Título de una novela de David Ruiz Puga

Max Araujo
Escritor

Dos viajes he realizado a Belice. El primero en la última década del siglo 20, y el segundo en los primeros años del siglo 21. Fue Carlos René García Escobar quien me propuso que viajáramos la primera vez. Él fue invitado a un evento de literatos en un Centro para Escritores situado en el caribe mexicano, en las cercanías de Chetumal, capital de Quintana Roo- Estado mexicano- en donde se encuentra la Riviera Maya. Esta tiene varias ciudades turísticas, entre ellas Cancún.

Pocos años después conocí esa ciudad balnearia, en un memorable viaje que por tierra hicimos con Esaú Azurdia -esposo de Dora Delfina, una de mis hermanas acompañados por Juan José Araujo, tío mío- y dos amigos más, apretujados en un Volvo antiguo que cumplió con la tarea. Recorrimos territorios de Chiapas, de Tabasco y de la Península de Yucatán, en los que visitamos muchos lugares y tuvimos distintas experiencias, ciudades coloniales y contemporáneas como San Cristóbal de las Casas, Villa Hermosa, Campeche, Valladolid, Mérida, y sitios arqueológicos como Palenque y Chichén Itzá.

De ese viaje tengo muchas anécdotas que contar. Entre ellas el haber conocido el rancho (la finca) del escritor Chiapaneco Eraclio Zepeda, del que habíamos hablado en las ocasiones en las que coincidimos: en su tierra natal, en Guatemala y en París. En esta última ciudad cuando representé a Guatemala en una de las reuniones del Comité Jurídico de la Unesco cuando se preparaba el texto de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. Él me propuso que nos uniéramos, como Guatemala, a la fallida propuesta para que la Marimba fuera declarada patrimonio cultural mundial en la categoría respectiva. El encabezó como embajador de México ante la UNESCO esta candidatura.

Este organismo internacional consideró que la misma no llenó los requisitos. En ese viaje tuve ocasión de cenar con el crítico Amos Segala, quien me buscó, para que hiciera gestiones ante las autoridades del Ministerio de Cultura y Deportes para que se continuara con los apoyos para la publicación de la colección Archivos con estudios sobre las principales obras literarias de Iberoamérica. Cumplí con los encargos a mi retorno.

Cancún es una hermosa realidad dedicada al turismo, con grandes construcciones y playas hermosas, pero también con barrios marginales, en donde habitan muchas de las personas que prestan servicios en lujosos hoteles, restaurantes, centros comerciales, residencias, y en servicios generales. García Escobar solicitó que se me invitara. Nosotros cubrimos nuestros gastos.

El viaje a Belice lo iniciamos en un avión de Aviateca que nos llevó a Flores, Petén. De esta ciudad hacia la frontera tomamos un viejo bus, de los que transitaban por un camino polvoriento, cuyo destino era la cabecera municipal de Melchor de Mencos. Los trámites burocráticos en la frontera no fueron difíciles. Del otro lado, en Belice, nos esperó David Ruiz Puga, vecino de Benque Viejo, el primer poblado que conocimos. A David, posteriormente a ese encuentro, con la editorial Nueva Narrativa, le publicamos en 1995 la novela “Got seif de Cuin” -un título en inglés mal escrito, a propósito por el autor-. En el precio de edición – nuestras utilidades- incluimos el valor del pasaje aéreo del viaje que en ese año Luis Alfredo Arango hizo a Paris. Visita que coordinó Pepe Mejía. En esa famosa ciudad, que el maestro Arango siempre quiso conocer, fue atendido por críticos y escritores con interés por la literatura de América Latina, entre ellos el reconocido hispanista Claude Couffon.

Nos quedamos la primera noche en Belice en un albergue sencillo, a pocos metros de la frontera, con bungalós para los usuarios. Con interés y curiosidad conocimos, de paso, ciudades como Benque Viejo, un enclave de hablantes de español -algunos de sus habitantes son de familias de origen petenero-, San Ignacio, Belmopán, Belice y otras ciudades que se encuentran en el camino hacia la frontera con México. Indistintamente escuchamos hablar inglés, Kekchí, español y creole. Idiomas usados también en la literatura de Belice. Me impresionó la arquitectura de las viviendas, el trazo de las ciudades, sus carreteras, y otros servicios que borraron de mi mente las ideas equivocadas que tenía de ese país, como una región atrasada.

Lamentablemente llegamos al Centro para escritores, en donde se realizó el evento, cuando este ya había terminado, por lo que iniciamos inmediatamente el regreso. Conversamos con algunos de los asistentes cuando ya se retiraban. Para ingresar a México no tuvimos ningún problema, ya que previamente habíamos obtenido la visa respectiva. Chetumal es una ciudad costera, con un bonito y extenso malecón. Gozamos en esa capital de un festival de música. El tránsito por Belice, en nuestra ida y vuelta lo hicimos en un bus, chato, para muchos pasajeros, de los que se ensamblaban en Guatemala. Pude comprobar del constante tráfico de mercaderías y de personas entre Belice y Guatemala. Niños y jóvenes guatemaltecos que cada día cruzaban la frontera para recibir educación en centros escolares de Benque Viejo y en San Ignacio. Comprobé de la influencia de la migración salvadoreña en la transformación de los campos, haciéndolos productivos.

