Mauricio José Chaulón Vélez

Este breve texto tiene como objetivo abordar el fenómeno de la Semana Santa guatemalteca desde las formas en que la gente, desde lo común, se apropia de sus elementos y le otorga su sentido constituyente trascendental. Analizar este fenómeno nos obliga desde el plano intelectual a realizar dos tareas: una, teorizar y categorizar desde las ciencias sociales y la filosofía, lo cual también es superar el corpus religioso. La segunda, establecer y desarrollar la nueva narrativa de la Semana Santa guatemalteca, como fenómeno amplio. En esta segunda, nos encontramos algunos grupos que nos articulamos intentando pasar del discurso contemplativo y patrimonialista oficial y del poder, al de la dinámica sociológica, antropológica e histórica críticas, y que nos lleva a la discusión filosófica desde los sujetos y su ética, pasando por el análisis del campo de las ideas y lo teológico.

Es la constitución de los sujetos la que le otorga a la Semana Santa su ontos trascendente, o sea que todo el conjunto de elementos materiales que la conforman tiene su explicación en las condiciones sociales y para qué se realizan los rituales en relación a ellas. Y es desde ahí que se aborda la memoria, los valores de uso en ella misma con todos sus elementos, y las estéticas y representaciones diversas que en la cotidianidad del fenómeno construyen y estructuran las relaciones que ejercen poder, resistencia y lucha. Y es en esta misma dinámica que se observa la lucha de clases en la Semana Santa, porque al mismo tiempo es una expresión amplia. Surgen, entonces, las preguntas problematizadoras que nos permiten plantear el desarrollo del sujeto en lucha permanente, que traslada su ética y su sentido a una estructura aparentemente ya dada, pero que se resignifica en esas resistencias continuas. Porque mientras el poder dominante trata de moldearla como la mercancía que se estableció (y por eso se convierte en capital económico, simbólico, social, político y cultural, participando activamente en procesos de acumulación), en todo el desarrollo procesual existe y se evidencia la resignificación correspondiente a la dialéctica: nos referimos a lo que hace el antagónico, a quien se le identifica históricamente como un sujeto en lucha. En síntesis, dentro del fenómeno de la Semana Santa guatemalteca se puede evidenciar el intento por los grupos de poder para apropiarse de lo que es de la gente, para convertirlo así en otra mercancía que sea correspondiente a la visión del mundo de la clase dominante. Pero también se observa lo antagónico, es decir la lucha por la gente de mantener sus espacios y relaciones frente al avance del capitalismo, del cual se participa porque es imposible no hacerlo, pero que también se rechaza de manera consciente o no al apostar por la genuina forma del pueblo de celebrar sus ceremonias. Partimos de lo siguiente: la Semana Santa es la actividad de rito religioso más amplia en el país. Para muchos, como lo propuso Celso Lara, constituye la gran fiesta guatemalteca, pero una festividad de carácter sacro de identificación con el dolor, para volverlo esperanza, como en los funerales. Sin embargo, si lo analizamos desde el poder, su sentido religioso también es tomado como ejemplo de los valores construidos desde el ideario de la clase dominante. En esa línea, su ritualidad es enmarcada por el Estado y las clases poderosas en el culturalismo, con el objetivo de volverla un objeto de consumo folclórico. En síntesis, se pretende que sea cosificada como objeto que se consume, como mercancía.

Dentro de esa dinámica en la construcción de hegemonía, los grupos de poder la integran como expresión de las representaciones culturales más importantes para la ideología dominante, en el sentido de la tríada “Dios-Unión-Libertad” (que proviene de la “Dios-Patria-Libertad” del anticomunismo como ideología del Estado desde 1954), construyéndose como fiesta religiosa nacional, o sea en la razón de nación homogénea y monocultural, invisibilizándose la diversidad. Quiero decir que en las dinámicas de la Semana Santa hay un campo de disputa en la lucha de clases, o mejor dicho, la Semana Santa constituye una expresión de la lucha de clases. Para los sectores subalternos tiene un sentido y para los de poder otro, aunque converjan en espacios y tiempos.

