TERCERA PARTE
Juan Fernando Girón Solares
Si bien es cierto, que a Mauricio le costó mucho trabajo levantarse de la cama la mañana del día siguiente, es decir LUNES SANTO, por la fatiga, el dolor y la falta de costumbre en su participación como penitente y devoto cargador de un cortejo procesional de Semana Santa, por su mente empezaron a desfilar los recuerdos felices del día anterior: las andas, las marchas, las fanfarreas, su primer turno, y claro está, también los momentos de convivencia como el almuerzo. Este fue el infaltable tema de conversación con sus abuelos durante el tardío desayuno, en que les narró minuto a minuto lo que había visto y vivido en la Procesión del Nazareno de San José. Y ante la pregunta de sus ascendientes, en torno a si le habían quedado ganas para el Jueves de la Semana Mayor, rápidamente respondió: ¡POR SUPUESTO! de súbito, la sangre del muchacho empezaba a teñirse de morado y sus sentidos y sensaciones a impregnarse de incienso, de corozo y de determinación, los sentimientos de un cucurucho. Los dos viejitos sonrieron, entremezclando sus sentimientos de orgullo y de satisfacción.
A media mañana llegaron a saludarlo Alex y Rafa. Este último, le hizo ver que si quería cargar en la Procesión del Jueves Santo, debía mudar su uniforme. – Verás amigo, para la Procesión de Cristo Rey del Jueves, el color que predomina es el blanco, por la alegría de la Iglesia Católica en cuanto a la institución de la Eucaristía; además se usa casco, no capirote – le informó. Ante el rostro de cierta tristeza de Mauricio, su buen amigo le dijo para tranquilizarlo – pero tranquilo, no te ahuevés. Acordate que mi papá es celador, o sea inspector de filas de dicha procesión; él conoce a don Maco Asturias, el presidente, y me dijo que si te animabas, contaras con el casco, la paletina y el cinturón con bandas blancas; los guantes, son siempre blancos, él te los consigue -; – Gracias campeón – le respondió rápidamente Mauricio. Y efectivamente, el papá de Rafa cumplió su promesa. El Miércoles Santo no solamente le proveyó de las piezas aludidas del uniforme, sino que además le obsequió un turno, como reconocimiento a su naciente devoción y bienvenida a las ligas mayores de los cucuruchos. Y así fueron pasando los días de la Semana Santa.
Llegó una brumosa mañana de Jueves Santo. Nuevamente se repitió el proceso del domingo anterior. A las siete en punto de la mañana, debidamente revestido, Mauricio recibió la bendición de sus abuelos, y se dirigió a la casa de los papás de Rafa, donde lo esperaban sus amigos, pero esta vez no en el Jeep Land Rover del progenitor de uno de ellos, sino en cambio de un Taxi contratado específicamente por la familia devota, ya que siendo el papá de Rafa inspector del cortejo procesional, debía quedarse durante todo su recorrido en él y cumplir estrictamente su función. El grupo de seis personas, que incluyó a nuestros amigos: Héctor Hugo, Alex, Mauricio y Rafa, así como el padre y el tío de este último, se acomodó en el amplio vehículo americano de Alquiler. Minutos después, el taxi los dejó cerca de la avenida de los árboles en la zona 1, donde caminaron hasta la Parroquia de Candelaria.
A las ocho y media de la mañana, en el interior del templo que estaba muy concurrido, por cierto, el Padre Marco Aurelio González Iriarte como párroco, dio inicio a la celebración de la Santa Misa, la que concluyó minutos antes de las diez de la mañana, porque luego de un mensaje a los devotos y devotas, a esa hora en punto, SE LEVANTARON LAS ANDAS de este Cristo, cuya belleza asombró a Mauricio. Era un Cristo moreno, como el de la gente de nuestro pueblo, pero su mirada ve hacia al frente y no hacia la derecha como hubo de suceder con Jesús de los Milagros. Una marcha que le pareció sumamente melancólica, pero al mismo tiempo muy solemne se dejó escuchar. Después se levantaron las andas de la Dolorosa de dicha Parroquia de Candelaria, iniciándose así el recorrido procesional por la trece avenida de la zona uno hacia el sur.
El grupo de morados personajes con sus paletinas blancas, recibió el intenso abrazo del sol cuando finalizó aquella mañana de Jueves Santo, y al mediodía la procesión pasó frente a la Iglesia de San José. Se presagiaba por lo tanto, un día muy caluroso. En esta oportunidad, el templo de San José sí estaba abierto, y Mauricio pudo contemplar brevemente en su interior, que Jesús de los Milagros aún estaba colocado sobre sus andas que utilizó en el cortejo imponente del domingo anterior. Siguió la marcha, y al subir la quinta calle era cerca de la una de la tarde, cuando el grupo se desbandó por unos minutos para refrescarse en una tiendita contigua al histórico establecimiento de EL PISTOLÓN.
Las siguientes escenas, llamaron poderosamente la atención de Mauricio: la primera de ellas, la entrega, la devoción y disciplina con la que el papá de su amigo Rafa, cumplía su trabajo como celador, preservando el orden en la fila, sirviendo como barrera para que los espectadores a la actividad paralitúrgica no se atravesaren de una acera a la otra o crearan desorden, y brindando las respectivas instrucciones para que la fila de devotos caminara en silencio, en coordinación con el paso de las andas de Cristo Rey.