De regresó de Chetumal nos hospedamos en casa de David, en donde fuimos espléndidamente atendidos por sus padres y su hermana Armita, quién estudiaba antropología en la Universidad de San Carlos. Fue alumna de García Escobar. A ella la había conocido antes, en una de las reuniones-almuerzo, que con escritores y amigos realizábamos por aquellos años en el comedor El Establo, edificio El Patio. La noche que nos quedamos en Benque Viejo nos sirvió para conocer a los integrantes de la Casa de Cultura local, entre ellos a un personaje pintoresco, ya fallecido, de origen salvadoreño, que había vivido en su juventud en Petén, en donde ejerció el oficio de chiclero. Por sus actividades sindicales tuvo que salir huyendo hacía Belice cuando la contrarrevolución de 1954. Su educación escolar era elemental, pero escribía poemas y narraciones en español, con errores de ortografía, lo que no les quitaba belleza a sus trabajos. Todos los días leía Prensa Libre. No recuerdo su nombre. Nos contó anécdotas y aventuras de su vida. El regreso a la ciudad de Guatemala lo hicimos en la misma forma de nuestra salida, solo que en sentido inverso.

El segundo viaje a Belice lo realicé, pagando también mis gastos, con ocasión del CILCA (Congreso Internacional de Literatura Centroamericana) que Jorge Román Laguna -organizador de los mismos- deseaba, en los primeros años del siglo 21, que se realizara en Belice. Dada mi cercanía con David Ruiz Puga, me tocó hacerle la pregunta sobre si este se podría realizar en ese país. La respuesta de David fue positiva, por lo que se planificó la visita al país. Jorge llegó a la ciudad de Guatemala, y de esta viajamos, muy de mañana, a Flores; ahí tomamos un taxi, que nos llevó primero al Hotel Camino Real, situado en un lugar paradisiaco, en las orillas del lago Petén Itzá, en donde desayunamos, posteriormente a Tikal; ciudad que impresionó de manera extraordinaria a Román Lagunas. Tomó muchas fotografías y caminamos por sus senderos. No subimos a los templos.

Después de esa visita nos dirigimos a la frontera. Cumplidos los requisitos migratorios nos dirigimos al albergue que había tomado en mi primera visita. Sus instalaciones ya estaban muy deterioradas, pero no teníamos opción. Ya había anochecido. Llamamos por teléfono a David para avisarle de nuestra llegada, con quien quedamos que nos veríamos al día siguiente. Como lo convenimos llegó puntual y nos trasladó en su vehículo a un bonito hotel situado en San Ignacio, como a diez kilómetros de Benque Viejo. Dado que estuvimos dos días en ese hotel, conocimos un sitio arqueológico prehispánico y un “iguanario” -santuario para iguanas-, a cargo de un guatemalteco. Visitamos también una escuela, en la que muchos de sus alumnos eran hijos de salvadoreños. Se celebraba en ese establecimiento un festival con expresiones culturales de distintos países. Ninguna fue de Guatemala. La demora en San Ignacio -Cayo como dicen los naturales de Belice- se justificó porque aún no se había confirmado el día y la reunión que tendríamos con el Ministro encargado de asuntos de cultura.

Cuando ya se tuvo la certeza de la reunión con el funcionario hicimos viaje en bus hacia Belmopán. La conversación, la propuesta y la aceptación para que el Congreso se realizara en Belice, fue en inglés, por lo que, dados mis precarios conocimientos de ese idioma, apenas entendí lo que se trató. Llegó un momento, en que yo creí que la reunión había terminado, pero el ministro pidió que lo siguiéramos, y cuando me di cuenta ya nos encontrábamos en la antesala de la oficina del Primer Ministro, el funcionario de más alto rango. Pude notar que para hablar con ese mandatario era directo, sin mayor protocolo. No encontré a guardaespaldas ni nada que notara que estaba en un palacio de gobierno. Personas de distintos estratos esperaban su turno. Llegado el momento entramos al despacho del funcionario, quien me impresionó por su amabilidad y su sencillez. Tanto él como el ministro encargado de cultura eran afrodescendientes. Nos dio la bienvenida, narró algunas cosas, manifestó su interés y su apoyo para que el congreso se realizara. Este se realizó meses después. Fueron invitados como escritores, por Guatemala, Mario Monteforte Toledo y Ana María Rodas, al igual que a otros escritores del área. No se me incluyó en el listado.

