Max Araujo

Escritor

Texto que dedico al embajador Marco Tulio Chicas, quien me recordó que el 2021 es el año del centenario del nacimiento de Augusto Monterroso.

“El Establo”, un comedor que estuvo en el edificio “El Patio”, en la zona 4 de la ciudad de Guatemala, fue la sede de muchas reuniones de amigos, que durante la década de los años noventa celebramos en ese lugar, que heredó su razón comercial de otro negocio, un bar con el mismo nombre, que años atrás tuvo su sede en el segundo nivel de ese edificio. Su propietario le regaló o le vendió parte del mobiliario de dicho negocio a doña Margarita, una empleada de su confianza, y le ayudó, así me lo comentaron, para el arrendamiento de un local en el primer nivel. El negocio del bar, el mismo dueño -creo que alemán-, lo trasladó a la avenida Reforma, y posteriormente a la Zona Viva, en la zona 10, donde todavía se encuentra. Yo tuve en el mencionado edificio “El Patio”, de 1985 al 2015, mi bufete profesional. A dos cuadras de este edificio se encuentra la sede del Centro de Estudios Folklóricos de la Universidad de San Carlos “CEFOL”, en donde trabajaron entre otros Celso Lara, Carlos René García Escobar y Alfonso Arrivillaga, reconocidos antropólogos e historiadores. Muy cerca están también las torres del Banco Industrial, en donde había una agencia de publicidad en la que trabajó Luis Ortiz, cuentista, pintor y gestor cultural. Fue creador de varias casas de cultura y quien propuso que la plaza frente al Banco de Guatemala lleve el nombre de Carlos Mérida. Calle de por medio de “El Patio” se encuentra otra construcción, con el nombre de “El Triángulo”. En este último tuvo su oficina profesional, como abogado y notario, Luis Enrique Sam Colop. En el mismo edificio de mi oficina tenía también su bufete Salvador Pérez García. Ambos complejos, situados en la séptima avenida de la zona cuatro, cuyo primer nivel está destinado a comercios y los siguientes a oficinas, son iconos de la arquitectura urbana de la capital de los años setenta. El Patio debe su nombre a que el lugar donde construyó fue la parte trasera de la Casa Yurrita, en donde también se encuentra un templo católico muy conocido por su estilo ecléctico y recargado. El segundo porque fue construido en una franja de terreno que forma un triángulo. En su último nivel está un penthouse, elegante, que fue la vivienda del arquitecto que lo diseñó, de apellido Lacape. Viví en 1976, cuando en su séptimo nivel trabajé con el Lic. Antonio González Orellana, hermano de Carlos, un famoso pedagogo guatemalteco, con los mismos apellidos, uno de los temblores post terremoto de este año. No fue una experiencia agradable. En “El Establo” vi un par de veces a Ricardo Arjona tomando café, cuando todavía no era famoso. Llegaba al edificio, a un estudio de grabación en donde hizo unos anuncios publicitarios. De este cantautor recordaba haberlo visto cuando en la clausura del IV Congreso Internacional sobre la Protección de los Derechos Intelectuales, que se celebró en la ciudad de Guatemala en 1990, en nombre de los artistas nacionales entregó para la clausura un reconocimiento al presidente Cerezo por el apoyo que dio para la realización de dicho evento. Otro asiduo al comedor indicado era don Rolando Noriega, esposo de Marina Coronado de Noriega, del desaparecido programa radial “De la olla y la sartén”. Lo veía junto a otro reconocido locutor, su socio, de quien no recuerdo su nombre. Ellos dos tomaban cerveza por lo menos una vez por semana en dicho lugar. No pasamos de los saludos. A mi bufete llegaba casi todos los días Humberto Ak´abal. Esa cercanía de personas hizo que coincidiéramos en el mismo comedor, la hora del almuerzo, de lunes a viernes, por el bajo precio del valor de su comida y su accesibilidad. Como algo normal uníamos unas mesas para compartir esos momentos. Al enterarse otros amigos, entre ellos William Lemus, Ariel Montoya y Rafael Ruiloba, escritores también, -los últimos dos de nacionalidades nicaragüense y panameña, respectivamente, que se presentaban como exiliados en Guatemala- que en ese lugar de encuentro se daban cita personas ligadas a la cultura, se incorporaron a las reuniones. En algunas ocasiones estuvieron presente Víctor Muñoz, Luis Alfredo Arango, Quique Noriega, Paco Morales Santos, Juan Antonio Canel, Maco Quiroa, Mario Monteforte Toledo, Ali Chumacero, Manlio Argueta, José Roberto Cea, Roberto Sosa, y otros personajes. Algunos llegaron de visita a Guatemala, y alguien los llevó para una sola vez a nuestro lugar de encuentro. A medida que pasaron los días las reuniones comenzaron a tomar una dinámica no buscada, se discutía sobre libros, autores, se compartían chismes, surgieron textos polémicos publicados en medios de comunicación, festivales y entidades como la Casa de Cultura del Centro Histórico, por medio de la cual convoqué para la creación del Festival del Centro Histórico. La revista “Pedernal” de la Comunidad de Escritores fue otro de sus productos. En algunas ocasiones los encuentros, al calor de las cervezas, se alargaban hasta el atardecer. Pocas veces me quedé más de dos horas. Tenía compromisos que atender. En mis columnas “El ojo de Max Araujo”, del diario La Hora, quedaron testimonios escritos de algunas de estas reuniones, así como de otros acontecimientos culturales de la época. Y sucedía que cada año, entrado noviembre, los trabajadores del CEFOL y de las otras entidades indicadas, entraban a su periodo de vacaciones laborales, las que duraban hasta dos meses y más. Otro lujo que yo no me podía dar. Extrañaba entonces esas reuniones. Almorzar solo o con una o dos personas no tenía para mí el mismo significado. Se me ocurrió entonces, a fines del año 1994 llamar por teléfono, a casi todos los habituales a nuestras reuniones en “El Establo”, y les informé