Hugo Gordillo
Escritor
Francia, huérfana de Revolución por las traiciones burguesas, y Europa recuperándose del pisoteo napoleónico, se aferran a un doble escape: hacia el pasado irreal y hacia el futuro utópico. Un escape ilusionista que moldea la cultura del Romanticismo caracterizada por el qué me importan el momento histórico y la dialéctica social. Se acaba el estira y encoge entre la idea y lo real, entre el individuo y la sociedad. Adiós racionalismo, bienvenidos sentimiento e imaginación, ya sea que se llame idealismo en Alemania, arte por el arte en Francia o esteticismo en Inglaterra.
En ese nuevo mundo apátrida, solitario, de extrema sensibilidad y miedo al presente, Goethe reina con su novela “Las penas del joven Werther”, que conduce a cientos de jóvenes a hacer realidad la ficción del texto, suicidándose por el amor no correspondido. El primer ideal es el femenino. La mujer es una diosa con atributos físicos por encima de todas las gracias. También es decepción porque, como puede ser el cielo del enamorado también puede ser su infierno.
La mujer en el poema es esbelta, alta, de pelo rizado y ojos azules. El arquitecto se pierde en el historicismo y se vuelve ecléctico, construye puentes y estaciones de ferrocarril, así como edificios requeridos por la revolución industrial a base de hierro y vidrio. Su estilo medieval da origen al neobarroco, el neogótico, el neorrococó… El escultor oscila entre el cielo, lo humano y lo natural, hasta que se convierte en “animallier” o tallador de animales salvajes como los de la Reforma en ciudad de Guatemala. Aunque siempre afines al barroco, los pintores ponen motivos modernos en sus creaciones.
La forma puede ser antigua o mítica, pero el contenido está a la moda con temas dramáticos y de costumbres populares y paisajes que le recuerdan al hombre que es tan insignificante como un grano de mostaza, cuando el ideal es morir en soledad, de amor y joven entre la locura y la tuberculosis. La soledad es buscada y evitada, como un mundo en época de coronavirus. Géricault, joven víctima del romanticismo, embaraza a su tía y huye a Roma. Con influencia caravagista, retrata locos, maniáticos y ejecutados para plasmar el dolor humano. Pintor de caballos en movimiento y aficionado a montarlos, muere a los 32 años tumbado por una bestia.
La pintura oscila entre lo místico y lo social. Al romanticismo en manos de aristócratas, como Chateubriand, devoto de la Iglesia, el rey y la caballería, le sucede un romanticismo liberal en manos de plebeyos como Víctor Hugo en los albores de la segunda Revolución Francesa, donde los pobres y los nuevos románticos se vuelcan contra los cánones de la alta burguesía. El pueblo lee la poesía idealista de los poetas-dioses o la novela moderna sicologista y vampiresca. Se degusta con la democratización del teatro y se encariña con el vaudeville, comedia con canciones intercaladas; y el sentimental melodrama.
Las tertulias literarias ya no son propias de las academias y de los salones nobles. Ahora se realizan en las casas de escritores, artistas, críticos y parte de su público. Los cenáculos o clubes donde se reúnen les dan sentido de comunidad, pese a su individualismo y su soledad. Creadores de un lenguaje popular, cotidiano y dialectal, en contraposición al rebuscado y rebuznado lenguaje aristocrático, los literatos se ganan el título de artistas de la palabra abordando los problemas entre individuo y sociedad. La nueva literatura crea un lenguaje romántico que se entiende en cualquier parte de Europa y las colonias americanas que luchan o gozan ya de sus independencias.
La sumatoria de los artistas plásticos a estos círculos desemboca en la bohemia introducida por los gitanos checos que viven despreocupadamente en París. Desde los bulevares de cafés y tabernas como los de Montmartre, el romántico le hace frente al viejo burgués traidor, metalizado e hipócrita con una avanzada de jóvenes creadores pobres, pero honrados e idealistas, que luchan contra los convencionalismos de su época. Los jóvenes representan el progreso, lo justo y lo popular; los viejos, lo vetusto, lo injusto y el filisteísmo. Si nació devoto de la sotana, el romántico se convierte en satánico o ateo frente a una iglesia y un Dios que le dan la espalda.
Si creía en la corona real, ahora se la mienta al rey y a la retahíla de burgueses conservadores que lo rodean. La conciencia y la acción popular se reflejan en el cuadro de Delacroix, La Libertad guiando al pueblo, que representa la lucha contra el último rey borbón y bravucón, Carlos X. Para Francia es uno de los grandes símbolos románticos de la lucha contra la tiranía política. Para Europa, la lucha popular contra la tiranía económica derivada de la Revolución Industrial financiada con el saqueo genocida de las colonias americanas y la venta de esclavos africanos.
El obrero sabe que su trabajo está convertido en mercancía y está obligado a vender su salud, su seguridad, su intelecto… su vitalidad. Quizás el Romanticismo es el gran espejo donde se refleja la vida de Delacroix, saltando a la libertad para crear su cuadro más revolucionario tras haber echado por la borda su depresión, su aburrimiento, su soledad y su vacío existencial. Por eso escribió que una pintura debe ser una fiesta para la vista.