Percy B. SHELLEY

La leve sombra de un poder ignoto sobre nosotros ciérnese invisible.
Huésped que baja a este diverso mundo, morando en él con tan fugaces alas como los tenues vientos del estío
que ondean por las flores. Semejante a ese rayo de luna que la cima
del elevado monte de luz baña, su fugitiva aparición visita
el triste corazón de los humanos: matices y armonías de la tarde,
nubes que en luz de estrellas se derraman, recuerdo de una música remota,
algo que por su gracia es adorado, y todavía más por su misterio.
Alma de la belleza que consagras con tus colores todo lo que enciendes sobre la forma y pensamiento humanos.
¿Adónde huiste? Di, ¿por qué nos dejas en esta oscura condición, en este
triste valle de lágrimas desierto? Dinos por qué la luz solar no trenza eternos arco iris sobre el monte
y algo se esfuerza y muere que entrevimos un instante…

. . . . .

El día es más solemne y más sereno al declinar la tarde. En el otoño
hay brillos en el cielo, hay armonías que el ardoroso estío desconoce como si fueran algo inexistente.
Tú cuya fuerza descendió lo mismo

que la verdad de la naturaleza sobre mi triste juventud antaño,
de hoy más tu calma cede a mi destino, yo que me consagré a tu culto amando todas las formas que te contenían,
Espíritu sereno, cuyo hechizo
a mi propio temor me encadenara
y a amar por ti la humanidad entera.

(Traducción de Vicente Gaos)

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