Svetlana Alexiévich nació en 1948 en Ucrania, hija de un militar soviético asignado a esa república, su nacionalidad es de Bielorrusia. En ese ambiente creció y se formó como periodista, inmersa en un domo generado por la victoria contra la Alemania Nazi por los soviéticos, todos ellos dueños de la gloria de las armas, ese era el tema de las reuniones, lecturas en la escuela, actos cívicos y recuerdos de los héroes de la confrontación mundial. Un tema envolvente hasta hoy día que se manifiesta en las estatuas y fiestas patrias de mayor envergadura en la Rusia actual. Por eso Svetlana se dedica a retratar la esencia de la Unión Soviética desde la II Guerra Mundial, la derrota de Afganistán, la catástrofe de Chernóbil y el Fin del Homo Sovieticus.
¿Pero cuánto era cierto de la historia? La escritora inicia por indagar el rol de las mujeres en la segunda confrontación mundial y se empeña en una odisea de entrevistas que fue recolectando sobre las experiencias de combate, las mutiladas, el retorno al hogar sin reconocimiento por el Estado, sin pensiones, ni resarcimiento por lo perdido en la guerra, dándole forma a su obra de “La Guerra no tiene rostro de mujer”.
La crudeza de las relevaciones de cada una de las entrevistadas le permitieron hacer del periodismo de investigación histórico un estilo propio de narrativa que cautiva a los lectores de sus obras, todas ellas unidas por la intensidad del dolor, la presencia de la muerte, el olor al miedo y una tenue luz de la esperanza en medio de la orgía de sangre de la confrontación que siempre está presente en los rescates narrativos de esos eventos desgarradores, en los que se involucran las naciones que conformaron la Unión soviética y que ahora, algunas son independientes de Rusia.
La narrativa utilizada en su producción es sutil, serena y dolorosa, marca una lectura de frente con las circunstancias de la guerra que dejan un sabor agridulce como la sangre, así como los grupos seleccionados para dar credibilidad a sus obras: mujeres que son borradas de las historias de guerra, pero que lucharon contra la amenaza teutona, huérfanos con testigos de la barbarie humana y jóvenes soldados recorriendo campos de batalla ajenos, incluso recogiendo los cuerpos mutilados de sus compañeros de armas para depositarlos en cajas de zinc y retornar sus despojos a la patria que ignora su entrega por una causa muerta. Con este vasto peregrinar de entrevistas desarrolla el contexto de sus obras “Los Últimos Testigos” y “Los Muchachos de Zinc”.
A lo anterior se suman los testimonios de Chernóbil, un accidente nuclear que afectó a Ucrania en lo particular y a Rusia en lo general. Los lamentos son aterradores, las historias personales inverosímiles, de la explosión a la tumba, un recorrido infame al igual que el silencio de las autoridades y las entidades mediáticas rusas son el andamiaje de su publicación, “Voces de Chernóbil”.
El derrumbe del sistema soviético también provocó el final del Homo Sovieticus que le dio vida a un sistema totalitario, con esquemas definidos por un adoctrinamiento profundo al que fueron sometidas varias generaciones soviéticas. Un cambio de vida radical que provocó la división de la sociedad moscovita con sus luces y sombras como todo en la vida.
Todo lo anterior fue recolectado por Svetlana como piezas de un gran rompecabezas, entrevistas de las más diversas, un universo de conceptos sobre la realidad y el futuro de los rusos con toda su complejidad. De la noche a la mañana cambió todo, nadie estaba preparado, fue una parálisis existencial para el Estado y sus ciudadanos, con múltiples laberintos recolectados en el libro “Final del Homo Sovieticus”.
Describir la incertidumbre de la catástrofe de la guerra con sus efectos secundarios (que son devastadores, inclusive, más que la misma confrontación reflejada en los inválidos, huérfanos, viudas, los desafortunados de la estupidez humana en los eventos bélicos) es la habilidad de la escritora bielorrusa que no solo recolectó las vivencias de estas diásporas sociales en la posguerra, sino que logró tejer con excelencia un retrato amplio, claro y profundo del sufrimiento en toda su variedad y magnitud. Prácticamente lleva al lector por los senderos de la muerte y la inseguridad a través de los relatos a corazón abierto de los participantes anónimos de esos tiempos de guerra y de Chernóbil.
