Por JIMMY GOLEN
HOPKINTON, Massachusetts, EE.UU.
Agencia (AP)

«Aquí es donde todo comienza».

La consigna aparece en la página online de Hopkinton, labrada en el piso de la escuela primaria Marathon, pintada en el anuncio que da la señal para que los participantes del Maratón de Boston salgan rumbo a la plaza Copley. Desde 1924, este poblado fundado hace 300 años, situado fortuitamente a una distancia de 42 kilómetros al oeste de Boston ha sido el punto de largada de la carrera más prestigiosa del mundo y como Maratón y Atenas, las dos están unidas estrechamente.

«Es un vínculo que se hace más fuerte año tras año», dijo Tim Kilduff, viejo residente de Hopkinton y exdirector del Maratón de Boston. «Lo vemos de esta forma: el espíritu del maratón reside en Hopkinton, y lo cedemos un día al año».

Desde la salida en esta localidad hasta la meta en la calle Boylston, residentes y corredores contemplan una primavera sin el Maratón de Boston — el primero en 124 años. Los organizadores y las autoridades pospusieron la carrera, prevista inicialmente para el lunes. Quedó reprogramada para el 14 de septiembre por la pandemia de coronavirus.

«Se abusa mucho de la palabra tradición. Pero este realmente es uno de los ritos de la primavera», dijo Kilduff. «Lo de este año permitirá tener un otoño más bonito en Nueva Inglaterra».

En un fin de semana normal previo al maratón, la población de Hopkinton triplica su número de 16.000 residentes para absorber a una masa de 30.000 corredores, además de los participantes minusválidos. Su plaza central se llena de gente, con carritos de comida y otros vendedores atendiendo tanto a turistas como a los participantes que estudian la pista.

Mientras otros quizás sólo se acuerdan de Hopkinton en el tercer lunes de abril, el maratón y su esencia permea en la localidad todo el año.

Los residentes conducen sus autos desde el punto de salida pintado en la calle Main rumbo al trabajo o a conciertos en la glorieta. Hay un plan para un construir un Centro Internacional del Maratón en el pueblo, ciudad hermana de Maratón, Grecia, donde nació la tradición de las carreras de larga distancia. Hopkinton tiene tres estatuas sobre maratones, incluyendo la de un hombre en la salida que levanta una pistola para decretar el comienzo de la carrera hacia el centro de Boston.

Hoy, el rostro de la estatua está tapado con una mascarilla de tela.

«Esto no es la NBA, el béisbol o la NFL. Esta es nuestra esencia», dijo Kilduff, el director de la carrera en 1983 y 1984, corrió el maratón en 1985 y ha sido el guía en el vehículo que señala el rumbo al contingente masculino hasta la meta.

«Todo el que ha completado la carrera, ha sido un voluntario de la carrera o apoya la carrera, se siente como parte de la carrera. Son dueños de un pedacito. Así que es nuestra», dijo. «El Maratón de Boston va más allá por toda la emoción que genera y el respeto que la gente le tiene».

Entrenar para un maratón es una tarea solitaria, pero la competencia como tal constituye una calamidad para el distanciamiento social.

Los participantes deben congregarse en grupos para esperar la orden de salida y luego correr en pelotones compactos para reducir la resistencia del aire. Los voluntarios les reparten agua a lo largo del trayecto y entregan las medallas en la meta. Aficionados y familiares esperan para felicitarles o abrazarles.

En la Universidad de Wellesley, donde el aliento es tan ensordecedor que se le conoce como el Túnel de los Gritos, los estudiantes exhiben cartelitos rogándole a los corredores que se detengan para darles un beso. Resulta inconcebible que esta práctica — que ya era una reliquia de otra era — sobreviva tras la pandemia.

«Muchos de los carteles son bromas sobre besitos. Es parte de la tradición», dijo Erin Kelly, estudiante de cuarto que regresó a San Diego cuando se ordenó el cierre del campus. «El maratón ocupa una parte enorme de la cultura de Wellesley. Tenía tantas ganar de presenciarle como estudiante por última vez».

A unos pasos de la meta, la tienda de zapatillas Marathon Sports en la calle Boylston hace mucho negocio en el fin de semana previo a la carrera, con las decenas de miles de corredores que llegan a Back Bay. Todo suele calmarse el lunes, con los que los empleadores pueden salir para alentar a los que cruzan la meta.

«No es una fiesta oficial», dijo Dan Darcy, director de mercador de la cadena. «Es sólo una celebración de los corredores ese día».

Los participantes del maratón son fáciles de reconocer tras la carrera, por la medalla que llevan colgadas en el cuello, la frazada sobre sus hombros si hace mucho frío. Muchos siguen luciendo su número en el pecho.

Marathon Sports ha pasado a ser un punto de referencia sin querer desde que la primera de dos bombas explotara afuera de su ventana a las 2.49 de la tarde del 15 de abril de 2013. Darcy observaba la carrera desde otro sitio ese día y pasó infructuosamente varias horas tratando de contactar a sus compañeros de trabajo. Algunos resultaron con heridas; otros transformaron la tienda en un improvisado hospital, atendiendo a los heridos hasta que llegaran los servicios de primeros auxilios.

Hay un monumento en la acera en memoria de las tres víctimas en las explosiones y los dos agentes de policía que murieron en la persecución de los autores del atentado que paralizó la ciudad y sus alrededores durante casi toda la semana. La tienda demoró dos semanas en reabrir.

Ha vuelto a cerrar.

«Vamos a alentar a los corredores que salgan para que corran por su cuenta, pero manteniendo la distancia y sin correr la misma ruta de la carrera», dijo Darcy. «No estamos para festejos».

El mes pasado, desde que empezaron los confinamientos y se cancelaron numerosas competiciones deportivas, la Asociación Atlética de Boston sacrificó la fecha de primavera con la esperanza de mantener vida una tradición de 124 años.

Desde la primera edición en 1897, la carrera siempre ha coincidido con el Día de los Patriotas, feriado en el estado y que conmemora el inicio de la Guerra Revolucionaria. Al derretirse la nieve en Nueva Inglaterra, la ruta se llena de corredores que buscan ponerse en forma tras un invierno encerrados.

Para Kilduff, la carrera en el otoño será la oportunidad para salir de otro aislamiento.

«Se sabe lo que pasó el año después del atentado. Hay una enorme energía. Eso se verá en la ruta», dijo. «Permitirá abrir un nuevo capítulo en la historia del Maratón de Boston».

«Eso me entusiasma como nunca», añadió.

Jimmy Golen ha cubierto el Maratón de Boston desde 1995.

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