Es una fiesta, pero no de elementos absolutos sino de características comunes desde constituciones diversas. Es decir, que lo común es conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, pero desde cada sector social esta conmemoración tendrá sus características particulares. Todos los municipios de Guatemala tienen por lo menos una procesión en la Semana Santa. Por lo tanto, la diversidad es social, étnica y geográfica. Asimismo, muchas familias se organizan para ver las procesiones como actividad recreativa, cual desfiles tradicionales y de espectáculo. Se consume más comida, transporte y entretenimiento, y en esto tanto el Estado como las dinámicas comerciales dominantes intentan capturarla, acumularla y despojarla del pueblo para entregársela ya moldeada a los intereses del capital. Dentro de esta amplia movilidad, muchas familias se reúnen para múltiples actividades que no sólo son el consumo, como elaborar alfombras o adornar las casas al paso de los cortejos procesionales. Pero en la folclorización culturalista que convierte esto en mercancía turística, muchas de estas tareas son capturadas ya por los grupos de poder, como el caso de los grandes comercios que las utilizan en función del mercadeo. Tal es el ejemplo de las alfombras que en la Sexta Avenida de la Zona 1 de la Ciudad de Guatemala realizan algunas grandes empresas, aunque ahí ya no pase ninguna procesión.

Pero el tiempo de la Semana Santa involucra a la mayoría de personas en el país. Hay quienes no participan de las procesiones, pero sí de los rituales litúrgicos. Otros muchos descansan en sus casas, o en la recreación a través de viajes dentro y fuera de Guatemala. Se visitan las familias o se opta por el descanso en casa. También son muchos quienes trabajan en las procesiones, ya sea como músicos o personal de apoyo, y otros que lo hacen en el sector turístico, pudiendo obtener ingresos económicos extraordinarios. Pero en ese contexto, el capital explota de forma más amplia a varias personas en otros trabajos, porque el descanso no es para todos, y para que unos puedan gozarlo otros no lo gozan.

Las iglesias cristianas evangélicas realizan ritos también. Algunas, como las neopentecostales, aprovechan que la tradición católica de la pasión, muerte y resurrección de Cristo se encuentra instalada de manera histórica en la cultura, por lo que recurren a escenificaciones en sus mega templos como obras teatrales y musicales acerca del hecho, al estilo cinematográfico estadounidense. Esto les permite acercar feligreses que no se separan de la tradición y de sus representaciones culturales. Del capital cultural y simbólico se obtiene capital económico y social. Pero veamos en concreto los escenarios de la lucha de clases en la dinámica cultural del tiempo de la Semana Santa en Guatemala. Dentro de esa diversidad, la gente busca apropiarse de los espacios públicos y privados, dándoles sentido constituyente: sin embargo, el consumo, como elemento constitutivo del capital, es la razón y objetivo del sistema dominante, por lo que este tratará por todos los medios posibles imponer los rituales culturalistas, apropiándose de la cultura popular para enajenarla y convertirla en objeto de consumo a través de la folclorización. Esto último lo opera en dos vías: una, que es la del folclor de consumo, es decir, objeto-mercancía (turístico, de venta); otra, que es la de la disminución de la cultura popular para supeditarla a la cultura dominante, pretendiendo construir hegemonía, desvalorizando la primera y descalificándola por medio del racismo y la clase. El capital impone qué se consume, cómo se consume, cuándo se consume, cómo se viaja, a dónde se debe viajar, qué se debe ver, cómo se debe ver, cómo se trabaja, qué se vende. Así, los tiempos de la tradición desde lo popular continúan colocando sus comidas y sus significaciones en cada ritual y actividad no religiosa que ocurra en la Semana Santa, pero el capital puja por desplazarlos. La alienación y la enajenación a través del despojo cultural, despojo del tiempo y despojo del hacer, afecta directamente el tiempo de la Semana Santa, aunque la cultura popular sigue ejerciendo su resistencia fuerte. Sin embargo, así como se promocionan algunas marcas en procesiones centralizadas de la Ciudad de Guatemala y de la Antigua Guatemala, o se impone el uso de determinados criterios estéticos en los uniformes de cucuruchos y devotas aplicando un sistema policiaco para determinar tipo de calzado, color de pantalón debajo de la túnica, largo de la falda o color de calcetines, lo cual limita a quienes no pueden consumir ese tipo de ropa, así también en las playas el capital se impone por medio de las fiestas de cerveceras, despojándole a la gente, tanto local como visitante, la posibilidad de realizar sus actividades desde el tejido social y la dinámica propia.

Es evidente que existe un avance del capital para despojar y al mismo tiempo reconfigurar lo concreto y lo simbólico. El capital intentará cooptar todas las expresiones de la cultura popular en el tiempo de la Semana Santa, sean religiosas o no, obligando a trabajar en lo que el capital dispone; obligando a consumir lo que el capital necesita que se consuma; y oficializando los rituales con la alianza histórica de la cristiandad, como expresión de la espiritualidad capturada por la religión, y operando en este caso a través de la institucionalidad eclesial, ya sea católica o evangélica. Y llega al punto de hasta decidir si un cucurucho puede cargar o no dependiendo del tipo de pantalón que lleve debajo de la túnica.