El desarrollo y la madurez de la pluma de Svetlana la convirtió en la vocera del sinsabor de la existencia de los sobrevivientes de los eventos que marcaron la agonía del régimen de la Unión Soviética, la emancipación de naciones satélites y el inicio de una nueva. Todo ello, desconociendo el costo del pasado reciente y que da vida a una Rusia posmoderna que se aleja de los horrores de conducción política de los regímenes totalitarios con una política de olvido hacia los habitantes que entregaron todo por sus creencias ideológicas y que gracias a la disciplina de recolección de historias de vida que reunió Alexiévich tenemos un testimonio colectivo que es un testamento hacia las nuevas generaciones sobre el valor de lo que ahora tienen y que hace posible una nación en expansión con la posibilidad de un liderazgo a nivel mundial.
Alexiévich ha desarrollado su producción literaria gracias a las conversaciones con los ciudadanos e inmortaliza sus historias que tienen como común denominador el sufrimiento. Sus publicaciones dan voz real a la historia de varias generaciones, delineando al ciudadano soviético y postsoviético en los momentos de dificultades, demostrando al mundo el alma de una nación en conflicto y transición. Persigue los sentimientos de los involucrados en las grandes tragedias de la URSS, lo que afirma que “los sentimientos son realidad”. Es la creadora de su propio género literario, la Novela de Voces.
Debido al impacto en los lectores y críticos de sus publicaciones se le ha reconocido con distinciones y premios literarios: Oficial de la Orden de las Artes y de las Letras de la República Francesa, obtuvo el Premio de la Paz de los libreros alemanes 2013, el Premio nacional del Círculo de Críticos de Estados Unidos 2006 y En octubre de 2015, la Academia Sueca premia con el Nobel de Literatura por primera vez a un autora cuya obra es íntegramente de no ficción y se registraba el género del reportaje periodístico sujeto a ser reconocido con el más prestigioso reconocimiento a una escritora con la trayectoria sin igual como lo es Svetlana Alexiévich. El dictamen de la academia destacaba: “sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”
A pesar del éxito internacional y el reconocimiento de su obra con el Nobel de Literatura sus libros son prohibidos en Bielorrusia y Rusia, pero eso no desgasta el ser un referente critico de la Unión Soviética y su transición. Una técnica que combina la literatura y la crónica periodística permite la lectura de una historia ahora olvidada por los rusos y desconocida para los habitantes de este planeta.
PRESENTACIÓN
La literatura comprometida es la que en su trabajo creativo supera lo lúdico para situarse al frente con voluntad de cambio. Esa dimensión crítica la ha comprendido Svetlana Alexiévich, la escritora que a través de sus textos ha denunciado los mecanismos de funcionamiento de un sistema antidemocrático, opresor, pero sobre todo empeñado en la falta de reconocimiento de los derechos fundamentales en Bielorrusia. Jorge Ortega Gaytán, con su colaboración, nos ayuda a comprender el sentido de la lucha de la periodista caracterizando algunas de sus batallas expresadas en su producción bibliográfica. El texto es una introducción que anima a la lectura de la intelectual reconocida con el Premio de Literatura en 2015.
Sobre ella la Academia Sueca indicó que le fue otorgado el premio porque «su obra es un monumento al valor y al sufrimiento de nuestro tiempo». Y lo confirma Ortega Gaytán al afirmar que “la narrativa utilizada en su producción es sutil, serena y dolorosa, marca una lectura de frente con las circunstancias de la guerra que dejan un sabor agridulce como la sangre, así como los grupos seleccionados para dar credibilidad a sus obras (…)”. Lo invitamos a leer, además de la reseña comentada, los contenidos a cargo de Hugo Gordillo, Luis Antonio Rodríguez, Karen Gómez y Fernando Ramos. Los creadores guatemaltecos recrean sus vivencias y las revisten con el lenguaje propio del género que ejercitan. Por ello, su riqueza genera un efecto estético que reclama también una disposición frente a la vida. Esos resultados hacen la diferencia entre quien lee y el que solo se distrae. Un feliz fin de semana para usted. Hasta la próxima.