Por: Valeria Cerezo
Sor Juana Inés de la Cruz no sólo fue la monja que escribió “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”.
Ignoré su trabajo por años, hasta que me enteré de que llegó al convento porque ahí tenía acceso a los libros y libertad para escribir. Fue devoción inmediata.
La sociedad y la época en las que le tocó nacer a Juana Inés Asbaje y Ramírez no le permitían ejercer autonomía alguna; lo que más anhelaba era ir a la universidad y vivir sola, dedicada al aprendizaje. Juana era la jovencita que rechazó el claustro del matrimonio para ejercer su libertad dentro de un convento. Eligió la erudición por amor al conocimiento, y el reconocimiento de la belleza a través de la erudición. Fue una persona que usó todos los recursos e ingenio disponibles para entregarse al cultivo del intelecto y la excelencia con un ardor casi místico. Hay una anécdota de la niña Juana: a los siete años ella se cortaba cuatro dedos de melena, cada vez que fallaba en su lección de gramática y ortografía. Lo resume así: “no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias”. “Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos. Así lo respondo y así lo siento.” (Cartas a Sor Filotea de la Cruz)
Ingeniosa, aguda e insolente. Era una mujer que amenazaba el orden infame del clero y el orden social. Era una mujer política y de ciencia, coherente con sus ideas. Sin embargo, con todas estas cualidades tan racionales, sus palabras fueron refinadas y mordaces.
Su escritura es canon de la capacidad evocativa del lenguaje: “Salgan signos a la boca de lo que el corazón arde, que nadie creerá el incendio si el humo no da señales”; “que en mi amorosa pasión no fue descuido ni mengua quitar el uso a la lengua por dárselo al corazón”. Y también de la embestida filosófica: “¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas?”. Escribe con la mirada: “Es amor, pero es amor que faltándole lo ciego, los ojos que tiene son para darle más tormento”. Lúcida y mordaz: “que yo, más cuerda en la fortuna mía, tengo entrambas manos ambos ojos y solamente lo que toco veo”. Denuncia el terrorismo criollo y reivindica a las culturas originarias: “no hay fuerza ni violencia que a la voluntad impida sus libres operaciones, y así, aunque cautivo gima, no me podrás impedir que acá en mi corazón diga que venero al gran Dios de las semillas”. Y de su obra maestra, Primero sueño: “El sueño todo, en fin, lo poseía: todo en fin, el silencio lo ocupaba; aun el ladrón dormía: aun el amante no se desvelaba…”.
A Sor Juana no se le puede imitar. Sor Juana comienza y termina con ella misma. Así de contundente es su destreza lírica, pero, ante todo, la totalidad y la agudeza de su mirada.
Sabemos de ella gracias a una avería en el tren donde viajaba Amado Nervo de camino a Cuautla. Se detuvo en San Miguel Nepantla, la tierra natal de Juana de Asbaje, y recuperó sus escritos de 200 años de olvido, revivió a la criatura mitológica: El Fénix de América, La Décima Musa. Nervo dijo: “Queridos paisanos, Sor Juana es más de los que ustedes piensan”.
Nervo tuvo razón: ella es más de lo que incluso él pensaba. Octavio Paz lo supo y por eso se ocupó devotamente de ella en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, las casi mil páginas que no se dedicó ni a sí mismo.
Entre sus libros: Obras Completas y Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, de Octavio Paz. Esta y otras obras se pueden consultar en www.fceguatemala.com y pedir a través de Whatsapp: 5017-3130 Envío gratis en compras mayores de Q.100.