He hallado la definición de belleza, de mi belleza. Es algo ardiente y triste, algo muy vago, que deja curso libre a la conjetura. Voy a aplicar, si se quiere, mis ideas a un objeto sensible, al objeto, por ejemplo, el más interesante en la sociedad: a un rostro de mujer. Una cabeza seductora y bella, una cabeza de mujer quiero decir, es una cabeza que hace soñar a la vez, pero de manera confusa, de placer y de tristeza; que implica una idea de melancolía, de lasitud y aun de hastío; bueno, una idea contradictoria; es decir, un ardor, un deseo de vivir, asociado con una amargura refluyente, como preveniente de privación o de desesperanza. El misterio, la añoranza, son también caracteres de lo bello.

Una hermosa cabeza masculina no necesita implicar (excepto quizá a los ojos de una mujer) esa idea de placer, que en un rostro de mujer es una provocación tanto más atractiva cuanto el rostro es generalmente más melancólico. Pero esa cabeza contendrá también algo de ardiente y de triste —necesidades espirituales, ambiciones tenebrosa- mente reprimidas—, la idea de una potencia amenazante y sin empleo, a veces la idea de una insensibilidad vengadora y a veces también —y éste es uno de los caracteres más interesantes de la belleza— el misterio, y, en fin (para tener el valor de confesar hasta qué punto me siento moderno en Estética), la desdicha. Yo no pretendo que la alegría no pueda asociarse a lo bello; lo que digo es que la alegría es uno de sus ornamentos más vulgares; mientras que la melancolía es, por decirlo así, su ilustre compañera, al punto que yo no concibo apenas (¿será mi cerebro un espejo embrujado?) un tipo de belleza en el que no haya desdicha… (Fusées X).

Artículo anteriorEl servicio de realidad virtual Samsung XR cerrará el 30 de septiembre
Artículo siguiente¿Qué puede venir después del coronavirus?