Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura
-Fijate vos –me dijo Gedeón- que a la Marina se le murió su hijo.
-¿Y eso? –quise saber.
-Pues fíjate que si no estoy mal, andaba con unos sus amigos arreglando no sé qué negocios y parece que le vino un barajusto y se murió.
La mera verdad es que uno se preocupa cuando conoce este tipo de noticias. Y se preocupa porque uno también tiene hijos y yo me imagino que una de las peores tragedias que pueden sucederle a cualquiera es que se le muera un hijo. Y me recordé de la Marina, de cuando éramos apenas unos niños de la escuela y jugábamos a las comiditas y al arranca cebolla y al electrizado y otros juegos que uno jugaba antes en la escuela. Y me recordé de Pancho Pérez, que una vez se apareció con que le gustaba la Marina y que le iba a hablar para que fuera su novia pero nunca le dijo nada, solo se ponía a cantarle la canción del Pescado Nadador y en eso terminaba la cosa. Y al menos yo, en esa ocasión me quedé un poco estupefacto ante la noticia porque mirándolo bien, la Marina era un poco feíta. Blancuzca pecosa y flaca; además, en ese tiempo yo les tenía miedo a las mujeres.
-Pues viéndolo así –le dije a Gedeón-, yo creo que sería muy del caso que le fuéramos a dar el pésame, ¿verdad?
-Claro, vos –me dijo-, pero ni sabés qué, como aquella vive hasta por allá por la Primero de Julio, yo digo que mejor nos ponemos de acuerdo y el sábado nos vamos a verla un poco más despacio y más tranquilos. Acordate que ahorita ha de estar deshecha por la muerte de su hijo.
Me pareció prudente la observación de Gedeón, por lo que quedamos de juntarnos ese sábado para ir a visitarla; además, creí conveniente llevarle un ramo de flores o alguna cosa; sin embargo decidí consultarle a Papaíto y me fui a buscarlo. Lo saludé con el respeto y el aprecio de siempre, le pregunté por su salud y por la de su señora esposa, la de sus hijos y todo lo demás y le pedí su opinión sobre lo que él consideraba que estaría bien llevarle a la Marina.
-Pues ve –me dijo-, en estos casos lo mejor es llevar una magdalena o unos pasteles, ya que si la van a visitar, lo más seguro es que les va a ofrecer café o alguna cosa de tomar.
-¿Y si le llevo unas flores?
-Esa sí sería una muy buena idea, llevarle un su ramo de rosas blancas. Las flores blancas son un símbolo de respeto y de aprecio; además, a todas las mujeres les gusta que les regalen flores.
Y no lo pensé más, así que ese sábado, desde bien temprano me fui al Mercado de las Flores, conseguí un ramo de rosas blancas, frescas y que se miraban muy elegantes. En cuanto se apareció Gedeón nos fuimos a tomar el bus para cumplir con nuestro deber de solidaridad con la que había sido nuestra compañerita de clases y de juegos infantiles. Durante el camino se comenzó a llenar de gente el bus, al extremo de que cuidar mis flores se volvió un ejercicio casi de supervivencia; pero, a pesar de mis cuidados, luego de un frenazo que dio el chofer, una señora se me dejó venir encima y no me dio tiempo de nada. Me aplastó mis flores. Y brava la doña me comenzó a reclamar que por mi culpa se había arañado un brazo con las espinas. No le hice caso y arreglé como pude mi ramo, pero fue por demás, quedó tan maltratado que al bajarnos del bus lo primero que hice fue buscar un basurero para dejar ahí el ramo.
-¿Y ahora qué le llevamos? –quiso saber Gedeón.
-Nada, no le llevaremos nada, que se conforme con que la vinimos a ver –le respondí, un poco corrido y molesto.
La cosa es que eso de encontrar direcciones en la Primero de Julio es una labor bastante complicada, pero preguntando por acá y por allá, y luego de media hora de andar dando vueltas bajo un sol rabioso dimos con la casa. Tocamos y nos salió a abrir la Marina, precisamente. Como yo sabía a quién buscaba, a pesar de los años la reconocí de inmediato, pero ella a nosotros, no. Luego de que yo pusiera cara de gente consternada y de las explicaciones pertinentes nos reconoció, y muerta de la risa nos pasó adelante. De inmediato le hicimos saber nuestra pena por la pérdida de su hijo y le dijimos las correspondientes expresiones de pesar.
-Ay sí ustedes -nos dijo-, muchas gracias por haber venido. Pues sí, se me murió mi Esteban. Como él era diabético, por andar en una jugada de gallos se tomó sus tragos de más y comió chicharrones y carnitas y en la noche se puso malo y me llamó y me dijo que se sentía muy mal y que creía que se iba a morir, entonces yo le dije que si quería aceptar al Señor y él me dijo que estaba bueno, y solo dijo eso y se murió, pero yo estoy muy feliz porque se fue directo al cielo. Y hubieran visto su entierro, llegaron todos sus amigos, y como a él le gustaban los gallos, le adornaron su caja con plumas de gallo, hubieran visto qué bonito, y como también le gustaban los caballos, también le clavaron unas herraduras a su caja, vieran que cosa más linda su entierro. Y unos mariachis por aquí y otros por allá y claro, mi nuera estaba muy mal pero yo le dije que tenía que estar contenta porque Esteban estaba a un lado del Señor, ya sin tanto sufrimiento y tanta angustia. Para mí, estos días han sido de gloria inmensa porque él ya está en el cielo.
Y así continuó explicándonos muy felizmente la maravilla que había sido para ella que se muriera Esteban y hasta nos trató de convencer para que asistiéramos a su iglesia. Le dijimos que estaba bueno, pero como se puso un poco necia con el tema mejor nos despedimos y nos fuimos para la calle.
-Vos –me dijo Gedeón cuando ya veníamos de regreso-, menos mal que los amigos del Esteban no tocaron el tema de las mujeres, que a aquél le encantaban, ya que de pronto también le hubieran pegado algunos posters de mujeres desnudas en la caja.