MADRID
Agencia dpa/(Europa Press) –
El escritor Andrés Barba publica ‘Vida de Guastavino y Guastavino’ (Anagrama), la historia del arquitecto valenciano Rafael Guastavino que a finales del siglo XIX emigró a Estados Unidos para cumplir con el ‘sueño americano’ y acabar como uno de los principales constructores del país.
«Se podría decir que Guastavino es casi el opuesto del hortera maximalista de Calatrava. Guastavino era constructor, Calatrava, arquitecto. Uno artesano y albañil, el otro diva internacional de la arquitectura. Uno empresa familiar, casi secretista, el otro multinacional con puentes en serie. Uno bordeaba permanentemente la bancarrota, el otro parece que sabe ganar dinero. Eso sí, a Gustavino le gustaba la paella, esperemos que a Calatrava también. Por algo hay que empezar», ha comentado con humor en una entrevista con Europa Press el autor, al ser preguntado por las similitudes entre uno y otro.
Barba reconoce la ‘trampa’ que supone para el lector la historia de Guastavino, ya que ni terminó siendo arquitecto realmente –sino constructor– y no hubo tal sueño americano. «Veo a los Guastavino más bien como una mezcla entre novela de formación, entre tragedia griega en la que la figura del padre y el hijo se funden e indistinguen, entre relato picaresco o narración fabulosa en la que alguien pone en pie el mito de arquitectura», ha explicado.
Al modo de una biografía poco al uso, que puede ir desde los métodos de Carrére hasta las fabulaciones de Borges, Barba retrata a un ‘pillo’ español que, a través de métodos picarescos, consigue convencer a todos los arquitectos de su tiempo en que tienen que construir con uno de sus métodos –la técnica medieval de la bóveda tabicada–.
Los Guastavino fueron emprendedores siempre al borde de la quiebra, que patentan un sistema de construcción medieval y crean una de las empresas constructoras más importantes de Estados Unidos entre finales del XIX y principios de XX en Nueva York. «Pero junto a toda esa dosis de genialidad y audacia hay también estafas de valores, mucha improvisación y una incapacidad para gestionar el dinero bastante tremenda», ha ironizado Barba.
«Para mí es todo menos la clásica historia de ‘sueño americano’, sobre todo porque a pesar de que (los Guastavino) ganan mucho dinero, siempre lo pierden, no lo saben gestionar, y en la noción protestante del sueño americano el ‘hacerse rico’ es la clave de todo, la muestra de que eres un ‘elegido'», ha explicado.
EL PASTICHE DE NUEVA YORK
El autor recuerda que Guastavino fue un pionero en muchas cosas, como por ejemplo las viviendas higienistas y tubulares y en entender que el sistema de fábrica de la construcción tabicada era perfecto para la nueva arquitectura de la revolución industrial. «Era barato, y sobre todo porque era ignífugo, que era el gran dilema de las ciudades norteamericanas, que ardían sin parar porque estaban construidas básicamente de madera», ha indicado.
Esta mezcla de audacia y picaresca, en un momento determinado de la historia de la gran ciudad, da como resultado una historia «irrepetible». «La presencia de los Guastavino en Nueva York se produce en un momento en que no tiene identidad arquitectónica, donde todo era un tremendo pastiche. Ese momento no se repetirá porque, para bien o para mal, la ciudad ya tiene su identidad. Las ciudades, igual que las personas, solo pueden nacer una vez», ha explicado el autor.
LA FÁBULA ESPAÑOLA
El escritor madrileño cree que lo que convierte en material literario la vida de los Guastavino «no es tanto su carácter extraordinario como, curiosamente, su misterio privado, la sospecha de que en cierto modo representan también una fábula moral muy española». Y no considera extraño que su historia no haya sido muy conocida hasta ahora.
«Se debe a que no eran arquitectos sino constructores, a que los edificios en los que participaron eran, en realidad, obras de otros arquitectos, que ellos solo ofrecían soluciones para cubrir las cubiertas y las escaleras de esos edificios y muy rara vez Guastavino padre firmó obras como arquitecto. No es tan raro que se les desconozca por completo. ¿A cuántos constructores del pasado conoces en general? Como decía el chiste: a uno o ninguno», ha concluido.