Roberto M. Samayoa Ochoa
Asociación Dos Soles
Equidad de género y masculinidades

La tonsura, acto por el cual un hombre era admitido dentro del orden clerical en la iglesia católica, consistía en cortar una parte del cabello ya sea en la coronilla, o rasurar una media luna al frente de la cabeza o bien cortar la totalidad del cabello. Como tantas otras costumbres y ritos, este fue tomado de los griegos y los romanos para significar pertenencia a un señor. Cortar el cabello significaba renuncia a la propia voluntad y se aceptaba que el señor tenía la potestad y la sabiduría – emanada de la divinidad – para decidir por el esclavo.

Ser una persona que somete su voluntad a la de alguien más es una contradicción dado que entre las características de la persona se encuentran el poder gozar y ejercer la voluntad y la libertad. Sin embargo hay formas sociales y de gobierno para las cuales hacer creer a las personas que deben ser sumisas es una condición ideal para el sometimiento. Una persona sumisa no tiene opinión, tiene condicionada la libertad y secuestrada la voz. El señor, el dueño, el patrón, es propietario absoluto de los elementos anteriores y por lo tanto es omnisciente y omnipresente.

Guatemala ha tenido a lo largo de su historia republicana a personajes como Justo Rufino Barrios, Manuel Estrada Cabrera, Jorge Ubico, Efraín Ríos Montt y Álvaro Arzú que encarnan esta idea medieval y colonialista. Las imágenes de estos hombres asociadas al ejercicio del poder, al Ejército, al poder económico y a la relación con la divinidad son elementos importantes en la construcción de este concepto de señor, de amo y jefe en el imaginario guatemalteco pero son solo la parte más evidente de esta cultura patriarcal.

En esta serie de vasos comunicantes, la sumisión y el poder ocurre concomitantemente en el mundo empresarial, en donde muchas veces el patrón es el dueño de la voluntad y del tiempo de sus empleados – ahora llamados colaboradores o socios – y de su derecho de asociación, de sus vacaciones o de su salario digno y estos a su vez son vistos por el trabajador como dádivas del señor generoso más que como derechos; y en el ámbito familiar, en donde el llamado señor de la casa ejerce en muchos casos el poder omnímodo. En todos los casos se construye una relación de dependencia entre el amo y el esclavo.

Tampoco es casualidad que en la calle quien ofrece cuidar el carro, lavarlo, vender algún producto o servicio, se refiera al cliente, siempre que este sea hombre, con la palabra jefe, o cuando al comprar o adquirir el servicio y se busca alguna ventaja y se interpreta que quien vende tiene el poder o la posibilidad de decidir, automáticamente adquiere también este estatus. Nombrar jefe a la persona con quien se interactúa me ubica en una posición simbólica de sumisión y automáticamente coloco a la otra persona como “el señor”. Una vez más el humor es el vehículo del imaginario social por lo que llamar Mi Lord al presidente Alejandro Giammattei, más que un chiste, refleja la mentalidad de esclavo, no de ciudadano.

La sumisión alimenta la construcción de relaciones de poder. A mayor ejercicio de poder, corresponde menor ejercicio de derechos y viceversa. El señor es quien sabe, quien manda, quien tiene el poder y quien puede decidir aún por encima de la propia voluntad. Al señor no se le puede ver de frente, como iguales, a los ojos.

En el anecdotario reciente del país hay dos hechos que reflejan cómo se apela a la mirada como elemento significativo de ejercicio de poder autoritario. El primero, es el de Thilly Bickford, ex candidata a diputada quien increpa a una persona en el Congreso: “Cree que le voy a bajar la mirada. No, nunca a nadie como usted”. La señora se asume como alguien superior quien espera que sea el interlocutor quien, en señal de sumisión, baje la mirada. El otro hecho es el del ex magistrado del Tribunal Supremo Electoral Jorge Mario Valenzuela quien tramitó una sanción disciplinaria contra el auditor de la institución aduciendo que el funcionario “lo había visto a los ojos” lo cual se interpretó como “una falta de respeto hacia su alta investidura”. La alta investidura hace recordar a las monarquías investidas directamente de poder por parte de Dios, elemento también de un imaginario medieval. Ambos casos son cruce de caminos para evidenciar relaciones de poder desde las esquinas del género y el poder, desde la clase social y desde la pigmentocracia.

Asumirse como no ciudadano es asumir la postura de no tener ni ejercer derechos, de ceder la voluntad, la autodeterminación y la libertad de pensamiento. Nada difícil de asumir en una sociedad como la guatemalteca en la cual muchas personas elucubran sobre lo que son los derechos humanos asumiendo que son una suerte de prebenda para delincuentes; en donde muchas personas tampoco se asumen como sujetos de derecho sino como beneficiarios de la filantropía y en donde muchos más no tienen las condiciones educativas para comprenderlos y exigirlos. Pareciera que el país es una suerte de parque temático medieval en donde reina la superstición, donde no hay más que la ley divina y en donde reina el señor feudal o “mi lord”. Tal como señala Pierre Bourdieu, los hombres y las mujeres son víctimas de la socialización de una representación dominante de la llamada masculinidad hegemónica.

Pertenecer a un señor, entregar su trabajo a cambio de vivienda, alimentación, seguridad o incluso estar dispuesto a entregar la vida por la “dignidad” del señor no es una realidad muerta en el Medioevo sino que en la república se convierte en la convicción de que la elección democrática es una pantalla pero que en realidad quien decide es la divinidad y que por lo tanto la persona, como súbdita, no como ciudadana, no puede cuestionar lo que dice su señor quien puede incluso conculcar cualquier derecho. Por lo tanto, al estar por encima de la ley, el señor puede ser corrupto, inepto o “presentarse desnudo” porque la autoridad en realidad descansa en dios y a él no se le puede cuestionar.

La promulgación de los (llamados en ese entonces), Derechos del Hombre en el siglo XVIII, la construcción de todo el entramado de lo que significa república, saberse sujetos de derechos, decidir sobre el propio cuerpo y la sexualidad, gozar de la libertad individual, de asociación, alcanzar la igualdad ante la ley, ejercer la ciudadanía plena, tener derecho a elegir y a ser electo, tener derecho a la educación, a la salud y libertad de movilidad y de hacer con la propia vida lo que se quiere, es invaluable para quien se asume como ciudadano o ciudadana y también para quien mantiene su libertad interior la que, como diría Viktor Frankl confiere sentido e intención a la existencia.

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