La miseria religiosa es, de una parte, la expresión de la miseria real y, de otra parte, la protesta contra la miseria real.

El siguiente texto de Marx es harto conocido. En él nos dice algo a lo que Feuerbach no prestó suficiente atención: si el hombre busca una realización en el más allá, la causa de ello está en su insatisfacción con un más acá en el que solamente encuentra miseria y desdichas. La religión es así, socialmente considerada, un factor de compensación. Pero lo más interesante del texto es el hecho de que, para Marx, la crítica de la religión no es algo válido ni suficiente en sí mismo, sino que es solamente un paso hacia una crítica más importante y más radical: la crítica de la sociedad que ha producido la necesidad de hallar compensaciones. (*)

* González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005

En Alemania, la crítica de la religión ha llegado, en lo esencial, a su fin, y a la crítica de la religión es la premisa de toda crítica.

La existencia profana del error ha quedado comprometida una vez que se ha refutado su celestial oratio pro aris et focis (alegato en propia defensa). El hombre, que sólo ha encontrado en la realidad fantástica del cielo, donde buscaba un superhombre, el reflejo de sí mismo, no se sentirá ya inclinado a encontrar solamente la apariencia de sí mismo, el no-hombre, donde lo que busca y debe necesariamente buscar es su verdadera realidad.

El fundamento de la crítica irreligiosa es: el hombre hace la religión; la religión no hace al hombre. Y la religión es, bien entendido, la autoconciencia y el autosentimiento del hombre que aún no se ha adquirido a sí mismo o ya ha vuelto a perderse. Pero el hombre no es un ser abstracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es el mundo de los hombres, el Estado, la sociedad. Este Estado, esta sociedad, producen la religión, una conciencia del mundo invertida, porque ellos son un mundo invertido. La religión es la teoría general de este mundo, su compendio enciclopédico, su lógica bajo forma popular, su pundonor espiritualista, su entusiasmo, su sanción moral, su solemne complemento, su razón general de consolación y justificación. Es la fantástica realización de la esencia humana, porque la esencia humana carece de verdadera realidad. La lucha contra la religión es, por lo tanto, indirectamente, la lucha contra aquel mundo que tiene en la religión su aroma espiritual.

La miseria religiosa es, de una parte, la expresión de la miseria real y, de otra parte, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado de ánimo de un mundo sin corazón, porque es el espíritu de las situaciones carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo.

La superación de la religión como la dicha ilusoria del pueblo es la exigencia de su vida real. Exigir sobreponerse a las ilusiones acerca de un estado de cosas, vale tanto como exigir que se abandone el estado de cosas que necesita de ilusiones. La crítica de la religión es, por lo tanto, en germen, la crítica del valle de lágrimas que la religión rodea de un halo de santidad.

La crítica no arranca de las cadenas las flores imaginarias para que el hombre soporte las sombrías y escuetas cadenas, sino para que se las sacuda y puedan brotar las flores vivas. (…).

La misión de la historia consiste, pues, una vez que ha desaparecido el más allá de la
verdad, en averiguar la verdad del más acá. Y en primer término, la misión de la filosofía, que se halla al servicio de la historia, consiste, una vez que se ha desenmascarado la forma de santidad de la autoenajenación humana, en desenmascarar la autoenajenación en sus formas no santas. La crítica del cielo se convierte en crítica de la tierra; con ello, la crítica de la religión, en la crítica del derecho; la crítica de teología, en la crítica de la política.

(Tomado de la «Introducción» a la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1844.)

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