Karla Olascoaga Dávila
Escritora

 

A finales de 1996 descubrí en un diario de circulación nacional, la publicación a página completa de una singular columna que se llamaba Shute que es uno, firmada por Marco Augusto Quiroa. Esta publicación venía acompañada por una caricatura que casi siempre era una pareja de contertulios “de a sombrero”, con sendos tragos en mano.  En esa época, los giros, modismos y códigos citadinos y chapines en general, me eran algo novedoso. Ese año, en medio de mi reciente trabajo de monitoreo de medios, cada lunes buscaba la penúltima página de elPeriódico, aun cuando la carga de trabajo era más pesada cada inicio de semana, porque debía revisar los cuatro matutinos distintos que entonces circulaban en el país, más los dos números acumulados de cada uno correspondientes al fin de semana. Entonces, me preparaba uno o varios cafés oscuros y dulces y empezaba por leer los atrevidos y cómicos diálogos que acompañaban el contenido de la irreverente columna de Quiroa, cargada de humor crítico y agudeza. Sin duda el estilo de este columnista era coloquial, nada pretencioso, claro, ameno, amigable y sumamente irónico.

Hoy, han pasado veinticinco años, mucha agua ha corrido, e incluso, Marco Augusto Quiroa falleció en 2004. Por razones que escapaban a mi lógica, durante sus últimos cuatro o cinco años de vida, estuve periféricamente al tanto de sus andanzas, ya que ambos teníamos un amigo común que lo admiraba precisamente por su peculiar forma de ser.

Nada de esto que hoy refiero hubiera vuelto a mi mente, de no ser porque Juan Antonio Canel, amigo y colega del Centro PEN Guatemala, me obsequió hace un par de meses, uno de sus recientes libros:  La chingona rial academia (2020). Al recibirlo, en vez de ir a leer de inmediato la dedicatoria (cosa que suelo hacer de inmediato frente al autor que me lo dedica) me detuve en la portada, porque sentí una cierta familiaridad con sus ilustraciones. Pero veinticinco años son veinticinco años y, aunque vi al libro haciéndome guiñitos desde mi escritorio, no alcancé a desentrañar el porqué de la familiaridad, hasta hace unos días.

Finalmente, una noche empecé a leerlo y no pude detenerme porque descubrí en su registro ameno -casi coloquial- y en sus ilustraciones, la causa de esa familiaridad. Para empezar, ahondé en el fenómeno literario que tantas veces oí mencionar al amigo Canel, y, mientras avanzaba en su lectura, fui encontrando a personajes que llegaron a ser amigos muy queridos, como Carlos René García Escobar (+); también me topé con conocidos, como Juan Fernando Cifuentes (+) que en el libro de Canel, dista mucho del compañero de clases de maestría, con quien nunca coincidimos en nuestro modo de apreciar y analizar el mundo de las ideas y las letras. Y, aunque nuestros posicionamientos ideológicos eran opuestos, siempre guardamos un franco respeto. Fue precisamente su casa editorial, Palo de Hormigo quien publicó mi segundo poemario. Allí también me reencontré a un Eduardo Villagrán muy similar al que conocí hace casi una década: un ser humano afable, constante, de espíritu joven, desenfadado y libre, tal como lo percibí en el Lago Atitlán, cuando comenté una de sus novelas en un extinto Centro Cultural de Panajachel, que administraba Rebeca Cutter, amiga de ambos.

Me cautivó constatar, en una de las atrevidas anécdotas que nos comparte Juan Antonio, que la querida y admirada Luz Méndez de la Vega además de ser una admirable intelectual, fue una mujer valiente, íntegra, solidaria y siempre dispuesta a defender a los colegas en apuros. Y así fui avanzando en la lectura, sin querer llegar al final, porque cuando algo nos cautiva, queremos eternizarlo. Por ello, creo oportuno reproducir parte de la prosa didáctica de Baltazar Gracián (1647)[1] , que normalmente se cita incompleta y que dice: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno (…)”.[2]

Compuesta de ocho breves capítulos distribuidos en 75 páginas, el libro constituye un recorrido autobiográfico en el seno del grupo literario denominado la rial academia, el cual que se dio a conocer públicamente en el periódico Tzolkin, a mediados de 1985.

Las letras tienden puentes invisibles que cruzamos sin percatarnos. Algunas veces, el tiempo se encarga de evidenciar la razón intrínseca de esas encrucijadas, otras, no. Afortunadamente, veinticinco años después, me satisface este afortunado reencuentro con una prosa ágil, desenfadada, descriptiva, seductora y anecdótica que cierra con nuevos aprendizajes y se confabula con mis enriquecedoras experiencias posteriores.

