Las cartas de la ruptura: Sartre a Merleau-Ponty

J-P. Sartre. Hacia el 18 de julio Albergue Nacional, Plaza Montecitorio. Roma.

Mi querido Merleau: he esperado mucho tiempo antes de responderte: tenía dudas desde hace tiempo. He querido también hablar sobre ello con el Castor que estaba implicada antes que yo. Ahora estoy seguro de mi respuesta: no puedo aceptar tu solución. Intentaré decirte la razón amistosamente. No te enfades y escúchame.

Has criticado mi posición directa e indirectamente, en conversación conmigo y públicamente. Yo me he limitado a defenderme. Como si la tuya fuera justa y como si yo tuviera que justificarme por no guardarla. ¿Por qué me he comportado de esta manera? Porque es mi forma de ser: me horroriza acusar, incluso cuando se trata de defenderme, a la gente que quiero. Pero es preciso poner un límite. Ya que la verdadera respuesta que debo hacerte es ésta: no apruebo tu posición y la censuro. Bien, me comprenderás: que te apartes de la política (en fin, de esto que nosotros, intelectuales, llamamos política), que prefieras consagrarte a tus investigaciones filosóficas es un acto a la vez legítimo e injustificable. Quiero decir: es legítimo si no intentas justificarlo. Es legítimo si se ampara en una decisión subjetiva que no te compromete más que a ti y que nadie tendría el derecho de reprocharte. Y probarías en efecto que has hecho bien en lo que te concierne si el resultado de este abandono es, como yo lo deseo de todo corazón, créeme, un libro sobre que sea tan original y tan rico como La Percepción o Humanismo y terror. En el fondo, esto lleva a hablar de vocación. Tomas conciencia que tu vocación es tal, lo pruebas en tus libros, y tienes razón. Bien. Pero si, en nombre de este gesto individual, pones en cuestión la actitud de aquellos que permanecen sobre el terreno objetivo de la política y que intentan, ya sea bien o mal, decidirse por motivos objetivamente válidos, mereces entonces una consideración objetiva. Ya no dices: haría mejor con abstenerme, sino que dices a los otros: es preciso abstenerse. Confieso que me ha apenado leer en L´Express el resumen de una conferencia que has dado a los estudiantes y en el que me calificas públicamente como equivocado. Sí, tomo la interpretación en lenguaje periodístico –y estoy seguro de que has hablado cortés y amistosamente de mí-. Créeme que no se trata de una cuestión de susceptibilidad. Constato simplemente que las palabras que puedes pronunciar si no contra mí, al menos contra mi actitud presente, tienen de inmediato su repercusión en la derecha y toman una significación objetiva que no engaña. No puedes hacer nada contra esto: cualquier cosa que digas, aunque procedas de forma fina y delicada, se convertirá siempre en esto: un filósofo yerra hoy al pronunciarse sobre el Pacto Atlántico, la política del gobierno francés, etc., etc. O mejor dicho, él puede pronunciarse si remite sus opiniones a los bloques o partidos que se oponen, pero no si juzga una política más peligrosa que otra. En una palabra: el filósofo hoy no puede tomar actitud política. Esto no significa criticar mi posición en nombre de otra posición, sino intentar neutralizarla, ponerla entre paréntesis en nombre de una no-posición. Pretendes que es preciso saber lo que es el régimen soviético para elegir. Pero como se elige siempre en la ignorancia y no nos está reservado a nosotros saberlo, sería mala fe convertir esta dificultad de principio en una dificultad empírica. Y además, sobre todo, no se trata para nosotros de entrar en el P. C., sino de reaccionar como nosotros pensamos en conciencia en relación a temas urgentes como, la, etc., etc. Tú me reprochas ir demasiado lejos, acercarme demasiado al P. C. Es posible que tengas razón en este punto y que yo esté equivocado. Pero yo te reprocho, e incluso más severamente, que hayas abdicado en circunstancias en las que es preciso decidir como hombre, como francés, como ciudadano y como intelectual tomando tu filosofía como coartada. Pues no eres más filósofo, Merleau, que yo o que Jaspers (o que cualquier otro). Se es cuando se ha muerto y cuando la posteridad no es otra cosa que algunos libros. Mientras vivamos, somos hombres que, entre otras cosas, escribimos obras de filosofía. Tu lección del Colegio de Francia no era en absoluto convincente si pretendías en ella definir al filósofo: en este sentido, te equivocaste por completo. Y para abordar el primer problema, esta cuestión previa: ¿algo como la filosofía es posible? Sería admirable si se tratara solamente de un retrato del pintor hecho por él mismo. E incluso de una autojustificación. Pero, en fin, tomándola como tal, ella te impediría juzgar a los no-filósofos. No podría tratarse sino de una zoología: la especie quedaría descrita y fijada (suponiendo que se aceptaran tus premisas) y ella lindaría con otras especies. La comunicación parecería difícil entre ellas: tú abordabas el problema al fin de la exposición, pero a mi parecer no lo tratabas. Y, después de todo, ni una palabra de tu lección permitía saber si la de la que hablabas era una característica accidental, histórica, patológica o, por el contrario, un elemento fundamental. No reconozco como mía esta; mi ser-ahí, como decimos, no es de esta clase, lo que puede querer decir que yo no soy filósofo (y así lo creo) o que hay otras maneras de ser filósofo. Es absolutamente imposible, en consecuencia, criticar mi actitud, como tú lo has hecho en la conferencia que L´Expressesume, en nombre de esta pseudo-esencia filosófica que no es, desde mi punto de vista, sino una extrapolación de tu propia psicología y de su proyección en el campo de los valores y de los principios.

