Mario Roberto Morales
Escritor, académico y periodista
En el mismo pequeño y lejano país al sur de México, del que he hablado tanto, un recado no es un mensaje que alguien envía a alguien más sino lo que los niños derraman sobre su ropa a la hora de comer, lo que la gente le pone encima a los tacos, a los huevos, a la carne e incluso al pescado. En otras palabras, el recado es una salsa. En realidad, es muchas salsas, porque en el país de marras hay tantos recados como platillos originales y de lo más exóticos que pueda uno imaginarse. Pues bien, expresiones como: Pasame el recado, o está muy bueno el recado, o el recado estaba mejor que la carne, o qué rico recadito, o echale más recado a tus tacos, y otras, pueblan la conversación durante las comidas, que constituyen verdaderos festines a pesar de los increíbles índices de pobreza y miseria que el país padece para vergüenza de su chata clase dominante, que a estas alturas no ha ideado una forma de dominación que le asegure el apoyo de su ciudadanía, a la que insiste en mantener bajo la bota militar y la economía colonial.
A su vez, los recados entendidos como mensajes son, para esta ciudadanía sufrida, “mandados”, de modo que uno le envía mandados a sus amigos y los recados se los come con o sin ellos, cuando uno tiene hambre. Entre mandaditos y recaditos uno puede vivir la vida con aceptable felicidad, en vista de que en este país todavía la gente se consulta entre sí o se envía mandados para averiguar lo que no sabe, ya que aún no se llega a la etapa en la que todo el mundo lee instrucciones y actúa conforme a ellas sin consultarse. Curiosamente, las instrucciones provocan en este conglomerado devorador de recados y prodigador de mandados, precisamente la actitud de contradecirlas. Por eso, uno debe preguntar si se puede pasar por cierta calle, independientemente de que la misma cuente con señales de tránsito, y ver hacia el lado contrario del que indican las flechas de los rótulos callejeros, por si las moscas.
Como el recado es lo que le da sabor a la comida y los mandados no sólo significan mensajes sino también la acción de salir a hacer lo que uno tiene que hacer, expresiones como “al mandado y no al retozo”, tan populares en todas partes, pueden significar equivalentes como “al hueso, por el recado”, expresando así la incontenible voluntad que esta ciudadanía patentiza de ir al grano cuando del placer se trata. “Al mandado”, suele ser, pues, el aforismo que sintetiza cierta filosofía de la vida y del enamoramiento y la seducción, los cuales, por lo general, empiezan por la cocina, por la comida y por un recadito que hace las veces de las agüitas que las abuelas les daban a beber a los abuelos cuando eran adolescentes, para que se prendaran de ellas.
Lo sorprendente de todo esto es observar cómo del placer gastronómico de los recados, estos alegres ciudadanos pasan sin preámbulos al placer erótico del retozo cuando a veces no ha mediado en ello ni siquiera el más mínimo mandado. Todo lo cual hace honor a una manera desparpajada de vivir (sin señales ni manual de instrucciones) que no se explica si uno insiste en tomar en cuenta los índices de pobreza y miseria de que hablábamos arriba; manera de vivir que encierra en sí misma el secreto de una felicidad que no podrán conocer nunca los causantes de esa pobreza y esa miseria, ya que ellos no creen que es posible que un camello pase por el ojo de una aguja, y se les hace mucho más difícil aceptar que un recadito se convierta en mensaje o un mandado en retozo, de donde arranca la brutal sentencia de que no entrarán jamás en el Reino de los Cielos.