Por: Ángel Elías
Las calles de múltiples ciudades en el mundo están silenciosas por la emergencia sanitaria. El COVID-19 paralizó la economía y trastocó la vida cotidiana. En Guatemala, al igual que en todo el mundo, el mercado editorial se paralizó casi por completo, sufre un silencio forzado, el cual los sectores involucrados tratan de que sea lo menos trágico posible.
Las librerías guatemaltecas han cerrado, como un hecho inédito. “Esta crisis se enfrenta con serenidad, pero con rapidez y determinación. Lo más importante ha sido, es y será atender a la salud de nuestros colaboradores y de nuestros clientes. Y luego, salvar el proyecto”, explica Philippe Hunziker, Gerente General de la librería Sophos.
Todas librerías también corren riesgos económicos, tal es el caso de los integrantes de la Asociación de Libreros de Guatemala (Asligua) quienes su mayor fuente de ingresos está en las ferias en espacios públicos del Centro Histórico y esas calles mantienen un silencio sepulcral durante el toque de queda nacional. “El pago de alquileres y sueldos son de nuestras principales preocupaciones, tenemos 22 librerías cerradas sin posibilidad de recuperarnos de manera inmediata”, cuenta Victoriano Rodríguez, presidente de Asligua. “Ni siquiera podemos reunirnos para plantearnos una solución porque no todos tienen acceso a internet y viven fuera del departamento de Guatemala”, esto cuando la restricción de movilidad en el país está vigente.
El panorama del libro es complicado. Se balancea entre posibles despidos, incumplimiento de pagos, salarios atrasados y disminuidos. “Muchos sectores de la industria se encuentran en crisis, pero una de las más golpeadas es “el ecosistema: autor-editor-librero”, explica César Medina, Gerente General del Fondo de Cultura Económica.
El panorama, aunque luce desolador, ha planteado nuevos retos al sector editorial. La misma Feria Internacional del Libro de Guatemala (Filgua) cambió su fecha de celebración para este año. Se reprogramó del 22 de octubre al 1 de noviembre, cuando tradicionalmente se había celebrado en julio. “Hoy en día, la economía naranja es una actividad que aporta al PIB montos significativos en otros países”, comenta Yara Tobar, de Editorial Piedra Santa, al explicar la importancia económica del libro en Guatemala.
Pero este campo minado puede tener menos daños, si existe una estrategia sólida que sea encabezada por el Estado. “Si la industria del libro es percibida como una industria de importancia primordial, simbólica, el Estado de Guatemala no permitirá que sufra lo que, a todas luces, será una hecatombe”, proyecta Hunziker. “La lectura y el libro deberían ser también objeto de preocupación del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social. Ella es cura de algunos males tan reales como los que afligen al cuerpo. Males como los que sufrirán muchos de los que sobrevivan a esta crisis”, agrega.
En México, por ejemplo, la CANIEM (Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana) está pidiendo varios incentivos fiscales, créditos a mediano y largo plazo para que la industria siga operando y no tener un cierre masivo de imprentas, editoriales y librerías. “De esta forma también se está protegiendo el empleo”, indica Medina.
Las librerías en Guatemala, por su lado intentan mantener esa cercanía entre los lectores y los libros en tiempos del distanciamiento social. Ventas en línea, talleres digitales, promociones en redes sociales son solo algunas de las estrategias que se usan para paliar la crisis.
El libro al igual que toda la industria cultural se enfrenta uno de los grandes retos del siglo XXI, pero no es una batalla que deban librar solos. Es un desafío que debe encabezarse desde el Estado, porque la humanidad comienza en el acto que está amenazado en desaparecer: la lectura de un libro.