Mi conclusión: tu actitud no puede ser ni ejemplar ni defendible, es el resultado del puro ejercicio de tu derecho a elegir para ti lo que te conviene mejor. Si intentas criticar a cualquiera en nombre de esta actitud, le sigues el juego a los reaccionarios y al anticomunismo, y esto es todo. No deduzcas de esto que creo que mi posición no sea criticable. Lo es seguramente y desde todos los puntos de vista: a condición de que los puntos de vista sean ya políticos, es decir, que traduzcan una toma de posición objetiva y fundada sobre motivos objetivos. Un M. R. P. puede criticar mi apreciación de la guerra de Indochina, un socialista puede criticar mi concepción del P. C. Pero nadie tiene el derecho de hacerlo en nombre de la epojé fenomenológica.

Lo que me molesta en tu caso es que no te he visto intervenir ni a favor de los Rosenberg ni a favor de Henri Martin, ni en el fondo contra los arrestos de comunistas (tu presencia en el Comité de Defensa de las libertades es verdaderamente demasiado reflexiva para que pueda considerársela eficaz) ni contra aquellos que pretenden la internacionalización de la guerra de Indochina (me refiero a tu actitud presente, ya que antes de tu cambio brusco de 1950 habías condenado apasionadamente esta guerra). Esto son reacciones humanas ante exigencias inmediatas. Sólo quien ha satisfecho estas exigencias puede, a mi parecer, criticarme en Les temps modernes, es decir, plantear un diálogo político. En una palabra, yo antepongo a mi crítico una cuestión previa: ¿y usted, qué hace usted hoy? Si no haces nada, no tienes el derecho de criticar políticamente, simplemente tienes el derecho de escribir tu libro, y es todo. Estate seguro de que lo digo sin ninguna ironía. Quiero decir: tu elección para ser rigurosa debe limitarse a la pura reflexión sobre la historia y la sociedad. Pero no tienes el derecho a jugar con dos barajas. Y si quieres que te diga mi opinión completa, es únicamente una pasión subjetiva la que te hace tomar esta actitud contradictoria (contradictoria porque pretendes destruir una política –la de las gentes que piensan como yo– renunciando a proponer otra). Pretendes condenar lo más rápidamente posible a los que se arriesgarían a condenarte.

No me apetece ni tengo derecho a condenar tu posición actual, estoy dispuesto a reconocer que tu posición y la mía son perfectamente compatibles y que pueden coexistir incluso hoy. Pero precisamente por esto, condeno vigorosamente y sin vacilar tus tentativas para condenarme. No les concedería en ningún momento la hospitalidad de Les temps modernes, pues entonces me arriesgaría a confundir a mis lectores. Todas las tendencias de izquierdas serán admitidas aquí: quiero decir que todas aquellas que admitan:

1. que los problemas políticos afectan a todos los hombres y que no está permitido eludirlos ni siquiera bajo el pretexto de que son irresolubles. 2. todas aquellas que –sea cual sea su severidad con el P. C.– consideren que no es lícito desconsiderar a un partido que obtiene entre 5 y 6 millones de votos. Estas dos condiciones me parecen excluir rigurosamente tu actitud actual. Te señalo por otra parte que mi de actitud no significa ningún cambio en la clientela de Les temps modernes. Pocas suscripciones nuevas, pocas bajas, las renovaciones habituales. Creo que esto significa que yo he cambiado al mismo tiempo que nuestro público. ¿Te acuerdas, por contrario, de la irritación creciente de los lectores cuando rehusabas tomar partido sobre la guerra de Corea? Este punto de vista también cuenta: tu posición para los lectores de la revista parecía un paso atrás, una manera de protegerse: entiendo que tú te quieras justificar: pero esto no tiene arreglo, me parece (ni por otra parte como mis propios motivos); ellos quieren que se les explique la situación a partir de los principios objetivos que piensan tener en común con la revista.

Esto es lo que quería decirte. Me gustaría que no veas en esto un gesto inamistoso (para decirlo claramente, el gesto inamistoso es más bien el que tú has llevado a cabo dando esta conferencia contra mí y sin avisarme salvo por una insinuación que negligentemente dejaste caer en nuestra conversación en el Procope. Esto es lo que el Castor llamaba. Pero no pienso reprochártelo). Simplemente, bien considerado, me parece que tu posición tal y como es hoy no puede exponerse en Les temps modernes. No nos has acompañado en ninguno de nuestros esfuerzos (Rosemberg-Henri MartinIndochina-Libertades, etc.), no alcanzo a ver entonces en nombre de qué podrías criticarnos desde el interior del equipo.

Desearía, querido Merleau, que todo esto permanezca sobre el terreno ambiguo de la política y que no olvides por tan poca cosa nuestra larga amistad. Muy afectuosamente J. P. Sartre

P. S. Mi respuesta concierne evidentemente al artículo político. Para las notas, me reservo mi opinión, por supuesto, pues no me dices si tú pretendes hacer notas a-políticas o elegir este camino para introducir una en Les temps modernes.

Artículo anteriorJoan Margarit
Artículo siguientePolicía dice manejar incidente en el Puente de Londres