que el 28 de diciembre, llegaría a almorzar con nosotros Augusto Monterroso. La noticia se regó. Tito no había llegado a Guatemala desde 1954, cuando salió al exilio. Era un verdadero acontecimiento. El día señalado aparecieron más personas de las convocadas; incluso algunas que nunca habían llegado. Don Oscar de León Castillo se apersonó con una botella de whisky. Al ver tantos amigos y conocidos no me quedó más que decirles que era una broma por el día de los inocentes. Ese fue el pretexto para que, entre risas y burlas, algunos nos quedáramos en celebración hasta entrada la noche. Todo habría quedado ahí, si no fuera porque Alfonso Enrique Barrientos, gran amigo de Monterroso, tuvo noticia de la llegada de este personaje, y sin haber estado en la reunión publicó en La Hora una crónica de esta visita. La no llegada de Monterroso se convirtió en verdad. Años después, en 1997, le conté a Monterroso de esa anécdota, cuando nos encontramos reunidos en un restaurante de la zona diez, convocada por un grupo de compañeros de él, de la generación del cuarenta, entre ellos Enrique Augusto Noriega, organizador de la misma. Esto provocó entre los presentes un aplauso y una gran carcajada. Tito llegó al país, ese año, para recibir el Premio Nacional de Literatura. Nos confesó que lo había recibido porque se había firmado la paz, que le puso fin a un conflicto armado de treinta y seis años. Lo rechazó verbalmente, en 1994, cuando el Ministro de Cultura en ese año, el poeta Iván Barrera, conocido de él, se lo propuso por la vía telefónica. Yo estuve presente cuando se hizo la llamada. En ese entonces los ministros decidían a veces a quién se otorgaba el reconocimiento. Otilia Lux de Cotí, cuando estuvo en el cargo estableció que sea un jurado el que lo decidiera, integrado el mismo por el Consejo Asesor de Editorial Cultura. Fue en ese 1997 que conocí a Monterroso, ya que cuando él llegó, a fines de mil 1996, acompañando a la delegación de la URNG, para el acto de la firma de la paz, no tuve esa oportunidad. Lo vi pasar por una sala del aeropuerto junto a los comandantes. Fui parte del público que estuvo en ese lugar para presenciar la llegada de los que vinieron de México como coprotagonistas de ese acontecimiento. Fui parte también de los cientos de guatemaltecos que estuvimos en la Plaza de la Constitución cuando se firmó el acta respectiva. En esas ocasiones fui guía, voluntario, de una periodista mexicana y de su novio, un guatemalteco que residía en Los Ángeles, que me contactaron antes de su llegada. Nuevamente Coincidí con Monterroso en 1999, cuando la Universidad Rafael Landívar, el Ministerio de Cultura y Deportes, con el apoyo de otras instituciones, organizaron un seminario conmemorativo del centenario del nacimiento de Asturias y de Borges. Ocurrió en el hotel Dorado, hoy Barceló, en la séptima avenida de la zona 9, en el que participaron, entre otras personalidades, María Kodama, la viuda del escritor argentino, Tito y Mario Monteforte Toledo. En esa ocasión sucedió que, al finalizar las actividades del segundo día del evento, yo sugerí a varios jóvenes participantes, no recuerdo sus nombres, para que nos tomáramos un trago en el bar del lobby del hotel. Estábamos cómodamente sentados, disfrutando del momento, comentando el evento, cuando de repente apareció Monterroso, acompañado de su esposa y directamente se dirigió a mí para saludarme. Me recordaba, a pesar de que solo una vez coincidimos en la reunión que comenté en otra parte de este texto. Yo lo presenté enseguida con los contertulios, que no salían de su asombro. Los invitamos para que se unieran al grupo y aceptaron. Minutos después se agregaron Méndez Vides y María Elena Schlesinger, su esposa, quienes habían quedado de reunirse esa noche con Tito y Barbara Jacobs. La amistad entre ellos surgió años antes, cuando Adolfo ganó el premio Nueva Nicaragua con la novela “Las Catacumbas”. Monterroso fue jurado de ese certamen, y con ocasión de la premiación se conocieron en Nicaragua. La charla con el grupo fue interesante y amena, típica de la manera de ser de nuestro narrador. Los tragos se convirtieron en tres rondas. Pasado un tiempo Monterroso indicó que iba al baño, a su regreso, con su esposa se despidieron de nosotros y se trasladaron al elevador que los llevó a su habitación. Luego de unos minutos solicitamos la cuenta, pero el mesero nos indicó que ya estaba pagada. Nos indicó que el señor que se había ya ido con la señora había cancelado la totalidad de lo debido. Tito tuvo la gentileza de invitarnos. La llegada a ese seminario fue la última visita de Augusto Monterroso a Guatemala. Falleció en la ciudad de México, en donde residía, el 7 de febrero del 2003. Dejó una obra literaria que ha sido traducida a muchos idiomas. Su cuento brevísimo “El dinosaurio” es muy comentado, ya que se le considera un ciclo de la historia de la humanidad. Su comienzo y su final. Cualquier novela, análisis sociológico, antropológico, o un tratado de filosofía, escrito por otra persona, pueden terminar, si así lo desea quien lo realiza, con el texto del mencionado cuento. De ahí su universalidad. Se le considera uno de los escritores más importantes de habla española. Nació en Tegucigalpa el 21 de diciembre de 1921. Hijo de padre chapín. Creció en la ciudad de Guatemala. Siempre se consideró guatemalteco. Para mí fue un privilegio el haber compartido en dos ocasiones con él, y el que, en algunos estudios, uno de ellos, de la española Francisca Noguerol Giménez, al analizar la narrativa breve de Guatemala, me incluya, entre otros escritores, junto a Monterroso, quien en el año 2000 recibió en España el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Sirva este texto como un homenaje previo a la conmemoración del centenario del nacimiento de Tito Monterroso.

