelos apenas traspasaron la frontera del espacio y muchos monos murieron, como Albert I en 1948 y Albert II en 1949. Pero en 1951, por primera vez el mono Yorick sobrevivió al breve vuelo en los límites del cosmos.
Diez años más tarde fue el turno del chimpancé Ham. Durante siete minutos experimentó la ausencia de gravedad, hasta que aterrizó con su cápsula sobre el Atlántico. «Ligeramente cansado y deshidratado, pero por lo demás, en buen estado», señaló la Nasa en aquel entonces. Gracias a aquel experimento, meses después Alan Shepard se convirtió en el primer astronauta estadounidense en el espacio.
Las exitosas misiones tripuladas hicieron que los vuelos con animales perdieron importancia. No obstante, muchos países siguen enviando misiones con conejos, medusas o arañas que tejen sus telas pese a la ingravidez. Según la Nasa, los animales «han prestado servicios a sus países como ningún ser humano».
Hoy en día, el lanzamiento de animales al espacio es menos frecuente y las preocupaciones por su bienestar, mayores. «Hay tan pocas posibilidades de que se lleve a cabo una misión con animales que el proyecto de investigación debe ser realmente importante para lograrlo», afirma Laura Lewis, de la Nasa. «Y cuando viajan, su bienestar es un factor clave». Recientemente, varios ratones fueron enviados a la Estación Espacial Internacional (ISS).
Si hace 60 años el objetivo era estudiar las influencias del cosmos en organismos vivos para hacer posibles las misiones tripuladas, ahora se trata de analizar las consecuencias de la ausencia de gravedad en el sistema nervioso e inmunológico. Así, los seres vivos enviados al espacio son cada vez más pequeños, como los «osos de agua» (tardígrados) que utilizó la Esa en 2007.