El sistema dominante sabe que lo que distingue a la cultura popular de la cultura oficial no radica en sí en el hecho artístico fenoménico ni en el origen histórico (y no es que ambos no sean importantes), sino fundamentalmente en la disputa de cómo se concibe el mundo. Y este es el elemento que tratará de dominar de manera completa, buscando la absolutización. Estos son planteamientos básicos de cómo actúa la lucha por la hegemonía en la cultura popular, desde los aportes del filósofo marxista italiano Antonio Gramsci y que en Guatemala Roberto Díaz Castillo desarrolló muy bien en su libro “Cultura popular y clases sociales”.

El sistema dominante validará qué es lo estético permitido y calificado (valor estético y de arte), y qué es lo válidamente histórico. Los criterios de procesiones europeizadas versus alegorías de denuncia, reflejan los objetivos y las visiones de vida de cada sector. En la Semana Santa guatemalteca, podemos observar la lucha de clases en el campo de lo simbólico a través de la estética. Por ejemplo, a una hermandad kiche’ en Totonicapán le interesa representar en las andas del Nazareno la importancia de la Madre Tierra y denunciar la minería como actividad de despojo y destrucción. Asimismo, a una hermandad de una colonia popular en la Zona 6 de la Ciudad Capital, considera importante denunciar los feminicidios en las andas de la Virgen de Dolores, porque no tendría sentido desvincular el dolor de María como madre de quien concentra todos los dolores de la humanidad con los sufrimientos diarios de las mujeres. Pero esto no es aceptado por el valor que otros grupos le otorgan a una estética que se basa más en el eurocentrismo y la blanquitud como formas coloniales. No obstante, la lucha popular continúa ganado sus espacios.

Licenciado en Historia y Maestro en Antropología Social. Doctorando en Ciencias Sociales por la USAC. Profesor e investigador en la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Académico Docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Rafael Landívar. Cucurucho. Miembro del grupo Cucuruchos Seculares y del programa radial Memorias del Cucurucho.

Nuestra Semana Santa tradicional ha debido entrar en pausa. ¿Qué hacemos ahora y en adelante?

Mauricio José Chaulón Vélez1
Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala

Este año se cumplen cinco ediciones de la Segunda Época del Suplemento Especial de Semana Santa del Diario La Hora. La Primera Época fue coordinada por el recordado Maestro Celso Lara Figueroa, insigne historiador, antropólogo, musicólogo y especialista en la cultura popular, quien nos invitó a escribir a varios investigadores de la Universidad de San Carlos de Guatemala, tanto del antiguo Centro de Estudios Folklóricos (ahora Centro de Estudios de las Culturas de Guatemala) como de la Escuela de Historia. Luego de una pausa por el retiro académico del Maestro Lara, desde el 2016 hemos asumido este proyecto para coordinarlo y reunir a un grupo de escritores que desde distintas perspectivas del conocimiento y la experiencia podamos abordar ampliamente el fenómeno más grande de religiosidad popular y descanso que hay en Guatemala: la Semana Santa.

La historia, el arte, la antropología, la semiótica, la arqueología, la sociología, la economía, la biología, la filosofía y la teología han destacado en esta Segunda Época del Suplemento, otorgándole la posibilidad de ser un espacio multidisciplinario y transdisciplinar de análisis al servicio de la sociedad guatemalteca, la cual de una u otra manera vive profundamente este tiempo. La temporada está conformada de elementos diversos que para todas las personas son ineludibles, porque el hecho trasciende lo religioso. Ya sea que se participe de rituales católicos o cristianos de otras denominaciones; se viaje a las playas, lagos, ríos, bosques o sitios arqueológicos; se traslade al extranjero; se visiten familiares y amistades; se descanse sin salir del hogar; se busque un espacio de tranquilidad cualquiera; se asista a eventos artísticos de variadas expresiones; se camine por las ciudades rompiendo las rutinas; se busque la algarabía de turicentros y parques de diversiones; se realice deporte, actividad física y recreación; se trabajen horas extras para un poco de más ingreso dinerario; se trabaje en actividades religiosas propias del contexto; se atienda en servicios esenciales y voluntariados, a la mayoría de habitantes de este país nos atraviesa la Semana Santa.