PRESENTACIÓN

Ejercer la memoria es un acto de la voluntad para dar sentido a la vida y ordenar el caos de los acontecimientos del pasado.  Es una reconstrucción de vivencias que recoge emociones, una selección de sentimientos organizados al que se le asigna categoría.  Esa reducción histórica es la que queda cuando el escritor decide crear su propia interpretación de los hechos. Las memorias de Max Araujo pueden comprenderse según ese deseo “demiúrgico” de elaboración de la realidad.  El artificio de dimensionar las experiencias para sí mismo y para los demás.  En eso consiste el valor de su texto, en resituar lo ocurrido para legitimar lo auténtico y abandonar lo espurio.  Así, recordar a Monterroso como lo hace Araujo es retrotraerlo para reconocer aspectos de esa identidad compleja. Mario Roberto Morales, por su parte, nos ofrece su “invención de la monogamia”, un texto filosófico referido al tabú de la promiscuidad.  Como es habitual en nuestro escritor, más allá de su buena prosa, lo suyo es la provocación estimulante de ideas alternas, la crítica heterodoxa que anula (deconstruye) para volver a los orígenes y empezar de nuevo.  Es un ensayo para leer, discutir y debatir. Le recomendamos los demás contenidos de la edición, las contribuciones de Ana Pelicó, Adolfo Mazariegos y la carta de Jon Sobrino a Ignacio Ellacuría.  Este último texto, resume el universo valórico de las intenciones de nuestro Suplemento: el ser testigos de la verdad y compartirla con nuestros lectores.  Feliz fin de semana y buena lectura.  Hasta la próxima.

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