Jorge Carrol, gatero y lector de tiempo completo

El paraíso jamás será “El paraíso”,
a no ser que Flora, mi gata, esté esperándome.
JC.

En “El tigre en casa”, el clásico libro del fotógrafo y escritor estadounidense Carl Van Vechten (traducido al español y publicado por la editorial Sigilo) ofrece algunas respuestas a muchas preguntas que nos formulamos los amantes de los felinos. (Además que brindarán motivos de reflexión a los amigos de los perros).

“El tigre en casa” fue publicado por primera vez en 1920, y tengo entendido que sus reediciones en inglés son infinitas y bien se podría asegurar que responden al flemático estilo británico, cosa comprobable cuando el autor –un bon vivant que vivió en París y formó parte del círculo de Gertrude Stein– da cuenta de algunas anécdotas ocurridas a gatos excéntricos como sus amigos humanos, como el del reverendo J.G. Wood que nos habla de su aristocrático gato que “nada –ni siquiera la leche cuando tenía hambre– lo inducía a asomar la cabeza por la cocina, o a entrar en la casa por la puerta de servicio”.

Van Vechten “recuerda” que un gato un día se levantó súbitamente y trepó por el tubo de la chimenea en la que aún fuego ardía. Memoriosos británicos recuerdan que un par de siglos antes habrían quemado en la hoguera a un escritor por narrar este incidente. Este aristocrático gato, bueno es recordar, que comía pepinillos y gustaba del coñac con agua.

W. H. Hudson, uno de los “fundadores” de la literatura argentina, que narra en “El diario de un naturalista” que durante la visita a un amigo en la Patagonia quedó atónito un día que salió a cazar seguidos por los perros y un gato negro, el que al disparar el primer tiro vio salir volando antes que los perros para recuperar el pájaro y traérselo. Desmintiendo así la enemistad entre perros y gatos, y luego agrega Hudson en ese mismo libro, que fue testigo de la amistad entre un gato y una rata. Seres que supuestamente no resisten.

Los gatos suelen ser catalogados como seres con una actitud independiente y solitaria: su carácter es la razón por la que no resultan agradables para algunas personas; paradójicamente también es el motivo por el que muchos los consideramos ideales para convivir.

Destacados pintores y escritores han manifestado relaciones especiales con estas criaturas; entre otros: Pablo Picasso, Frida Kahlo, Salvador Dalí, Henri Matisse, Gustav Klimt, Vassily Kandinsky, Marcel Duchamp y Andy Warhol y entre muchos escritores gateros se encuentran: Ernest Hemingway, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Jean-Paul Sartre, Osvaldo Soriano, Doris Leassing y Carlos Monsiváis.

* ERNEST HEMINGWAY (1899-1961)

Hemingway –ganador del Premio Pulitzer por “El viejo y el mar” en 1953 y del Premio Nobel de Literatura en 1954–, sentía un superlativo amor por los felinos. Este aprecio fue de tal magnitud que llegó a tener decenas de ellos.

Hemingway se enamoró de los gatos durante su primera estancia en Cuba. Snowball, nombre con el que bautizó al primero de sus mininos, fue un regalo que le hizo el capitán Stanley Dexter, en la década de los 30. Snowball presentaba una condición genética conocida como polidactilia: tenía seis dedos en todas sus patas. Su descendencia nació en la propiedad de los Hemingway en Cayo Hueso (Key West), Florida. No olvidemos por favor, que actualmente esta casa es un museo en el que se conservan objetos personales del autor y está ocupada por más de 60 gatos.

Tanto el museo como sus habitantes, humanos y felinos, afortunadamente sobrevivieron a la temporada de huracanes de 2017, luego de negarse a desalojar la edificación.

* JORGE LUIS BORGES (1899-1986)

Mi paisano y tocayo, Borges, uno de los escritores más destacados de la literatura del siglo XX, tuvo dos mascotas, Beppo y Odín, a quienes profesaba un gran amor. El primero llevaba el nombre de un personaje de Byron, mientras que el segundo se llamaba como el principal dios de la mitología nórdica.

Beppo era un espécimen blanco –de mal genio– que acompañaba al escritor siempre: jugaba con las trenzas de sus zapatos y dormía sobre su regazo. Fue un gato longevo, tenía más de 15 años cuando falleció. Su muerte significó una pérdida muy dolorosa para el autor de “El Aleph”, quien para ese momento había perdido la visión. Borges le dedicó un texto con su nombre dentro del poemario La cifra.

Por su parte Odín fue un gato atigrado que también convivió con mi tocayo, aunque nunca llegó a ser tan famoso como Beppo.