Sin embargo, en el momento que escribo estas líneas estamos viviendo una crisis sanitaria a nivel mundial, la más grande registrada desde la denominada Gripe Española que inició en 1918. El Covid 19, nombre técnico del coloquialmente conocido como Coronavirus, agente patógeno de trastornos respiratorios severos, es una pandemia peligrosa. Nos ha obligado a cancelar mucho de lo que hacíamos normalmente, incluyendo las procesiones de Cuaresma y Semana Mayor. Los lugares de alta concurrencia de personas son un factor de alto contagio del virus, por lo que deben evitarse. Triste, pero cierto. Nunca, en el siglo XX, se suspendieron los cortejos procesionales y los oficios católicos de la Semana Santa, así como tampoco los cuaresmales o los viajes de descanso y recreación. Por ningún motivo. Y en lo que va del siglo XXI, esta será la primera vez. Las historias de suspensión de cortejos que sucedieron en los siglos XVIII y XIX nos resultan muy lejanas, y nunca nos imaginamos vivir algo parecido. Es uno de los efectos de creer que tenemos el mundo en nuestras manos y la vida resuelta, porque el sistema dominante nos lo ha hecho pensar. Y aquí estamos, preocupados por tanto que nos provoca incertidumbre en estos momentos, ya que no se trata sólo de no vivir el tiempo de la Semana Santa como los hemos hecho, sino también porque sabemos que la humanidad entera (lugares más, lugares menos) se encuentra viviendo la amenaza de la enfermedad.

Tendremos una Semana Santa detenida desde su conjunto de tradiciones rituales, que, como señalo arriba, no sólo son religiosas. Eso no implica que en muchos aspectos (porque habrá otros que definitivamente no) la dejemos de vivir. Refiriéndome a la ritualidad espiritual y religiosa, habrá un retorno a lo fundamental. La metáfora del retiro de cuarenta días (que son los que, paradójicamente, le dan su origen a las palabras Cuaresma y Cuarentena) en el desierto, para encontrarnos con nosotros mismos (entiéndase personalmente y la familia, tanto consanguínea como extendida-elegida) es hoy más aplicable que nunca. Y el ejercicio de la espiritualidad cada quien considerará cómo dejarlo fluir.

Pero también debiese de surgir la reflexión sobre qué haremos después de esto, incluyendo nuestras actividades procesionales. Así como la Naturaleza nos ha puesto un alto como parte de las mismas contradicciones sistémicas y eso nos evidencia mucho de lo que hemos hecho de forma inadecuada en el mundo, ¿qué haremos con nuestra Semana Santa cuando podamos salir y estar de nuevo reunidos de manera cercana? ¿Seguirán los mismos procesos de preocuparnos por el prestigio y la acumulación, o de cerrar espacios para que sólo funcione una visión de la tradición y el tiempo, sin importar las necesidades de la colectividad? Y esto incluye reflexiones a lo interno y a lo externo, como por ejemplo las relaciones de poder que limitan el disfrute de los ritos tradicionales para muchos cucuruchos y devotas, así como los problemas de convivencia social de las tradiciones con otras formas de vida en las ciudades. ¿Seremos capaces de relacionarnos mejor después de esta experiencia de encierro obligada porque está en peligro la vida misma? Por ejemplo, ¿será posible que se haga una mesa donde participen todos los sujetos sociales que como actores estamos involucrados en los cortejos procesionales, tan importantes para muchos pero que inevitablemente han generado sus propias contradicciones que deben abordarse antes que provoquen conflictos irreconciliables? Por esta mesa me refiero a representantes del arzobispado, hermandades, asociaciones, cofradías, municipalidad, policía de tránsito, ministerio de gobernación, comités de vecinos, trabajadores, músicos, vendedores ambulantes, comerciantes. Para diferenciarse del hábito, la tradición debe conectar con un sentido de trascendencia. Posiblemente este sea el momento en que podamos, quienes somos privilegiados de quedarnos en casa, reflexionar sobre qué de trascendente ha tenido y deben seguir teniendo nuestras tradiciones del tiempo de Cuaresma y Semana Santa, sean religiosas o no, para que tengan sentido de construir una mejor colectividad. No estoy diciendo que desaparezcan, sino al contrario, que sigan existiendo pero mejor, en un objetivo de aportar sin damnificar. O que las contradicciones vayan disminuyendo. Porque cuando la vida se nos pone en pausa de estas maneras, podemos tener más claridad.

Deseamos en este quinto año de la Segunda Época del Suplemento Cultural Especial de Semana Santa del Diario La Hora, toda la paz para ustedes, y que esta crisis mundial se resuelva con las menores complicaciones posibles. Pensemos en las familias enlutadas y quienes por varias razones se encuentran en estado permanente de vulnerabilidad, no sólo por esto. Gracias por su lectura, comentarios y reflexiones, y esperamos aportar un documento que haga sentir más leves las penas por este acontecimiento histórico que estamos atravesando.

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