Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Hace un par de meses vino a vivir al vecindario una señora muy elegante. Alquiló el departamento que está a la vecindad de nuestra casa. Fue de mucha maravilla ver todas las cosas que trajo. Una marquesa enorme, un piano, una jaula grandísima en donde mantenía un canario que cantaba muy bonito; y en fin, muchas cosas más, todo de muy buen gusto y de gran finura.

Desde el mero principio nos dio gran curiosidad saber de ella. La creímos una mujer engreída, pero estábamos equivocados. Se trataba de una persona más bien dulce, risueña y amable. Como Papaíto siempre hace cosas que uno piensa que son vergonzosas, un día se fue a visitarla y hasta la invitó a que viniera a cenar cualquier noche con nosotros. La señora le agradeció el gesto y le respondió que si no existía ningún inconveniente, aceptaría la invitación para el viernes, y que llegaría a las siete de la noche.

Papaíto nos llegó con la noticia y yo lo noté asustado.

-¿Y ahora qué hacemos? -nos preguntó.

La nena iba a comenzar a regañarlo por andar invitando a desconocidos a nuestra casa, pero el tío Adolfo le pidió que se callara y le dijo a Papaíto que lo que teníamos que hacer era arreglar el desorden de revistas y periódicos que siempre había en la sala, limpiar un poco el baño porque apestaba a tigre, sacar la vajilla bonita y arreglarnos convenientemente para que la señora viera que no éramos ningunos salvajes ni malvivientes.

-Sí -dijo la nena-, se ponen a invitar gente que a saber de dónde salió y después una es la fregada que tiene que arreglar el desorden, lavar el baño y preparar la vajilla. Ya que son tan buenos para meterse en esos pleitos, ¿por qué no colaboran un poco?

-Si querés te ayudo a trapear –le dijo Papaíto.

-Mirá nena –le dijo tío Adolfo-, no se trata de que nos pongamos a pelear ni a averiguar si está bien o está mal que una vecina nueva venga a visitarnos; la cosa es que tenemos que tomar en cuenta que ella es un ser humano que ha aceptado una invitación para venir a nuestra casa. No podemos juzgar a nadie sin antes haber tenido la oportunidad de saber qué piensa o qué clase de conducta tiene.

Y así, entre pláticas, carreras y discusiones, se llegó el viernes, pero para nuestra mala suerte, también llegó Gedeón a visitarnos. Le explicamos la situación, pero a la nena se le ocurrió decirle, en son de broma, que Papaíto había invitado a una señora porque se había enamorado de ella. El sólo se quedó pensando y nos dijo que si no teníamos algún inconveniente le gustaría quedarse a cenar con nosotros. No muy de su gusto, pero tío Adolfo le dijo que estaba bien.

La señora llegó puntual. Llevó un pastel muy sabroso que, según nos dijo, lo había hecho ella misma. Cuando la plática se puso agradable nos contó que había enviudado hacía ya cinco años y que su esposo la había dejado en una situación económica que le permitía vivir sin lujos, pero con algunas comodidades.

Y todo estaba muy bien, hasta que Gedeón tuvo la ocurrencia de abrir la boca.

-Pues verá señora –le dijo-, nosotros en nuestra familia siempre hemos sido muy delicados para escoger a nuestras amistades; y hablo de nuestra familia porque Papaíto es mi padrino. Ahora bien, desde el mero principio nos gustaría que quedara claro que jamás estaríamos de acuerdo con que una perfecta desconocida vaya a estar viniendo a ver qué es lo que hacemos, de qué forma vivimos y menos aún, que quiera venir a querer obtener alguna ventaja. Es cierto que Papaíto es viudo y cuenta con una pensión que le permite vivir holgadamente, pero también es cierto que es un dinero fruto de su trabajo de toda la vida. Nosotros jamás vamos a permitir que una arpía venga a querer aprovecharse de la nobleza de él, por lo que le agradeceré se sirva tomar muy en cuenta…

 

-Mirá Gedeón –le dijo tío Adolfo a gritos-, ¿querés hacer el favor de dejar de decir estupideces?

-Pues yo sólo decía las cosas por aquello de que…

Papaíto, que de ordinario es pacífico y amable, se levantó de su silla, agarró a Gedeón del saco y comenzó a insultarlo con palabras soeces y a exigirle que se retirara inmediatamente. La nena, temerosa de que a Papaíto le fuera a dar algo, se levantó de su silla y se fue a tratar de calmarlo, entonces Gedeón dijo que si de eso se trataba se iría inmediatamente, pero que quedara claro que él sólo trataba de proteger a la familia. Y entre gritos, empujones y maltratadas, se fue. A pesar de nuestras disculpas, la señora se sintió apenada y dijo que muchas gracias, que todo había estado muy sabroso y que apreciaba nuestra hospitalidad, pero que tenía que retirarse porque de pronto se había sentido mal. Por más que le pedimos que no se fuera sin antes tomarse su café, dijo que muchas gracias, pero ya habría otra oportunidad. A los pocos días llegó un camión de mudanzas y se la llevó con todo y su piano y sus cosas.

-Miren –dijo Papaíto-, muy mi ahijado puede ser, pero no quiero que vuelva a venir jamás ese tarado del Gedeón a mi casa, ¿oyeron?

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