Norma Yurié Ordóñez

Escritora

Norma Yurié Ordóñez Pineda (guatemalteca) es diseñadora gráfica de profesión. Realizó estudios de Cinematografía en Casa Comal Escuela, 2009.  Mención honorífica, concurso de microficciones basadas en una frase de Carlos Fuentes, Los Buc Buc, 2012. Segundo lugar, categoría cuento, “Don Simón”, Primer Premio Nacional de Literatura para Nuevos Escritores, Diario de Centro América y Tipografía Nacional, 2013. Cuentos en antologías: “Viaje a la oscuridad”, Editorial Mexicana Lengua de Diablo, 2015 y Antología Centroamericana de minificción “Tierra Breve” (El Salvador), 2018. Ha publicado, además en revistas como Fantastique, Ek Chapat, Reminiscencia e Ibídem (México) Plesiousario (Perú).

Fue en el cambio de luz[1]

 Por enésima vez conduzco sobre la avenida Bolívar. Anochece.

La gente transita circunscrita a la misma indiferencia.

Los vendedores ambulantes pululan con los rostros ahumados y pesarosos.

El semáforo marca rojo. El automotor se detiene.

La escena diaria se repite…

Frente a la fila de vehículos una niña vestida de blanco saca una antorcha untada con gasolina…

Miro el reloj con ansiedad.

Escupe. La llama se desprende caótica, semejando un espantajo enfurecido.

Una súbita nube de fuego inunda la visión del vidrio delantero.

Raptada tras el humo la niña desaparece como salida del acto de un prestidigitador.

Sigiloso, surgiendo detrás de unos puestos callejeros y acechando los malabarismos de otros niños, un demonio se acerca a la ventanilla.

Me pide una moneda con la pezuña extendida.

Tiemblo aterrado mientras su mueca feroz deja entrever girones de tela blanca.

Técnicas actorales[2]

La princesa de Judea besa la cabeza inerte de Jokanaán. Luego, tras la orden de Herodes, también ella recibe muerte. Se oscurece. Detrás de bambalinas recogen los despojos y anuncian la siguiente función. Con participantes del público, por supuesto.

Detrás del humo[3]

Al terminar el acto la cortina de humo se desvaneció y se apagaron los efectos de las luces. Los aldeanos se retiraron conmovidos, sin dar la importancia debida a un dato oscuro: el circo había surgido de la nada el domingo, después de un insólito incendio del que nadie tenía detalles, pues se había dado en la madrugada.

Detrás de la carpa, alejándose, el ilusionista y su ocasional asistente, elegido al azar entre el público, divisaron frente a una ínfima fogata un hombre alto de suntuosa capa, que al observarlos blandió, solemne, un báculo, trazó insondables símbolos en la tierra y transfiguró al incauto asistente en madera que arrojó al fuego, avivándolo mientras el circo desaparecía de nuevo cubierto en otra ominosa cortina de humo.

Siga usted por aquí[4]

Lo reconocí en la fila del aeropuerto.

Parecía que había esperado varias vidas en ese puesto.

Era él. Estaba más viejo, pero conservaba la misma sonrisa cínica.

Como sucede en países como estos, la gente lo ignoraba o no tenían memoria, pues se conducía con total impunidad.

Busqué la enigmática llave en la caja, había tenido tiempo para memorizar la combinación.

Le entregué el boleto indicado.

Lo desvié «a un área exclusiva» y antes de salir me aseguré de sellar la única puerta.

La que lleva sin escalas al inframundo.

Absolución [5]

La turba había desaparecido en las montañas. Después de haber recorrido grandes distancias, el hombre recuperaba el aliento tras un árido peñasco. Tenía las manos ensangrentadas y la daga refulgía con gesto malévolo en el muslo izquierdo. Al encontrarse solo, en medio del silencio, una sonrisa sardónica le cruzó el rostro.

—La mejor rehabilitación es el fin de todo —replicó una bala perdida mientras lo envolvía en un destello.

Lo recuerdo así[6]

Sorpresivamente me citó en la banca de un parque abandonado.

Habíamos hablado por teléfono días atrás. Sabía quién era.

No tenía nada que perder.

Desde hacía varios años, dominado por una sensación de desencanto, deambulaba sin propósito por las calles de la inhóspita ciudad.  Veía a la gente merodear circunscrita a su individualismo, hostiles con los excluidos, insensibles al dolor ajeno…

Pese a su actitud idealista, que difería de la mía, le creí todo. Corroboré nombres, fechas y lugares después de la escueta conversación.

El tema me resultó familiar, recuerdo que desde pequeño mi padre me había leído sobre viajes en el tiempo y máquinas enigmáticas, mi viejo, que era matemático y muy aficionado a la ciencia ficción, me enseñó a creer en lo imposible y a conservar la mente abierta.

Al verlo reconocí en sus rasgos el mismo aire solitario, aunque conduciéndose con mayor propiedad, daba la impresión de haber logrado cierta serenidad y paz consigo mismo.

Observándolo minuciosamente y escuchándolo con más atención aún, no me inmuté cuando sacó el artefacto y me encargó la misión.

Al distanciarme lentamente logré reconocer bajo los parpados caídos y los surcos en las sienes aquella mirada melancólica e indolente, que devolví en gesto inequívoco de efecto especular.

Finalmente me vi alejándome, más viejo pero con aire compasivo y conciliador.

Solo, sosteniendo el artefacto supe lo que tenía que hacer…

Lo arrojé al vacío.

¡Había visto lo suficiente para no creer en el futuro de la humanidad!

Cría Cuervos[7]

Tras un fuerte aleteo la puerta se abrió, en medio de las ruinas: unos comían en su mesa, otros picoteaban sus pertenencias. Al inquirirlo, el hombre tuerto solo emitió un discordante graznido.

[1] Publicado en revista Ek chapat No. 3, México, 2019. Revista Brevilla, Chile, 2020.

[2] Publicado en Antología Taller de Minificción “Piedra y Nido”. Argentina, 2020.

[3] Publicado en revista Perro Negro de la Calle No. 43, México, 2020. Revista Brevilla, Chile, 2020.

[4] Publicado en revista Gazeta. Guatemala, 2020.

[5] Publicado en revista Perro Negro de la Calle No. 43, México, 2020.

[6] Publicado en Tereza Magazine, México, 2020.

[7]   Publicado en Antología Taller de Minificción “Piedra y Nido”. Argentina, 2020.

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