* JULIO CORTÁZAR (1914-1984)

Otro argentino, Julio Cortázar, uno de los autores más innovadores del siglo XX, también adoraba a los gatos, tanto que los incluyó en algunas de sus obras, entre ellas “Rayuela” (1963) y “El último round” (1969). En su vida hubo dos que recibieron toda la atención del escritor: Teodoro W. Adorno; llamado así por el filósofo y sociólogo alemán; y Flanelle, una hembra, cuyo nombre significa “franela”, en francés.

Teodoro no fue exactamente mascota del escritor, sino un gato negro, callejero, que se acercaba a él y a su esposa cada vez que el matrimonio volvía al sur de Francia. Sin embargo, aunque Teodoro fue muy conocido, Flanelle era la consentida de Cortázar: él adoraba la suavidad de su pelaje (la motivación de su nombre) y ella dormía entre sus brazos, como muestra de su fidelidad y cariño.

* CHARLES BUKOWSKI (1920-1994)

Nacido en Alemania y de apariencia ruda, Bukowski adoraba a los gatos y escribió mucho acerca de ellos. Sobre este tema, dentro de su amplia obra, destaca la antología seleccionada por el editor Abel Debritto, titulada –precisamente– “Gatos” (2016), en la que están incluidos poemas, fragmentos de cuentos, novelas, diarios y cartas.

De Bukowski son famosas también algunas frases, por ejemplo: “tener un montón de gatos a tu alrededor es bueno, que solo observándolos te sientes mejor” y “cuantos más gatos tengas más vivirás. Si tienes un centenar de gatos, vivirás diez veces más que si tienes diez. Algún día esto será descubierto, y la gente tendrá mil gatos y vivirá para siempre”.

* CARLOS MONSIVÁIS (1938-2010)

Monsiváis fue otro escritor que profesó amor por los gatos. En el transcurso de su vida, adoptó todos los que pudo. En su casa, especialmente en su despacho, los felinos se movían con total libertad.

El autor mexicano tuvo su primer gato a los 10 años. Aunque fue un regalo, su madre no aprobaba la presencia del minino en su casa, al extremo de regalarlo durante unas vacaciones en las que el niño estuvo fuera. Luego Monsiváis tuvo más gatos, pero todos se quedaban en el patio. Tiempo después, ya adulto, allí enterró a cada una de sus mascotas cuando morían, para tenerlas cerca de él.
Algo que caracterizaba a los gatos de Monsiváis eran sus originales nombres, muestra del sentido del humor que tenía el escritor. Entre ellos, destacan: Fray Gatolomé de las bardas; Mito Genial; Miss Antropía; Catzinger; Peligro para México; Miau Tse Tung; Chocorrol; Evasiva; Miss Oginia; Voto de castidad; Caso Omiso; Posmoderna; Fetiche de peluche; Monja Desmantecada, o Ansia de militancia.
En nuestros días, gran parte de la obra de Monsiváis se encuentra en el Museo del Estanquillo, en Ciudad de México, donde la nostalgia de sus gatos se pasea horonda por él, y de ello doy fe.

* OSVALDO SORIANO (1943-1997)

Nuestro querido y muy admirado “Gordo” dejó así escrito su pasión gatuna: “El día que nací había un gato esperando al otro lado de la puerta. Mi padre fumaba en Mar del Plata, en el patio. Mi madre dice que fue un parto difícil, a las cuatro y veinte de la tarde de un día de verano. El sol rajaba la tierra. Los jóvenes Borges y Bioy Casares paraban cerca de ahí, en Los Troncos alucinando las historias de don Isidro Parodi. A Borges lo seguían los gatos. En una de sus fotos más hermosas está junto a María Kodama, que tiene uno en sus brazos; Borges lo acaricia como a un amigo. A mí un gato me trajo la solución para “Triste, solicitario y final”. Un negro de mirada contundente, muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el negó Vení, me acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros los días que escribía “A sus plantas rendido un león”. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos. En París, mientras trabajaba “El ojo de la patria”, en un quinto piso inaccesible, se me acercó un gato equilibrista caminando por la canaleta del desague…”.

* DORIS LEASSING (1919 – 2013)

Para la extraordinaria escritora inglesa, nacida en Irán y Premio Nobel de Literatura, los gatos enajenan, “no les neguemos ese poder. Además del ser humano, son el único animal que puede hacerlo. De puro quererlo, vuelve loco”. 

