Una de las obras maestras del arte bizantino, el mosaico de Cristo Pantócrator de Santa Sofía, Estambul, Turquía.

Hugo Gordillo
Escritor

Entre las causas fuertes de la caída del Imperio Romano de Occidente figuran las invasiones bárbaras, las guerras civiles, las pestes y el advenimiento del cristianismo declarado ilegal. Las comunidades cristianas primitivas son perseguidas hasta que se emite el Edicto de Tolerancia, cuando se libera a los jesuseros presos y se les permite reunirse libremente, siempre que no alteren el orden público. Hay una rebeldía natural en los cristianos, que profesan a un solo Dios, contrarios a los venerantes del montón de deidades romanas. Se niegan a inclinarse frente al emperador autodenominado “señor de señores” porque, para ellos, el único Señor no es terrenal.

Los primeros mártires crucificados o echados a las fieras en el circo, son enterrados en catacumbas, donde sus dolientes cantan salmodias poco melódicas y pintan cuadros casi artísticos con expresiones simbólicas de su secta florecida entre los pobres. Los motivos de pintores aficionados y anónimos son: el crucifijo como representación de martirio, el ancla como ideal de salvación y el pez como significado de Jesucristo hijo de Dios y redentor. La primera imagen de Dios es la de el Salvador del mundo para alejar los espíritus burlones y malignos.

La confrontación política se refleja en lo artístico cuando los cristianos de brocha gorda les piden a los famosos del pincel fino que dejen de reproducir el tanate de deidades paganas y que salven sus almas. En el mismo envase romano (arte continuo cinematográfico) en el cual se plasma lo sensual y corpóreo, los cristianos sirven lo espiritual, lo numinoso. La obra de arte pierde su sentido estético cuando la fe coopta a la ciencia y al arte. En la expresión “trascendental” se pierde la acción y toma una rigidez de muerto, produciendo en el espectador efectos sicológicos que lo alejan de lo terrenal.

Muera el hombre de carne y hueso. ¡Viva el hombre espiritual! Las escenas del Antiguo Testamento pasan de la catacumba al templo, que inicialmente es casa comunal y, después, de Dios. Más tarde se cuelan las escenas del Nuevo Testamento, como las Estaciones del Viacrucis, visibles actualmente en grandes catedrales de ciudades cosmopolitas o pequeños templos en municipios de tercera categoría. Transcurrirá más de media Edad Media para que la Santísima Trinidad sea inventada.

El Imperio Romano de Oriente también sucumbe ante las invasiones bárbaras, pero sin mayor daño para su cultura. Bizancio es el país de las maravillas y Constantinopla su ciudad tacita de plata; industrial, cosmopolita y de un comercio externo rigurosamente controlado por el Estado y la Casa Imperial. Su forma de gobernar es el cesaropapismo en la figura del emperador puesto por Dios sobre tres pilares: la Administración, el Ejército y su Departamento de Estado, la Iglesia. El centro de gravitación cultural es la Corte, clienta única de artistas refinados a los que pide obras para sí y para la Iglesia.

Los monjes motivan el arte para usos religiosos como el culto al santo y la veneración de imágenes y reliquias, con lo que incrementan su poder económico y político. El arte se vuelve cada vez más cristiano en la medida que la Iglesia asume mayor autoridad, hasta convertirse en poder absoluto. El espíritu majestuoso, autoritario y solemne no solo se refleja en los mosaicos y la arquitectura basilical. La pintura y la escultura reproducen lo mayestático y suntuoso representando al mesías como rey y a la virgen como reina. Las imágenes del Cristo y María, de clase popular en el cristianismo primitivo, cambian su corona de espinas y las lágrimas por coronas de oro, piedras preciosas y atuendos estrafalarios del cristianismo con poder.

A sus tronos se acercan los apóstoles con el temor que se le tiene a los tiranos. Los ángeles ya no son ese híbrido niño-pájaro alegre revoloteando en las cúpulas del templo. Se asemejan más a pequeños centuriones que están aprendiendo a marchar, pese a que tienen alas. Tras su asunción como emperador, León III emprende la Reforma Iconoclasta debido a las pugnas políticas con el monacato, que cada vez es más fuerte y tiene buenas relaciones con el pueblo. No vaya a ser que se le voltee el santo. El monasterio pasa a la categoría de centro de peregrinación con sus imágenes milagrosas que dejan buenas ganancias.

El movimiento iconoclasta no se trata de una persecución a las imágenes per se, sino de imágenes religiosas porque significa idolatría. El argumento es que lo santo no puede ser representado material ni sensualmente. Además, los árabes le están ganando batallas a Bizancio y no tienen imágenes religiosas. Ha de ser porque no son idólatras. Entonces hay que ponerse a la moda. La persecución de las imágenes religiosas no va en detrimento del arte; solo le cambia el rumbo.

En adelante, el arte ornamental vuelve la vista a la decoración helenística, alejado de la influencia de la Iglesia. Aquellas figuras planas e inertes ahora muestran libertad y movimiento. El arte religioso solo vuelve a ser reconocido tras el II Concilio de Nicea, donde se hace la diferencia entre la adoración de Dios y la veneración de las imágenes. Además, ordena que todos los escritos contra las imágenes venerables deben ser entregados para su custodia, porque ofenden a Dios.

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