La segunda, el sacrificio que hacen en silencio otros integrantes del Cortejo: las personas que con esfuerzo se abren paso entre la multitud para llevar en sus manos, lo que nuestro personaje concibió como enormes tridentes, es decir las liras, que sirven para levantar los cables del tendido eléctrico, para que la cruz del Señor o las partes altas del adorno no se hicieran daño debido a una descarga eléctrica; los que llevan en sus manos un lazo para separar a los hermanos cucuruchos y devotas del público asistente, o las personas que pesadamente llevaban una carretilla con acumuladores o baterías para camión, con las cuales se suministraba la iluminación a las andas en horas de la noche.
Y la tercera y última, las mujeres que acompañaban el paso de la hermosa imagen de la Virgen de Dolores de la Parroquia de Candelaria, que, sin importar el clima, el calor, la hora y la fatiga, muchas de las manos de sus pequeños hijos, van incansablemente acompañando a la Madre de Dios, sin separarse un instante de su penitencia.
Pasadas las catorce horas con treinta minutos, la Procesión arribó a la esquina del Templo de San Sebastián, en cuyo sitio, estaba la madre de Rafa acompañada por supuesto de sus hijas, quien saludó a la distancia al grupo y les hizo la seña correspondiente para que salieran unos minutos del cortejo; dicho sea de paso, su esposo y cuñado ya habían comido y bebido, pues no podían abandonar como es lógico su cargo como celadores de fila. La gentil señora, les ofreció a los muchachos unos exquisitos panes estilo pirujo con carne guisada preparados en su casa, una bolsita de plataninas y un refrescante vaso de limonada bien fría. Mauricio agradeció el gesto de sus amigos, pero especialmente agradeció a Dios la oportunidad que tuvo de conversar en el improvisado Pic Nic de aquel momento y situación con Brenda, esta vez a solas. Sus tres amigos rieron en forma picaresca.
Se reincorporaron al cortejo luego de haberse nutrido y refrescado, despidiéndose de la familia de Rafa con especial gratitud. La bellísima imagen morena, como era costumbre, llegó a la Catedral Metropolitana a las cuatro y media de la tarde, y luego de impartir su bendición, enfiló por la sexta avenida esquivando los rótulos comerciales. Cristo Rey lucía una hermosa túnica de color azul marino, con la alegoría de andas alusiva al sacramento eucarístico. Cayó la tarde al pasar bajo el arco de correos, y cuando se enfilaron hacia el Templo de Santo Domingo, Mauricio recordó las palabras de su amigo Rafa de días atrás, pues era notoria la asistencia de fieles caminando por las calles del centro histórico, para la visita de Jesús Sacramentado en número siete de Templos, propia de Jueves Santo.
Ya pasadas las veinte horas, tomó su turno en la cuadra y sitio que se le había asignado, de la quince a la catorce avenida en la calle de Matamoros de la zona uno, y con mucha devoción, aprovechó el momento para elevar una plegaria a Dios y platicar con el Señor de Candelaria por su hogar, su familia, sus padres que se habían esforzado para enviarlo a estudiar a la capital y por su vida y proyectos, incluyendo sus estudios universitarios que algún día realizaría. Concluido el turno, volvió a las filas para reencontrarse con sus amigos. Las horas finales del extenso cortejo procesional del primer día del Triduo Pascual, fueron de nuevo testigos de la fatiga, la insolación, pero ante todo de la satisfacción del grupo de morados penitentes por haber cumplido con Jesús de Candelaria, un año más: la catorce avenida, la zona seis y luego la trece avenida para arribar a su templo parroquial a las nueve y media de la noche, según estaba pactado. Se dejaron escuchar las notas fúnebres de las marchas UNA LAGRIMA y BODAS DE ORO respectivamente. Los familiares de Rafa, en cuyo rostro se dibujaba notoriamente el cansancio como inspectores de fila, él mismo, así como Mauricio y sus dos amigos, fueron orgullosos testigos del instante en que las andas descansaron en sus taburetes, para concluir luego del canto del Perdón, en esa forma muy emotiva ciertamente, la Procesión del Jueves Santo, otro momento especial para Mauricio. Al caminar de egreso de la Candelaria, una hermosísima luna llena, la luna del “Nissan” iluminaba las calles de la Nueva Guatemala de la Asunción. Un Pick Up marca Datsun de color beige, conducido por la tía de Rafa, aparcado en la Avenida Juan Chapín, invitó a los adultos a ingresar a la cabina, y a los muchachos a recoger sus túnicas y sentarse en la palangana, para emprender el viaje de regreso a la Colonia Jardines de la Asunción y a sus casas del arco número cinco (5). Los abuelos de Mauricio le esperaban con una suculenta cena caliente conformada por huevos revueltos, plátanos y frijolitos con crema, pan francés, un vaso de rosa de Jamaica y una humeante taza de café, con la consabida petición del relato de lo sucedido durante el día…