Hugo Gordillo
Escritor

El catolicismo se relame las heridas de Lutero y se resigna por la pérdida de influencia en algunos países. Se subordina a los intereses de los estados donde lo declaran religión nacional. La Iglesia católica tiene su capital en Roma. De la mano de su arquitecto estrella, Lorenzo Bernini, construye templos y capillas para popularizarse. No vaya a ser que aparezca otro machetero y la haga picadillo. Interesada en el culto, más que en la fe, la curia contrata artistas para que le hagan monumentos sepulcrales y de santos, relicarios e imágenes para bóvedas y altares. Impulsa un arte con ideas y formas sencillas, pero no lo quiere tan popular. Ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre.

El arte barroco tiene estilos diversos, según los países y las culturas, sin sentido unitario, pero macizo y espacioso. Despierta un sentimiento de inagotable, incomprensible e infinito. Todo es síntesis y subordinación y ninguna de las partes tiene autonomía. Es una enredadera artística que no se sabe dónde empieza ni dónde termina. Los primos Caracci inician el arte eclesiástico moderno con una visión clasicista que hace de Roma la ciudad barroca por excelencia. Pero una piedra en el camino le enseña a la Iglesia que hay que rodar más bajo.

Caravaggio, con una visión naturalista, echa por tierra la grandeza y la nobleza que los curas quieren en las representaciones religiosas. Para pintar pasajes bíblicos, escoge sus modelos entre prostitutas, niños de la calle y mendigos. Por eso, algunas veces es rechazado, a pesar de su maestría que prescinde del boceto y el dibujo para ofrecer obras con grandes y profundos sombreados en combinación con pequeños haces de luz que encandilan a cualquiera. Caravaggio y su tenebrismo explosivo es el primer artista moderno rechazado por su originalidad.

En la España católica de jeta y rabo, Diego Velásquez brilla en Sevilla, la ciudad cosmopolita que tenía el monopolio del comercio con América, hasta que se convierte en el pintor del rey. Los escultores aplican el sombreado y el movimiento de las figuras, actuantes teatrales sobre metal y mármol. Aunque más se populariza el arte eclesiástico con imágenes devotas en madera. Es entonces cuando se crean las procesiones callejeras, trasladadas a América por conquistadores y colonizadores. En la capital del Reino de Guatemala, los invasores cargan a sus santos en las calles de Santiago de los Caballeros con espadas al cinto, por si surge una rebelión india. Realismo expresivo de pasión y muerte para criminales creyentes derrotistas del Cristo torturado y asesinado.

El caravaggismo es retomado por Rembrandt en Ámsterdam. Esta ciudad holandesa se convierte en el gran mercado monetario entre el norte y el sur europeo. El arte de Holanda es eminentemente burgués, sin los dictados eclesiásticos. Aquí no existen las imágenes devotas. Aunque los pintores plasman algunos pasajes bíblicos, la mayoría de sus motivos son de la vida diaria con sus cuadros de costumbres, retratos, paisajes y bodegones en formatos pequeños. Su público es una gran cantidad de burgueses que abaratan el precio del arte. Amberes es quizás la ciudad con más obras por casa y con más maestros de pintura y grabado que panaderos y carniceros. Así, los artistas sobreviven del arte y tratan de vivir mejor con algún trabajo extra. Rembrandt, de ser maestro reconocido pasa a ser empleado de un taller artístico cuando lo excluyen del proyecto de pinturas para la Municipalidad.

Con su lema: el Estado soy yo, Luis XIV acaba con el arte individual, los talleres privados y los mecenas personales en Francia. Ahora, junto con los escritores, los artistas sirven al Estado bajo un academicismo riguroso que establece los cánones artísticos en un ámbito de cultura autoritaria. Atrás quedan los salones que rompieron con el Manierismo. ¡Ah, los salones de monsieur y madame!, donde las mujeres emprenden su emancipación, abordando, con medianos estudios, el arte, la literatura y la política por medio del arte de la conversación. El “rey sol” uniforma a los artistas, como lo hace con los estamentos de nobles, reducidos a simples cortesanos. Adiós a las iniciativas personales naturalistas.

En las bellas artes se nota el saludo uno que los creadores le hacen al rey, para quien todo debe ser perfecto como el yo del tirano. Las normas de la estética son palabra del dios vivo y gobernante. Quien las sigue, goza de prebendas, puestos oficiales, títulos y encargos públicos frente al único cliente de arte: el rey. Como el Estado es el que enseña arte, se da el lujo de llevar registros académicos en el otorgamiento de premios, pensiones y permisos para exponer bellezas, llamadas artes industriales por parte del Estado.

Convencidos o a regañadientes, todos lanzan vivas al primer hijo de Francia, incluidos Le Vau, el arquitecto del Palacio de Versalles, donde Luis XIV celebra sus fiestas, como el dramaturgo Moliere, popular entre todos los estamentos por sus críticas. Si bien le da palos en sus obras a condes imbéciles como a labriegos pícaros, jamás la emprende contra la nobleza, la iglesia y la monarquía, de la que es su protegido. A pesar de ello, Moliere es el progresista Moliere. Al imperialismo político corresponde un imperialismo intelectual manifiesto en el arte barroco a la francesa.

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