Piotr Ilich Chaikovski

Guillermo Paz Cárcamo
Escritor

Por los primeros años de los años 80 del siglo 19, en Rusia se juntaron varias celebraciones: homenaje a la coronación del zar Alejandro II, la finalización de la catedral El Salvador de Moscú y, arropándolas, la conmemoración de la victoria, de 1812, del pueblo y ejército ruso al derrotar a la Gran Armada francesa dirigida por Napoleón Bonaparte.  En ese extraordinario contexto, le pidieron al reconocido músico Tchaikovsky compusiera una obra que conmemorara esas efemérides.  Tchaikovsky se sumergió en la tarea de manera que a los 6 días entregó, la hoy conocidísima, “Obertura 1812”.

Poco tiempo después, Tchaikovski le escribió a su mecenas, Nadezhda Von Merk, que la obra “era demasiado fuerte y ruidosa” y que la escribió “sin un cálido sentimiento de amor y que no tendrá ningún mérito artístico”. Sin embargo, la obra desde el inicio fue un éxito, siendo según los entendidos, su creación más conocida incluyendo el Lago de los Cisnes, el Cascanueces o Romeo y Julieta, entre otras famosas del autor.

La Obertura 1812 empieza con la melodía religiosa, “Dios proteja a su Pueblo” revelando que la iglesia ortodoxa, desde los pulpitos de toda Rusia, hizo el llamado inicial a librar una guerra santa contra la impía Francia napoleónica. Siguen unas melodías tradicionales y militares que interpretan la desazón ante la invasión de las tropas francesas para darle paso a una marcha, donde se oye un fragmento del himno francés, La Marsellesa, cuando avanzan y se enfrentan a las tropas rusas en la batalla de Borodino.

De seguido, la música va en diminuendo, figurando la retirada rusa dejando la tierra arrasada. Entonces, vuelven los metales y fragmentos de la Marsellesa indicando la entrada de Napoleón a Moscú, que sería incendiada por los mismos rusos. Ahí, entonces, la Marsellesa vuelve en diminuendo percibiéndose, musicalmente, la retirada del ejército francés. Cinco disparos de cañón indican el avance de las tropas rusas sobre las francesas en retirada. La obertura 1812 culmina en un cierre apoteósico, “fuerte y ruidoso” como dijo Tchaikovsky, de fragmentos del himno ruso “Dios salve al Zar” acompañado de once disparos de cañón y un frenético tañido de múltiples campanas.

Diez años antes de la creación de la Obertura 1812, en un esfuerzo titánico, León Tolstoi escribe la monumental obra de más de mil páginas “La Guerra y la Paz”. Obra cumbre de la literatura universal que narra los acontecimientos históricos ocurridos en la era napoleónica, principalmente sobre los sucesos de la invasión de los ejércitos franceses para someter a Rusia a los designios imperiales del régimen del Emperador Napoleón, musicalizados en la Obertura 1812.

En un estilo peculiar de narrar la historia, Tolstoi crea una novela donde va contándonos la vida de los personajes, reales, como el mismo Napoleón y el mariscal Kutúzov, comandante del ejército ruso, quien finalmente derrota la invasión francesa. Tolstoi a diferencia del historiador,  le interesa mostrarnos la vida de los personajes en el contexto de la guerra y no la guerra misma. Eso no implica que no muestre la guerra, como cuando el príncipe Andrés, subalterno de Kutúzov, en la batalla de Austerlitz lo pone a decir: “La guerra no es como yo la imaginaba. Aquello es un desorden, una carnicería…ataques y contraataques que no se entienden, estrategias que solo conocen en su totalidad los comandantes en jefe de los ejércitos”

La Guerra y la Paz es una novela bélica, histórica, de un realismo contundente, de amor y muerte que al final enseña a ser generosos. En cada capítulo, Tolstoi deja siempre algún suceso, algún dato, algún pensamiento, algún vacío, alguna conversación sin terminar, algo queda siempre oculto, pendiente, de manera que crea una atmósfera expectante que al lector lo lleva a sumergirse en su lectura sin darle tiempo, casi, a respirar.

José Figueres Ferrer, general victorioso de la guerra y la revolución de 1948 en Costa Rica, hecho histórico que sentó las bases de lo que hoy es ese país, apuntaba en sus memorias: “Guerra y Paz fue una de mis lecturas a la luz de la candela. Desde entonces desarrollé una gran admiración por el Conde León Tolstoi, que tuvo el valor de expresar en sus obras su gran humanismo… En mi cuarto de estudio de hoy, desde un cuadro que cuelga en el sitio preferente, la efigie del Conde Tolstoi, luciendo sus hermosas barbas, parece mirarme invitándome a seguir, siempre, su ejemplo”.

