Luis Antonio Rodríguez Torselli
Historiador
El arte en todas sus manifestaciones es un don maravilloso que pocas personas realizan para satisfacción personal; en el caso de la música, es alegría de quienes lo degustan o la interpretan y para solaz de quienes lo observan, sienten y escuchan. Hace 15 años, escribí esta carta etérea para mi abuelo Felipe Rodríguez Padilla, de quien heredé, y también de mi padre y mi tío, el gusto por la música y la interpretación de la Guitarra clásica.
El tiempo pasa muy rápido y hoy en mi madurez, hago recuerdos que afloran sentimientos de identificación hereditaria y musical; naturalmente, la vena artística me ha llenado de vivencias tan hermosas y comunicantes que durante mi vida han sido forjadoras de mi espíritu. Gracias a Dios, a mi abuelo Felipe Rodríguez Padilla y a mi tío (mi maestro y padrino) Luis Rodríguez Rouanet por haberme proporcionado la mejor de las cualidades que yo mismo encuentro en mi persona.
Carta a ese abuelo que nunca conocí físicamente… pero que he conocido a través de su obra.
Nueva Guatemala de la Asunción, 16 de septiembre de 2005
Abuelo Felipe,
Lo que nos depara la vida… Partiste cinco años antes que yo pudiera conocerte físicamente. La intuición de cómo fuiste, cómo fue tu comportamiento y carácter, la he tenido siempre por medio de un autorretrato tuyo en donde estás tocando nuestro instrumento favorito: la guitarra.
Esto lo digo pues detrás de tu imagen está la Marcha fúnebre de Chopin y con una definición tan grande dentro del óleo, que se puede interpretar pues tiene señalados hasta los pianos y fortes y los ralentandos y demás dinámicas musicales.
Me has dado la impresión de que aparte de jodón socarrón como me contaron los Solís, eras un individuo retraído y muy entregado a tus aspectos artísticos: tu pintura, tu guitarra y sobre todo tu creación musical.
¿Cómo fue que pude llegar a compartir esa música que emana de nuestro instrumento común que, a través de Luis, mi tío, maestro y padrino, pude en un momento determinado interpretar? ¿Cómo fue que logré percibir esa parte lúgubre, o posiblemente melancólica de la interpretación?
Pero no todo es bonito, pues ahora viene el reclamo: ¿cómo pude llegar a tener también, al igual que Luis y tú, la parte jodida del corazón?
Tengo presente, y por lo tanto no lo olvido, el sueño de hace más o menos un mes en donde nos encontramos -los dos de la misma edad aproximadamente-, abrazados, caminando, platicando como dos amigos entrañables, pero sin llegar a ese punto, que positivamente sé que a los dos nos hubiera agradado sobremanera: podernos escuchar… y sin embargo ¿por qué no se pudo?
Con todo, he logrado, también desde que tenía 15 años, interpretar algunas piececitas, de las más sencillas, que hiciste para la guitarra.
¿Por qué ahora que ya estoy viejo y bastante artrítico, deseo interpretar todas tus obras y ya no puedo tocarlas como quisiera hacerlo?
Son cosas que no comprendo y que no comprenderé. Como te dije antes, la herencia buena -la música- y la mala -el corazón jodido- es indudable que derivan del mismo tronco: tus huesos; y aunque esta nota es de simpatía y agradecimiento pues sin ti y tus ancestros no hubiera logrado tener las satisfacciones que me ha proporcionado ese sublime arte efímero que es la música, presidida por Euterpe: «la que deleita» y la musa de la música.
En específico para nosotros, Dafne se hace presente, pues cuando la quiso alcanzar Apolo, le rogó a Júpiter que la salvara y el Olímpico lo hizo de tal forma que la transformó en Laurel… y Apolo, amándola todavía, adornó su lira y su frente con las hojas de Dafne ya convertida en laurel. Y fue con la madera de ese árbol, que se hizo la primera guitarra.
Los antiguos guerreros y emperadores adornaban sus cabezas con las hojas de ese árbol pues tenían la creencia que el rayo jamás caía sobre un laurel.
¿Por qué nos enamoramos de un artefacto humilde? tan humilde que actualmente sólo las clavijas son de metal y el resto es madera, desde la más humilde hasta la más preciosa: el palisandro, el abeto, ciprés, el arce, el cedro, el ébano y el laurel ¡que también un humilde artesano nos convierte en ese recóndito e íntimo instrumento!
Si Dios nos hizo con un poco de barro y un soplo divino, para hacer una guitarra necesitamos tantas especies forestales: y sin embargo, todos contemplan un tosco y vulgar trozo de madera pero no se fijan que en esos pedazos se encuentra toda el alma sonora de un bosque… de todos los bosques del mundo.
Esa guitarra que compartimos, tú, Luis y yo, cada quien en su momento, no de balde dijo el Presbítero y Licenciado Gaspar Sanz el inventor la guitarra moderna: que es una dama muy delicada, pero que en el fondo nos dice «Mírame y tócame…»
Creo compartir y no sé por qué tengo mucha certeza que también contigo, la guitarra fue de las primeras damas que amamos y que tuvimos una correspondencia por parte de ella que ya no fue posible dejarla, pues sus arrullos y sus sonidos, que en mí, a casi cincuenta años me tiene atrapado y por sobre todas las cosas, tiene la paciencia que no me reclama cuando no la he acariciado, aunque cuando en la soledad de su estuche se ha reventado alguna de sus cuerdas y descubrirlo, al verla he sentido el reproche, muy dulce, aunque también severo: «No te has acordado de mí». Eso ha sido más fuerte que un grito o que un algarabía pedante. La dulzura que me ha manifestado, siempre ha sido tranquila, calmada y suave, aunque enérgica.
¿Por qué abuelo, no pudimos conocernos? ¿Por qué no pudimos compartir ese amor caprichoso? ¿Por qué no pudimos interpretar un pequeño dúo, por simple que fuera?
Son preguntas que siguen sin respuesta y que no son reproches; son lamentos que como humanos no podemos comprender.
Algún día, quién sabe cuándo, podremos dar respuesta a todas esas interrogantes y tal vez tengamos la capacidad de respondernos uno al otro, posiblemente sin palabras, sino al acariciar nuestros instrumentos y trasmitirnos el uno al otro, todas esas respuestas que quedaron en el tintero.
Por de pronto, me lleno de satisfacción el poder contemplar tu autorretrato con tu guitarra y tratar de emular lo que en tu momento pudiste hacer con nuestro instrumento, aunque, debo confesarlo, a mí en lo personal me cuesta cada día más.
¿Cuándo y cómo podremos – y quién sabe si lo lograremos – interpretar juntos «El capricho Árabe, «la Danza Mora» y sobre todo «Recuerdos de la Alhambra”, además de todo aquello que dejaste escrito y yo ya no pude tocar?
Mientras tanto, viejo, sólo puedo decirte: Hasta pronto.
Chico.