La poeta María Elena Higueruelo (Torredonjimeno, Jaén, 1994), a quien hoy presentamos, publicó el libro “El agua y la sed” (Hiperión, 2015) y ha sido incluida en las antologías “Nacer en otro tiempo” (Renacimiento, 2016) y “Piel fina” (Ediciones Maremágnum, 2019), ganó el Premio Adonáis de Poesía 2019 por su obra “Los días eternos”.

EL BESO

El sexo, entre otras cosas,
mueve el mundo,
y a cierto nivel hay algo
que no entiendo:

bien es sabido que basta
uno para el orgasmo;

se precisan dos, sin
embargo, para el beso.

EL OTRO QUE YO SOY

Un lunes de invierno
en una terraza de Benidorm

También la duda vendrá,
como lo han de hacer todas las cosas,
y en la imposición de su sombra instará
a decidir llegado el momento
si por fin rendir la ciudad
o bien, henchidos de amor y bravura,
luchar contra los soldados del tiempo,
invasores intentando instalar
entre tu frente y la mía el absurdo.
Recordaré entonces tu voz
alzándose lenta sobre el mundo,
tus palabras de luz imponiéndo-
se sobre el vino y las frutas;
recordaré cómo el sol no pudo
brillar más fuerte que tu acierto
y sabré que mi yo auténtico
no existe y que de hacerlo
me acompaña a todas partes.
Resolveré entonces pisar
a los fantasmas del futuro
y sostendré fuerte tu mano,
querido hacedor de miniaturas,
porque solo a tu lado puede
aflorar la otra que yo soy.

BIOGRAFÍA CERO

Ningún mal aquejó mi vida hasta la fecha;
no hubo guerras que asolaran la niñez,
ni en el hogar hambre o carencia.
No hubo epidemias, ni violencia, ni sangre;
asomó siempre el amor en cada gesto,
sobrio, como la ternura en cada palabra.
No hubo tragedias naturales:
no bailó el viento, no se abrió la tierra,
no clavó el agua en nuestras casas sus fauces.
No hubo traumas infantiles; no al menos
de los que poder culpar a nadie
—la inocencia es un apéndice
que el tiempo se encarga de herir—.
De dónde entonces la desdicha,
me pregunto, provenía si no acaso
del pecado temprano de buscar
antes de que madurara el día
el remoto origen de las cosas:
la descendencia de los hijos de Adán,
o ser el sueño de un gigante,
o integrar la ficción en la vida
y padecer en la carne tierna
la pena que nadie entiende, sufrir
en baja voz del culpable el castigo,
o llorar indefensa la pérdida
en alta mar del objeto sagrado.
Pagar deben los hijos de Occidente
con el desprecio de los hermanos
del padre la custodia; sea
esa la deuda y este el legado:
una soledad inexplicable e inmensa
que se traduce en la misma cosa
que en el ángel la cruenta guerra:
el mismo miedo difuso,
la misma ira repentina,
las mismas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.

EN EL CINE

Galeotto fue el libro y quien lo hizo;
no seguimos leyendo ya ese día
DANTE ALIGHIERI

Ya va la blanca página llenándose
de signos que a nosotros poco importan.
Ya en la noche artificial se va crispando
el aliento como una espiral eléctrica.
Ya se dicen seres planos las palabras
.                                   -¿qué palabras?-
que el murmullo de la sangre va apagando.
Una garganta sube y baja. El peso
de otra mano en mi mano […] Silencio.
No hará falta ya mirarnos:
en el siglo veintitanto es Galeotto
una pantalla que es un lago que refleja
nuestros ojos en dos fantasmas que se quieren
peor de lo que tú y yo sabremos.
P.D.
Tampoco ya nosotros terminamos la película.
Selección de textos: Gustavo Sánchez Zepeda

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