Carlos Velásquez
Profesor Universitario

El fin de la guerra fría congeló las ideas de la izquierda. Esta, que siempre era la que proponía, se fue acomodando a solo responder a las propuestas revolucionarias de la derecha. Se fabricó un recetario de respuestas y se echó a dormir la siesta que ya tarda más de veinte años. Ahora vemos con pasmosa preocupación que las celebridades de la izquierda no hacen más que repetir las fórmulas de las otras celebridades de la izquierda. Por supuesto, cada una de ellas metaforiza y perfuma sus respuestas con chisguetes de originalidad.

El discurso de la izquierda actual terminó siendo una metáfora del discurso de la izquierda tradicional. La derechona posmoderna hincó colmillo en el cuello de la izquierda y agotó su sangre gota a gota, metáfora a metáfora.

Vemos los preclaros análisis de coyuntura de Chomsky que repiten, en cada uno, lo que la vieja izquierda dijo desde hace más de un siglo y que necesita seguir oyendo: que Estados Unidos es el imperio del mal. Como complemento, vemos a Eduardo Galeano gritar que el imperio norteamericano es un lobo que viste su discurso con piel de oveja, pero que es el mismo lobo que alimenta a las ovejas hasta convertirlas en lobos con piel de oveja que después ataca. Y todo ello es cierto, lo ha sido desde hace dos siglos y lo seguirá siendo por algún tiempo. Los analistas de izquierda se meten a internet, descifran los documentos desclasificados de la CIA y aportan datos, cifras y metáforas, pero no dicen nada nuevo.

Sin embargo, la poesía es siempre propuesta y Gustavo Bracamonte es poeta. Es, además, un poeta de los que Ana María Rodas definiría como de la izquierda erótica: su amada Amalia es un refugio amoroso, carnal, sexual, contra el mundo y sus contradicciones e injusticias.

(…) pero Amalia, apareciste y me salvaste de la iniquidad y de atravesar la ciudad vendido por anhelos sucios (…)

Pero, ¿quién es Amalia? Gustavo Bracamonte nos la va construyendo verso a verso, metáfora a metáfora. En Buenos días, Amalia, poema que inaugura este poemario, Amalia es la semilla negra, los ríos, las bahías… en fin, la naturaleza idílica que sirve de refugio al poeta para liberarlo de la cotidianeidad. Amalia es el ser que logra que la cotidianeidad de la prensa, la oficina, los anuncios, el trabajo, sean tolerables; es la fórmula perfecta para la evasión de un mundo que el poeta entiende, pero no comparte.

El poeta no nos define a Amalia en positivo, por lo que es, sino por su negación: Amalia no es la modelo de los anuncios,

(…) semidesnuda, perfecta, con los senos herejes.
Esa mujer no eres tú, Amalia, no tiene tu sonrisa,
tu mirada diametralmente opuesta al mercantilismo.

Amalia tampoco puede ser

(…) esa muchacha rubia
de labios granates que llora y se tiene
a patalear sobre la cama de una de esas escenas de telenovela. (…)
Esa mujer del cine que besa y luego se desnuda apresuradamente y grita (…)

Eso la haría ser una mujer falsa, vacía. Amalia tampoco tiene nada que ver con el obsceno mundo, la ciudad, el ruido, la sangre no derramada, los mendigos, el tedio, el aburrimiento. Amalia es un ser que está más allá del bien y del mal, lejos de anuncios insustanciales; es, para el poeta, “la medida de un anillo de deseos” la pócima contra el aburrimiento, los hábitos mundanos, la rutina; la respuesta humana a la ciudad deshumanizada; Amalia es el cúmulo de sueños del poeta que transita en un país sin terminar.

Amalia es la membrana que protege al poeta del contacto con la realidad. Esta afirmación pareciera un contrasentido al referirse a un poemario cargado de erotismo. Sin embargo, el erotismo que abordan los poemas es platónico. El cuerpo de Amalia se presenta como algo intangible, incorpóreo, perfecto, irreal. Precisamente, esa intangibilidad hace que cualquier contacto con el mundo y la vida resulte doloroso. A pesar de que todo el poemario habla de sexo, este es siempre una construcción platónica. El cuerpo de Amalia, tantas veces recorrido por las palabras del poeta, es abstracto, perfecto, ideal. En el erotismo de Bracamonte no hay lujuria. Existe solo el deseo de estar fundido con un cuerpo (y un amor) idealizado, incorpóreo, como la Laura de Petrarca.

Amalia significa la necesidad de evasión del poeta. La realidad le resulta agreste y acude a los sueños; pero la misma realidad es castrante:

Me lanzo a las calles para soñarte desnuda,
íntegramente desnuda,
pero la ciudad no me deja soñar (…)
Duermo en el campanario de la tierra para soñarte desnuda,
totalmente desnuda,
pero las necesidades no me dejan.

Por ello, el poeta no tarda en homologar a Amalia con el sueño que necesita para alejarse de esa realidad:

Caigo a la cintura de sueños y todo queda
detrás del horizonte y no puedo soñarte desnuda,
totalmente desnuda, porque estás así,
desnuda apretándome con el sueño voluntarioso de la vida.

Ese sueño que es Amalia, resultó el remedio para que el poeta pudiera apartarse de su mundo de denuncia. El poeta, anclado en el análisis de la sociedad, absorto recurriendo a la historia de capitanes y salvajes, necesita apartarse de él; entonces….

Amalia, apareciste y me salvaste de la iniquidad
y de atravesar la ciudad vendido por anhelos sucios.

Quizá todo lo anterior encuentra una síntesis en el poema Amalia, mi ideología. Este es quizá el ars poética de Bracamonte. En él se resume el planteamiento ideológico que sustenta todo el poemario: el político militante de la izquierda abandona la lucha social y se refugia en la lucha amorosa, erótica, individual:

Te confieso que soy un político inteligente,
ahora que el mundo está lleno de guerreros,
cada quien se reparte el agua, la vida y han
cambiado a Dios por la bomba nuclear, ahora,
Amalia, sos mi ideología, mi fortaleza,
el poder de la sangre las flores, el himno que carece de estrofas (…)

El guerrero se transforma en romántico, que aprecia la vida. Por ello se construye un mundo, Amalia, en donde caben sus antiguas luchas:

Amalia, eres semilla,
el Estado sin fieras ni ángeles, el aeropuerto de mis
utopías y realidades. Eres, Amalia, todo el amor.

En síntesis, el poemario Amalia plantea el amor utópico, de pareja, como escape a la realidad caótica y como alternativa a las luchas sociales y a las utopías políticas.

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