La chingona rial academia deja constancia del propósito del movimiento, de los medios escritos e instituciones que ofrecieron su apoyo y un espacio donde fueron publicados los artículos periodísticos de sus integrantes: Marco Augusto Quiroa, Eduardo Villagrán, Hermógenes Vázquez, Rolando Castellanos Portillo, Roberto Monzón, Marco Vinicio Mejía, Carlos René García Escobar, René Leiva y el propio Juan Antonio Canel, quien expresa en sus líneas:

El grupo la rial academia, reunió a varios escritores con preocupaciones no sólo literarias sino, también, periodísticas, sociales, políticas, bohemias y chingonas. Una de las características que con más énfasis marcó al grupo fue su anti solemnidad y crítica contra los acartonamientos y rigideces académicos. En realidad, la literatura fue un banquete diario que unas veces se nos servía con tortillas, otras en tusa u hojas de mashán y siempre asperjado con el insurrecto y motivador rocío del sacrosanto guarito. Sus luchas fueron de carácter popular y anti elitario, a pesar de que sus integrantes no corrían parejos ideológicamente. Su manera de librar las batallas fue, sobre todo por escrito; paradójicamente no tuvieron estatutos, carnetes de membresía ni nada que los atare más que la lealtad y el deseo de estar en el grupo. Tan es así que no todos los que comenzaron estuvieron hasta el final”.

Los invito a leerlo, aunque tendrán que esperar a la segunda edición para hacerlo, porque la primera ya está agotada. También los invito -siempre que puedan y lo deseen- a salirse de las formalidades, encajonamientos y rigideces, porque la riqueza de la vida tiene sus dobleces y resistencias, de otro modo no hubieran florecido las históricas revoluciones en las ideas, las letras y la historia de la humanidad. En estas épocas, donde se han desarmado tantas “certezas”, darse una vuelta por las utopías, la rebeldía y la irreverencia, es hasta saludable.

Cierro con la idea de que siempre es refrescante y reconfortante leer voces inconformes, voces que ofrecen perspectivas diferentes y otros abordajes de la realidad política y social que nos toca, ya que la vida en general no es lineal, monolítica y mucho menos dicotómica. Allí radica el pensamiento evolutivo de nuestra especie y la riqueza de oportunidades de nuestra mal llamada civilización.

Empecé mencionando la columna periodística de Marco Augusto Quiroa, porque fue allí precisamente donde -sin saberlo- me acerqué al grupo literario y político que constituyó la rial academia. Esos son los caminos sinuosos de las letras y de los grupos literarios, donde aprender, escribir y publicar son tres escaños que no todos se animan a recorrer. Enhorabuena para quienes aun lo siguen haciendo y reconocen en ello, el impulso inicial de su creación literaria.

[1]  ‘Oráculo manual y arte de prudencia’, 1647 del autor mencionado.

[2] Cita completa: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo”

PRESENTACIÓN

En esta edición del Suplemento Cultural celebramos el esfuerzo creativo de uno de los más destacados escritores en Guatemala, Juan Antonio Canel Cabrera, cuya producción literaria ha sido una constante a lo largo de su vida. Dedicado al ámbito de la escritura como periodista, editor, corrector, novelista y, no menos importante, como defensor de la libre emisión del pensamiento desde el PEN, Canel Cabrera ha sido testigo y protagonista de la historia reciente de los acontecimientos culturales del país.

Rendimos homenaje a su trabajo, presentando la aproximación crítica que Karla Olascoaga realiza a “La chingona rial academia”, la más reciente obra de nuestro escritor. La profesora de literatura, al tiempo que reconoce los valores estéticos del libro, lo recomienda por el registro histórico consignado en el relato. Sobre ello indica lo siguiente:
“La chingona rial academia deja constancia del propósito del movimiento, de los medios escritos e instituciones que ofrecieron su apoyo y un espacio donde fueron publicados los artículos periodísticos de sus integrantes: Marco Augusto Quiroa, Eduardo Villagrán, Hermógenes Vázquez, Rolando Castellanos Portillo, Roberto Monzón, Marco Vinicio Mejía, Carlos René García Escobar, René Leiva y el propio Juan Antonio Canel (…)”.
Acompañan el texto referido, las contribuciones de Víctor Pacheco, Sandra Girón y Víctor Muñoz. Aunque cada uno escribe desde géneros distintos, con intereses y percepciones diferenciadas, los anima el mismo espíritu: la investigación de la realidad que devele el misterio a través de la palabra. Con toda certeza subyace en sus convicciones, y en nosotros también desde La Hora, la confianza del artesano que crea para transformar lo que toca.

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