Berlín
DPA
Los Juegos Olímpicos celebrados en 1936 en Berlín, que cumplen hoy 80 años, se convirtieron en un gran evento deportivo y en un show propagandístico del régimen nazi con el que el dictador Adolf Hitler quiso dar la imagen al mundo de ser un país abierto y tolerante.
Aunque Hitler llevaba ya tres años en el poder, los carteles «Prohibido judíos» desaparecieron de la calle para la gran cita internacional. Mientras, su tabloide antisemita «Der Stürmer» («El atacante») sólo podía adquirirse esos días bajo mano en un intento por mostrar otra cara al mundo, tres años antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial.
Asimismo, la música swing volvió a llenar los bares de la ciudad y el Tercer Reich dio la orden de no herir «las sensibilidades de los negros» durante los Juegos Olímpicos, que se celebraron entre el 1 y el 16 de agosto, siguiendo así las advertencias hechas desde la organización de los Juegos, que otorgó la cita deportiva a Berlín en 1931, dos años antes del ascenso de Hitler al poder.
Hitler quería dejar así en un segundo plano esos días las provocaciones que efectuó desde que tomara el poder: abandonar la Liga de las Naciones, reintroducir el servicio militar obligatorio y marchar sobre Renania, una zona que tras la Primera Guerra Mundial debía permanecer sin militares.
Para ello no dudó en incrementar desorbitadamente el presupuesto de los Juegos. Si la República de Weimar había previsto en un primer momento seis millones de marcos para la cita, Hitler lo aumentó hasta los 40 y al final acabó desembolsando 90 millones de marcos de la época.
Wolfgang Fürstner, miembro del partido nazi y funcionario deportivo, se convirtió en uno de los hombres más importantes de los Juegos al recibir el encargo de construir la Villa Olímpica.
El veterano de la Primera Guerra Mundial fue el encargado de levantar 140 casas en medio de un paraje artificial de lagos, que incluía también una sauna finesa, y con la que el régimen nazi quería mostrarse ante los deportistas y medios de todo el mundo como un país avanzado.
Junto con las instalaciones del estadio olímpico, la Villa se convirtió en el proyecto más importante de los Juegos y fue creada a imagen de la de Los Ángeles de 1932. En el documental «El sueño olímpico» presentado este mes en la televisión pública alemana con motivo del 80 aniversario se ven los trabajos previos al evento deportivo.
La carga política de los Juegos fue enorme y para su disgusto, Hitler tuvo que ver desde la grada cómo el atleta estadounidense Jesse Owens se alzaba con cuatro medallas de oro. El entusiasmo por Owens se desató entre los 100 mil espectadores que llenaban el estadio, convirtiéndose en el atleta negro que se impuso al nazismo.
Los jerarcas nacionalsocialistas proclamaban la superioridad de los arios sobre el resto de razas y no dudaban en incluir a los negros entre los «Untermenschen» (los infrahombres). Por eso Owens se convirtió durante aquellos días en un símbolo de la lucha contra el racismo.
La leyenda cuenta que Hitler le negó la mano a Owens tras ganar, pero la realidad es que no estaba previsto estrechar la mano a los vencedores.
Sin embargo, a pesar de la victoria de Owens, el régimen nazi se mostró satisfecho con los Juegos. «La ciudad se engalanó, se vieron banderas por todas partes, la nazi, pero también la de los Juegos Olímpicos y las de las naciones que vinieron a Berlín. Berlín mostró un ambiente festivo divertido y alegre», recordó Rudolf Hess, mano derecha de Hitler ante el departamento de propaganda del partido.