Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Gran sorpresa constituyó para mí ver a Gedeón en la calle, parado frente a la puerta de mi casa, vestido con una especie de traje de enfermero y con una cajita metálica de esas que usan los mecánicos para andar llevando sus desarmadores, alicates, tenazas y otros aperos propios de su profesión.

-Hola vos –me dijo.

Luego de responderle el saludo lo invité a que entrara, sabiendo que tía Toya no lo puede ver ni en pintura; sin embargo ese día estaba de buenas y no dijo nada cuando lo llevé hasta el comedor y le ofrecí una taza de café.

-¿Y en qué andás, Gedeón? –quise saber.

El individuo adoptó una pose de gente importante, se enderezó un poco y se puso a explicarme que a raíz de haber encontrado un anuncio en el que ofrecían cursos exprés para aprender oficios útiles a la humanidad, decidió acudir a ver de qué se trataba la cosa, y que la cosa se trataba de aprender a hacer calcetas, a sembrar y cuidar flores, a zurcir calcetines, a enseñarles a hablar a los loros, a fabricar productos para matar cucarachas y a otros oficios más, pero que a él le había interesado un curso orientado a resolver los problemas que causan las uñas encarnadas de los dedos de los pies.

-No te podés imaginar la cantidad de gente que sufre de tal tragedia. Se ha calculado que una de cada cinco personas en el mundo padece de semejante calamidad, y es más, hasta ha habido uno que otro que ha intentado suicidarse ante tan terrible flagelo.

Al escuchar tales cosas me recordé de mi tío Mariano, el de Quezaltenango, que casi todo el tiempo andaba con un zapato de una clase y el otro de otra, debido precisamente al problema de las uñas encarnadas, y que el zapato que casi siempre usaba para el problema de sus uñas tenía una como ventana en la punta para dejar un poco libre el dedo. Y también recordé que tía Toya siempre se vive quejando de las uñas de sus pies. Le dije a Gedeón que me esperara un momento y me fui a buscarla para explicarle lo que Gedeón me acababa de decir.

-¿Y ese zopenco qué sabe de esas cosas? –me preguntó, llena de natural sospecha.

Le expliqué muy detalladamente lo que Gedeón me había dicho, y no muy convencida me la llevé para el comedor.

-Mirá Gedeón –le dije-, por favor explicale a mi tía lo que me acabás de explicar, ¿querés?

-Con mucho gusto, doña Toyita –le dijo este-. Pues va a ver que le estaba y contando a aquél (yo), que tomé un curso para solucionar el problema de las uñas encarnadas, y como uno nunca sabe, pues pasé por acá para ver si mis servicios podían ser útiles a alguno de ustedes.

Tía Toya se lo quedó mirando como con desconfianza pero con alguna curiosidad, y le preguntó cómo era eso de curar una uña encarnada.

-Pues va a ver –le dijo Gedeón- que es la cosa más sencilla del mundo. Digamos que si usted tiene una uña encarnada, yo, con el mayor de los gustos la puedo ayudar, mire, solo es cosa de que quedemos en un día que a usted le quede bien. El procedimiento es rápido y sencillo. Lo primero que tengo que hacer es lavarle bien su pie, luego, utilizando una bandita de hule de estas, mire, se la coloco en la base de su dedo, entonces le doy varias vueltas, como si se lo estuviera estrangulando; eso para que la sangre no pase; en seguida esperamos a que el dedo se le ponga un poco morado, frío y cabezón; después, en la punta de su dedo le pongo una inyección de un producto especial que sirve de anestésico; es claro que debido a la presión que estamos ejerciendo en el dedo haya cierta hemorragia, pero es poca; al ratito ya usted no siente nada, entonces yo, con esta cuchilla, mire, se la introduzco entre la uña y la piel hasta adentro, a modo de desprender la uña; luego, con esta tenaza, mire, también se la introduzco entre la uña y la piel y después de afianzarla bien le doy un jalón y afuera la uña y usted no siente nadita gracias a la anestesia. Es claro que ahí sí habrá alguna severa hemorragia pero para eso traigo estas venditas, mire, le coloco un poco de agua oxigenada, le envuelvo su dedo con las venditas y con un poco de algodón, se lo cubro con micropore y listo, y hasta le dejo su uña de recuerdo para que la guarde en donde usted quiera. ¿Qué le parece?

Yo estaba tan atento a las explicaciones de Gedeón que cuando volteé a ver a mi tía me espanté, ya que la pobre se había puesto pálida como un cadáver, tenía los ojos un poco saltados y no decía nada. Poco a poco se levantó y se fue para adentro. De inmediato me fui atrás de ella y la encontré en la cocina, tratando de llenar un vaso con agua pero le temblaban las manos, por lo que la ayudé. Poco a poco se fue reponiendo y cuando por fin pudo hablar me pidió que le dijera al animal ese que saliera inmediatamente de la casa.

Con las cortesías del caso me fui a decirle a Gedeón que mi tía se había sentido súbitamente indispuesta; un ataque de nervios o cosa semejante, pero que le agradecía mucho su visita y sus explicaciones y que en cuanto se le encarnara la uña lo estaríamos llamando.

-Con mucho gusto, vos, ya sabés que estoy a la orden, y si a tu tía le dan ataques de nervios decile que no se preocupe, que el próximo curso que voy a tomar es para tratar a gente nerviosa.

Lo fui a dejar a la puerta y me regresé a atender a tía Toya.

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