Juan Fernando Girón Solares
PRIMERA PARTE
Esta historia comienza en un ARCO. Efectivamente, en un arco, pero no en el histórico arco de Santa Catalina de la Antigua Guatemala, ni tampoco en el arco de correos del centro histórico de la ciudad de Guatemala. Nos encontramos en el arco número cinco (5), como fueron conocidas las calles de acceso a la reciente COLONIA JARDINES DE LA ASUNCIÓN NORTE de la misma zona de la ciudad de Guatemala. Es una fresca tarde del jueves 1 de abril de 1971, donde en una chapinísima tienda de colonia, cuatro muchachos adolescentes de entre dieciséis y diecisiete años respectivamente, se refrescan con una mini Grapette de cinco centavos y en botella de vidrio, luego de concluido el encuentro de básquet, es decir el “21” por paritos en plena calle, utilizándola como cancha y como complemento la canasta que fue colocada en el frontispicio de la residencia de uno de ellos.
Jardines de la Asunción es una tranquila y apacible colonia de las tantas nuevas que se han instalado en este Valle de la Ermita, estrenada a finales de los años 60 del siglo pasado, en los terrenos que otrora ocupara el Mayan Golf Club, y que ha cobrado auge luego de la inauguración del Puente que la comunica con los terrenos del Cuartel General del Ejército en 1968, y por ende con la zona 1 de la capital.
Sudorosos y emocionados, comentan del resultado del juego y de sus intereses propios de la juventud, los estudiosos integrantes de este grupo, vecinos de la Colonia: Héctor Hugo, Rafa, Alex y desde luego MAURICIO. Este último nacido en Jalapa. Llegó a la capital para vivir con sus abuelos hace unos meses durante las vacaciones para concluir sus estudios, y aún no es el del todo conocido en la Colonia; no obstante sus dotes de gente, compañerismo y energía para los deportes, se ganaron la amistad de sus pares. El tendero ha sacado las “botellitas” de la refrigeradora, pues de momento no alcanza para más, y el sonido característico del destapador para remover las tapitas que resuenan contra el vidrio del mostrador del establecimiento, y luego el trago refrescante de la morada gaseosa, inicia la charla entre amigos:
– Bueno muchá, este domingo que viene ya es DOMINGO DE RAMOS. Al fin inicia la Semana Santa y como siempre, con mi familia acudiremos este sábado a recoger los turnos “NO SE LES VAYA A OLVIDAR- inició Héctor Hugo – Recuerden la promesa que hicimos hace ya cinco años. Además, el DOMINGO sale la mejor de las procesiones, la de Jesús de los Milagros de la Iglesia de San José y sus romanos¡
– Ni lerdo ni perezoso, Rafa, el más estudioso e inteligente del grupo replicó: – Bando para el que no vaya muchá, pero lamento contradecirte, la Procesión de Jueves Santo de Candelaria es la más solemne y de mayor recorrido. Acordáte que entra casi a las diez de la noche y toda la gente está en el centro visitando a los Sagrarios. Mi papá y mi tío son inspectores de esa procesión.
– En pleno discurso de Rafa, Alex lo interrumpió diciendo: – NEL, ustedes están mal, la de Santo Entierro de Santo Domingo muchá, la de Santo Domingo. Ninguna procesión se compara con la del Cristo del Amor y sus pasos. Hay que empujar primero los pasos y si aguantás, entonces ya podés cargar al Señor.
Mauricio guardó silencio, más por pena que por ignorancia, pues no entendía ni una sola palabra acerca de lo que sus amigos discutían con enjundia, queriendo cada uno tener la razón. Ante su cara de extrañeza, Héctor Hugo le explicó que por invitación de los papás de Rafa, desde hacía un lustro, los tres amigos habían hecho la promesa de acudir todos los años a las Procesiones de Semana Santa, vestir como cucuruchos penitentes y caminar con el Señor la mayor cantidad de tiempo que sus fuerzas se los permitieran. De hecho, el año anterior habían aguantado la de San José hasta que bajó la quinta calle y la de Candelaria cuando enfiló por la avenida de los árboles.
