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Por DEREK GATOPOULOS y LORNE COOK
ATENAS
Agencia/AP

Numerosos jubilados griegos acudieron ayer con angustia a las sucursales bancarias cerradas con la esperanza de cobrar sus pensiones y largas filas se formaron en los cajeros automáticos en el primer día en que los griegos sufrieron la imposición de estrictos límites a la cantidad de dinero que pueden retirar de las cuentas bancarias.

Las medidas entraron en vigor antes de un referendo cuyo resultado podría determinar si el país abandona la moneda común, el euro, y regresa a la divisa nacional, el dracma.

El primer ministro griego, Alexis Tsipras, mantuvo su postura desafiante y exhortó a los electores que rechacen las exigencias de los acreedores internacionales. Insistió en que el triunfo del «no» en la consulta del próximo domingo fortalecerá la capacidad negociadora de Atenas.

«Les pedimos que rechacen las propuestas con toda las fuerzas de su alma, con el mayor margen posible», declaró Tsipras por televisión.

«Cuanta mayor sea la participación y el rechazo a las propuestos, mayor será la posibilidad de reanudar las negociaciones para fijar un rumbo de lógica y viabilidad», apuntó.

Tsipras convocó el referendo el fin de semana y afirmó que las exigencias de medidas de austeridad más severas eran inaceptables después de seis años de recesión.

La decisión sacudió los mercados internacionales, aumentaron las tasas de los créditos para Grecia, y provocó una baja en la calificación crediticia del país a nivel de bono basura de parte de la agencia especializada Standard & Poor’s, que señaló que considera que existe un 50% de posibilidades de que Grecia se retire de la zona euro.

La coyuntura desató temores de retiros masivos en los bancos, un caótico impago de la deuda y la salida del país de la divisa común europea.

Mientras se agotaba el tiempo para un acuerdo con Grecia, las autoridades limitaron los retiros de dinero de 60 euros (67 dólares) diarios, lo que propició que los adultos mayores que no tienen tarjetas para sacar efectivo de los cajeros automáticos acudieran apresuradamente a las sucursales bancarias que estaban cerradas.

«Llegué aquí a las cuatro de la mañana porque necesito mi pensión», dijo Anastasios Gevelidis, de 74 años, una de las cien personas que esperaba afuera de la sucursal del Banco Nacional en Tesalónica, la segunda ciudad más importante del país.

«No tengo tarjeta, no sé qué va a pasar, ni siquiera tenemos dinero para comprar pan», dijo. «Nadie sabe nada. Un empleado del banco vino a las ocho de la mañana y nos dijo ‘no recibirán dinero’, pero supimos que hay 70 sucursales que están abiertas».

 

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