La Lessing llegó a hacerlo en tal grado que durante un tiempo temió, en efecto, estar trastornada. Lo confesaba en su autobiografía y de nuevo en 1997, durante una entrevista que concedió a Rosa Montero, publicada en El País. “Hay algo loco en una persona que llora con absoluta y total desesperación durante diez días por la muerte de un gato, cuando no se ha comportado así en la muerte de su propia madre. Es algo demencial, irracional”. Y eso que aún no había tenido que llorar la del más longevo que tuvo, que entonces contaba diecisiete años y un número impar de patas. Se llamaba El Magnífico –así, en español y con artículo– y aparecía en On Cats y Particularly Cats, dos cumbres de la literatura sobre felinos domésticos.

* LOS ESCRITORES GATUNOS

“Estudio a estas criaturas / ellas son mis maestros”, escribió Bukowski sobre ellos. Eliot los inmortalizó en “El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum”, una colección de poemas humorísticos y fantasiosos escritos sobre psicología y sociología felina, y que sirvió para la producción del musical “Cats”.
Gatos, gatos, gatos… A mitad del camino entre el animal de compañía y el compañero literario, estos seres han sido y son, para muchos escritores objeto de los más intensos afectos, pero también han sido una ventana literaria, fuentes de inspiración de relatos y obras únicas.

Camilo José Cela, Jean-Paul Sartre, Ray Bradbury, William S. Burroughs, Truman Capote, Hermann Hesse, Aldous Huxley, son algunos de los muchos escritores gateros. Y lo fueron porque sin duda es por su carácter solitario y porque es capaz de dar compañía sin molestar ni pedir demasiada atención a cambio, por su forma individualista de ser o por su gusto por la independencia… quizá por todo esto junto, lo cierto es que no hay animal tan afín a un escritor como el gato.

No es fácil establecer un vínculo fuerte con un felino. La relación se debe basar sobre todo en el respeto, en dejarlo expresarse libremente y que sea él el que, en base a la confianza, vaya construyendo la relación con su amo.

Entre los muchos libros que versan sobre el tema, está el delicioso volumen publicado en España por Errata Naturae: “Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales”, una recopilación de textos de Soledad Puértolas, Andrés Trapiello, Marta Sanz –el papel de los gatos en novelas suyas como “Black, Black, black” es fantástico–, entre otros, quienes reflexionan sobre los felinos como sombra del escritor, también como amigo y único depositario de unos sentimientos e incluso de unas ideas, que el autor no osaría compartir con nadie más.
Por último, no puedo ni quiero olvidarme de Patricia Higsmith, alcohólica, que prefería a sus gatos a las personas. Criterio que a mis jóvenes 86 (pronto 87) años, comparto plenamente. ¡Miau!…

Presentación

Hay una especie de franciscanismo en los escritores que los humaniza.  Un afecto hacia los animales anticipatorio del ecologismo de nuestros tiempos.  La edición se refiere al amor de algunos intelectuales hacia los gatos, pero en realidad es solo una muestra de esa sensibilidad particular de unos hombres (y mujeres) singulares.

La arqueología muestra, por ejemplo, la predilección de William Burroughs hacia los sapos y las ratas.  Se cuenta que ya viudo decía que cuando sus gatos se ausentaban, sentía muchas ganas de llorar y lo hacía a menudo.  Paul Bowles y su esposa, Jane, tenían un zoo en casa: un gato, un pato, un armadillo, dos coatíes, un ocelote y un loro.  Por último, Virginia Woolf tenía perros en su casa. Grizzle y Pinka fueron sus favoritos, y tenía la costumbre de llevarlos a todos lados, aunque a los demás les molestara.

Desde esa perspectiva, el texto de Jorge Carrol nos hace explorar un aspecto quizá desconocido de los escritores que los hace lucir, no como extravagantes (sería superficial considerarlos así), sino como sujetos que desbordan afectos hacia una naturaleza que los conmueve.  Es el caso de Julio Cortázar, el autor de “Rayuela”, que afirmó que “se le mojaron los ojos como a un imbécil”, cuando se reencontró con su gato, “Teodoro W. Adorno”, luego de un tiempo sin verlo.

Tan recomendable como el artículo de Carrol son las contribuciones de Hugo Gordillo, Enán Moreno y Miguel Flores.  Los intelectuales nos acercan a la realidad observada y arrojan luz sobre esos aspectos que los hacen pensar.  Nosotros debemos recibir esas propuestas no con la rigidez del poseedor de la verdad, sino con la apertura y, quizá la candidez, del explorador dispuesto a conocer nuevos mundos.  Un abrazo fraternal con mis mejores deseos de bienestar.  Hasta la próxima.

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