– Mirá Mauricio, eso de ser cucurucho es muy cansado, pero cuando te gusta por las marchas, las andas, los recorridos o los adornos, ya no te podés salir del rollo y luego te aficionás a una procesión en particular y le tenés un especial cariño a la imagen, o sea la que más te gusta. Cada una es diferente, aunque todas recuerdan lo mismo –
A Mauricio le picó la curiosidad por aquello que según entendía, era más que una devoción, un reto físico y de pronto espiritual para sus amigos. En su natal Jalapa, él nunca había participado de una procesión y mucho menos en Semana Santa. Sus padres eran alejados de la fe, y en los días grandes, simplemente lo llevaban a un balneario en San Pedro Pinula, donde después de tres o cuatro días, retornaban a casa y la vida seguía igual. Lo único, es que eso de vestirse de cucurucho, como se dice en buen chapín, no muy que con él. – Pero miren muchá, yo no tengo el tacuche, digo el traje, ya falta muy poco y ¿de dónde lo voy a sacar? preguntó.
-Bueno, en eso tenés razón- le replicó Héctor Hugo. – Pero sabes qué, en la casa tenemos una túnica y paletina que un tío como devoto del señor de San José y por cambio de su uniforme, ya no usa. De plano te la podemos prestar. Y si aceptás acompañarnos en la Procesión del Domingo, vas a necesitar un turno para cargar. Los turnos los reparten el día antes, es decir el sábado. Lleguemos en la tarde ese día para recoger nuestros turnos, y de plano más de alguno va a sobrar. Don Miguel Angel Sosa Ponce de la Asociación sin duda nos ayuda, y así te venís con nosotros. – Y cómo es eso del turno pues ¿? –Fácil, es un cartoncito con la foto de la imagen que te venden en las iglesias, y te da derecho a cargar el anda en una almohadilla, durante una cuadra determinada- le respondió Rafa.
Mauricio aceptó el reto, picado por la curiosidad y asombrado por el entusiasmo con el cual sus compañeros se referían a su participación y los episodios que le narraron en sus cortejos procesionales pretéritos. Nuestro amigo no era una persona religiosa ni nada que se le pareciera. Estudiaba en un Colegio laico de la zona dos de la ciudad de Guatemala, no asistía a la iglesia ni tenía conocimiento de la doctrina católica. Aceptado el trato de acompañar a sus amigos, estrechó la mano de cada uno de ellos, y se puso de pie para retornar a la casa de sus abuelos a media cuadra. Iba a despedirse al haber finalizado su agua gaseosa, cuando Alex, tomó la palabra una vez más y le dijo a sus interlocutores:
– Bueno, mirá Mauricio, vamos a hacer un trato. Ya sabés cuál es la “preferida” de las imágenes y su Procesión de la Semana Santa para cada uno de nosotros. Al final de la Semana Santa, nos tenés que decir cuál es la imagen y la Proce que más te gustó y porqué. ¿Estamos?
– ¡Estamos muchá! – asintió moviendo la cabeza de arriba abajo. En ese momento, se acercó al grupo una hermosa muchacha de ojos claros, blusa blanca y falda escolar a cuadros, que impactó la conciencia y la atención de Mauricio. Era BRENDA, la hermana menor de Rafa, a quien éste le presentó. Mauricio solamente alcanzó debido a su sorpresa, a responder con una sonrisa y un lacónico QUÉ TAL, el “HOLA, MUCHO GUSTO” que Brenda le expresó. La joven venía en busca de su hermano, que era solicitado en casa.
Terminada la conversación, el grupo se desintegró. Esa noche de jueves durante la cena, Mauricio contó a sus abuelos acerca de la invitación para acudir el sábado a obtener un turno, y participar en la Procesión de San José del siguiente domingo. Sus abuelos lo felicitaron, pero le advirtieron acerca de la responsabilidad espiritual y el esfuerzo físico que demanda el participar en un cortejo de Semana Santa como “Cucurucho”. Se fue a descansar con cierta preocupación, entendiendo que se había metido en camisa de once varas, pero al mismo tiempo recordó la cara y los ojos claros de Brenda, sonrió y se quedó dormido…