RÍO DE JANEIRO
AP

Años de preparativos, expectativa, escándalos y polémica llegan a su culminación cuando los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro sean inaugurados hoy en el estadio Maracaná. Y si la historia reciente sirve como indicativo, los brasileños presentarán una fiesta por todo lo alto que hará olvidar, al menos por 17 días, todas las preocupaciones.

Los primeros Juegos Olímpicos en Sudamérica finalmente quedarán inaugurados con una ceremonia en el mismo estadio que albergó la final de la Copa del Mundo hace dos años. Ese torneo también fue precedido por retrasos en las obras, temor por manifestaciones y todo tipo de pronósticos pesimistas, y terminó siendo una fiesta de un mes, incluso a pesar de la humillación del país anfitrión en las semifinales.

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Las sedes están listas desde hace semanas y, a pesar de algunas quejas iniciales por desperfectos en la villa olímpica, las delegaciones llegaron en los últimos días y en general quedaron satisfechas con los preparativos.

Como si fueran pocos los problemas del país organizador, el COI lidia con el dolor de cabeza del escándalo de dopaje de Rusia, que probablemente seguirá machacando durante los Juegos.

El COI confirmó que habrá 271 competidores rusos en todo tipo de disciplinas, menos atletismo, ya que todo el equipo de pista y campo fue vetado por la federación internacional de esa disciplina por un caso de dopaje masivo.

Los competidores de las pruebas náuticas pondrán a prueba las aguas de la Bahía de Guanabara y la Laguna Rodrigo de Freitas, cuyas aguas están altamente contaminadas con materia fecal.

Más allá de algunos incidentes durante el relevo de la antorcha, hasta ahora no se han producido manifestaciones masivas en contra de los Juegos, aunque los brasileños, y especialmente los cariocas, empezarán a sentir la resaca de la cuenta de unos 12 mil millones de dólares que tendrán que pagar tan pronto el COI empaque las maletas y enfile hacia Tokio, la sede de 2020.

El temor por el brote del virus del zika, transmitido por la picada de un mosquito y vinculado a casos de microcefalia, también parece haber pasado a un segundo plano, y más allá de los omnipresentes frascos de repelente, los deportistas, funcionarios y visitantes parecen más preocupados por disfrutar la fiesta que se avecina.

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