Vargas Llosa, en un excelente artículo dedicado a esta obra monumental, lo termina escribiendo: “¿cómo fue posible que el primer Premio Nobel de Literatura que se dio fuera para Sully Prudhomme en vez de Tolstoi, el otro contendiente? ¿Acaso no era tan claro entonces, como ahora, que Guerra y paz es uno de esos raros milagros que, de siglo en siglo, ocurren en el universo de la literatura?”.

Ese transcendental año de 1812 y la novela de Tolstoi, es de tal impacto, que fue llevada al cine en varias versiones. La más conocida, difundida y premiada es la italoestadounidense titulada “La Guerra y la Paz” (1956)  dirigida por King Vidor, en la que los actores principales son, Audrey Hepburn, Mel Ferrer, Henry Fonda, John Mills, Vittorio Gassman, Anita Ekberg, Herbert Lom (Bonaparte) Oscar Homolka (el mariscal Kutúzov).

La película dura tres horas cuarenta y cinco minutos, tiempo en el cual describe desde los entretelones de la aristocracia rusa, su adopción del idioma francés como signo de cultura, el cambio que significaba la revolución francesa y la guerra patriótica contra Napoleón, llamado por la aristocracia rusa, el “Ogro de Ajaccio”, o, el “Usurpador Universal”

Karl Klausewitz fue un militar prusiano, que ha influido de manera determinante en todos los ejércitos de occidente, en la visión militar de cómo entender y enfrentar el fenómeno de la guerra. Considera que el militar que no ha leído y comprendido su famoso tratado “De la Guerra” no puede considerarse un profesional castrense. Todas las academias militares del mundo tienen este libro como de estudio obligatorio.

Clausewitz, entró al ejército prusiano a los 12 años, un año después sostuvo su primer combate. De seguido participó en otras campañas militares en el ejército prusiano, tiempo en que los interregnos de ausencia de guerra los dedicaba a estudios de filosofía, historia, educación, ética. Fue un destacado oficial en la batalla de Austerlitz, una de la más sangrienta de las guerras napoleónicas. El resultado de esta batalla es que Prusia fue anexada al imperio francés y Clausewitz fue uno de los 25.000 prisioneros -La famosa columna de Vendome o de Austerlitz, cita en el centro de Paris, fue hecha con el bronce fundido de los cañones capturados en esa batalla-. Clausewitz pasó dos años en prisión y al salir se incorpora al ejército ruso, participando en la guerra que libra Rusia desde la entrada hasta la retirada del ejército francés, en 1812. Esa experiencia vivida en las guerras napoleónicas, es lo que reseña y teoriza en el mencionado libro.

“De la Guerra” es sobre todo un tratado de estrategia tanto militar como política. Hay una célebre frase que se repite como un lugar común, con la cual Clausewitz condensó su concepción sobre la estrategia, dice: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”.  Como se sabe la Revolución Francesa rompió con el régimen feudal en Francia y Napoleón es quien lleva esos cambios estructurales políticos, sociales y culturales al resto de Europa. Sin embargo, para completar esa magna obra política era necesario incorporar a Inglaterra, monarquía que conspiraba contra ese cambio. Napoleón entonces se propuso ahogar económicamente a Inglaterra impidiendo todo comercio continental hacia la isla. Pero, tanto Portugal como Rusia, se negaron a seguir las indicaciones napoleónicas (las tres cuartas partes del comercio inglés era con Rusia) Esta negativa significaba que todo el planteamiento político estratégico de someter a los ingleses al designio imperial francés quedaba hecho añicos y con ello la dominación sobre toda Europa y sus colonias en el resto del mundo.

Es entonces donde se concreta el mencionado principio de Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Un ejército de 25000 franceses invade y somete a Portugal y de paso se apodera de España, consiguiendo así, Napoleón, aislar Inglaterra y acceder a los inmensos recursos de ultramar extraídos por estas naciones. Luego, en 1812, Napoleón al mando de La Grand Armée, un ejército de más de seiscientos mil hombres, cruzó el río Niemen, con el objetivo de tomar Moscú, que suponía la rendición de los rusos. Una formidable fuerza militar nunca vista antes, de los cuales, 450 mil eran la fuerza de combate curtida en anteriores guerras y respaldadas con 1300 piezas de artillería. El resto era tropa logística y de reserva.  Los rusos tenían aproximadamente unos 150 mil combatientes y unas 550 piezas de artillería.