Terminada la reunión con el Primer Ministro, David regresó a Benque Viejo, y con Jorge nos dirigimos a la ciudad de Belice. Él tenía que escoger el hotel en donde se hospedarían los participantes, de distintos países, que llegaron al Congreso. Ese viaje nos permitió conocer, en una tarde, parte de la ciudad de Belice: Sus canales y otros lugares importantes, una iglesia católica. Visitamos un museo, casa de cultura, que era administrado por una costarricense nacionalizada beliceña. Un taxista guatemalteco nos prestó sus servicios en un vehículo de su propiedad. Al día siguiente nos despedimos con Jorge; él se quedó dos días más. De Belice City viajó a Chicago. Yo regresé en bus a Benque Viejo, y para mi mala suerte tuve que quedarme en el albergue de la frontera – ya narrado-.

Por la noche de ese día David me invitó a cenar a su casa. Con la comida tuve una reunión con los miembros de la casa de cultura de Benque. Conversamos, en español, de intereses comunes, les hice entrega de una colección de libros de Editorial Cultura que había llevado para esa ocasión, nos tomamos unos tragos y escuchamos al flautista Pablo Collado, guatemalteco, que vive en ese país. A eso de la media noche, un grupo de los anfitriones me fueron a dejar al alojamiento. El bungaló que se me asignó, entre jardines mal cuidados, con árboles de la región, estaba a una distancia como de setenta metros del complejo principal. Apenas me había acostado cuando escuché unos toques fuertes en la puerta, acompañados de una voz de mujer que me gritaba “Abrí Moncho. Desgraciado, me las vas a pagar, eso no se queda así”. Con miedo, a gritos le respondí “yo no soy Moncho, váyase antes que llame a la policía”. La mujer insistió hasta que, sin dejar los insultos, se retiró. No pude conciliar el sueño.

A la mañana siguiente desayuné en el comedor del albergue, pagué lo pactado y me dirigí a la frontera. Ya en Guatemala, en un taxi, me acerqué a una pequeña terminal de buses ubicada en la cabecera municipal de Melchor de Mencos, y, nuevamente en un bus, bastante descuidado, viajé al aeropuerto de Flores. Al atardecer de ese día abordé un pequeño Jet de Aviateca, que permitió que me sentara atrás de los pilotos. Observe desde ese sitio, de privilegio: nueves, paisajes, montañas, valles, poblados, carreteras y ciudades de Guatemala.

Los dos viajes me permitieron conocer un país de Centroamérica, distinto a como me lo había imaginado, con diversas expresiones culturales, entre ellas las de descendientes de mayas, de afroamericanos, hindús, chinos y ladinos. Vi un país pujante, con pocos hechos de violencia, pacífico y en paz. Se borraron los prejuicios que tenía sobre Belice.

Y que son más las cosas que nos unen que las que nos separan.

Biblioteca Nacional, febrero 2020.

PRESENTACIÓN

Max Araujo es uno de nuestros colaboradores habituales en el que recurrentemente nos cuenta algunas de sus experiencias literarias, acumuladas de años, como gestor cultural y testigo, por esa razón, del desarrollo y desenvolvimiento de las letras en Guatemala.  En esta ocasión nos presenta un texto que no necesariamente se refiere a «Got seif de Cuin! Título de una novela de David Ruiz Puga”.

El artículo de Araujo es más bien una crónica que narra sus periplos por Belice y su encuentro con diversos personajes de la literatura de ese país con Guatemala.  Mientras lo realiza, considera la experiencia humana, el trato social, los hechos políticos y todo un universo en el que no faltan las sorpresas que hacen del viaje una vivencia eminentemente humana.

La propuesta tiene valor en cuanto, desde una sensibilidad literaria, rescata las vicisitudes de quienes se dedican a la escritura.  Así, considera los intereses, las ilusiones y el oficio de los que respiran a través de las letras.  Una existencia no siempre glamurosa muchas veces por el escaso reconocimiento social en un universo fundado en los valores de la economía.

Con todo, Araujo concluye su crónica de la siguiente manera:

“Los dos viajes me permitieron conocer un país de Centroamérica, distinto a como me lo había imaginado, con diversas expresiones culturales, entre ellas las de descendientes de mayas, de afroamericanos, hindús, chinos y ladinos. Vi un país pujante, con pocos hechos de violencia, pacífico y en paz.  Se borraron los prejuicios que tenía sobre Belice. Y que son más las cosas que nos unen que las que nos separan”.

Por aparte, ofrecemos a usted los textos de Giovany Coxolcá, Karla Olascoaga, Enán Moreno y Miguel Flores. La variedad temática puede potenciar su paladar literario y disfrutar platos distintos: poesía, crítica de arte y narrativa.  El resultado no será otro que dotarnos de una sensibilidad humanística de provecho (particular y social) en nuestro empeño por crecer, según el imperativo al que debemos aspirar. Es un gusto saludarlo.  Hasta la próxima.

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