Comprendiendo las desventajas, los rusos optaron por una retirada escalonada, presentando combates de desgaste, desolando y quemando todo lo que había en el territorio que lleva a Moscú. Luego de recorrer más de mil quinientos kilómetros en medio de llanuras incendiadas, en la aldea Borodino, a escasos 125 km de Moscú, los franceses encuentran al mariscal Kutúzov que presenta una batalla defensiva. Aquello fue la mayor carnicería registrada en la historia: murieron alrededor de 80.000 combatientes entre ambos lados en un solo día. Kutúzov se retiró y Napoleón avanzó a Moscú, que encontró deshabitada e incendiada.  Los rusos nunca pactaron ni se rindieron, de manera que Napoleón y su ejército exhausto, no tiene otra posibilidad más que retirarse. Fue la mayor derrota bélica de Napoleón. De más 600 mil  combatientes iniciales, llegaron a Moscú solo 100 mil y cruzaron de regreso el río Niemen, solamente 10 mil.

Seis meses después de la derrota napoleónica en Rusia, las tropas francesas salen de España luego de una larga guerra de guerrillas y cuyas atrocidades quedaron, para la posteridad, denunciadas en la pintura de Goya: “Los Fusilamientos del 3 de mayo” y en los aguafuertes obscuros, “Los desastres de la guerra”. Fernando VII, destronado por Napoleón, retorna al trono y lo primero que hace es abolir la Constitución de 1812 emitida por las Cortes de Cádiz, lo cual da lugar a los movimientos, en América, en pro de la independencia de España. Los movimientos independentistas en Centro América, por ejemplo: El Salvador 1813 y Nicaragua 1812 tienen sus raíces en los sucesos derivados de la derrota de “La grande Armée”.  La independencia de Centro América y Guatemala, no se explican sin considerar la derrota de Napoleón, en la Rusia zarista de 1812

De allí entonces, la universalidad de los sucesos de 1812 quedó inmortalizada en la historia, no solo por la famosa “Obertura 1812” de Tchaikovsky, o la monumental novela, “La Guerra y la Paz” de Tolstoi, o en las películas hollywoodenses basadas en la novela de Tolstoi, o en la también imprescindible e ineludible obra del famoso estratega Clausewitz, “De la Guerra”, o el primer diagrama ideado por de Charles Minard’s en 1869.  También ese año de 1812 quedó cincelado en la historia por los eventos que dieron lugar a los gritos de unos y guerras de otros, por la independencia en América Latina hace 200 años.

PRESENTACIÓN

En esta edición nos hemos puesto musicales.  En primera instancia por el trabajo que nos ofrece Guillermo Paz Cárcamo en el que explora el valor histórico del compositor ruso, Tchaikovsky.

Luego, por el texto de Carlos Soto centrado en la obra de Armando Manzanero.  Finalmente, por el artículo de Dennis Escobar Galicia sobre el Dueto Dos Rosas.  Así las cosas, evidenciamos nuestros intereses. La melomanía es lo nuestro, aunque no siempre la destacamos como quisiéramos.  La afirmamos porque, con Nietzsche, creemos que “Sin música la vida sería un error”.  Por ello, nos sentimos cómodos dándoles espacio a los diversos géneros musicales, en esta ocasión desde al clásico Tchaikovsky, pasando por el baladista, Manzanero, hasta las hermanas originarias de Oaxaca, Sheyla y Emily Rosas (el Dueto Dos Rosas). Nuestras filiaciones atraviesan el gusto por la filosofía de la religión y los fenómenos rituales y prácticas religiosas.  En ese sentido, ponemos en sus manos el texto de Juan Fernando Girón Solares y René Descartes.  Este contenido último es para los de paladar más aventajado, los que disfrutan de manjares exquisitos en la búsqueda del conocimiento por la vía de la filosofía.  Seguimos animados en nuestra empresa de la edición cultural.  Es un proyecto que nos satisface basados en la idea de que somos una comunidad enlazada por un interés común: el saber.  Con ese propósito, reconociendo que “la verdad nos hará libres”, asumimos la literatura, la música, las expresiones artísticas y las artes en general, como el acceso a la realización de un mundo mejor.  Es un peregrinaje gozoso que nos encanta compartirlo con usted.  Hasta la próxima.

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