Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Pocas veces he visto a alguien tan atribulado como a Gedeón ese día de verano caluroso en que el sol calentaba amablemente y los pájaros trinaban sus dulces cantos al iniciar un nuevo y promisorio día. La verdad es que el día estaba para el pleno disfrute y la buena plática con alguien y yo me sentía verdaderamente bien. El Señor Presidente Constitucional de la República había prometido que ahora sí echaría a andar el país y eso era suficiente; es decir, que tuviera la buena intención, que ya solo con eso era bastante; pero tanta belleza y hermosura se echó a perder en cuanto sonó el timbre de la puerta y salí a ver quién visitaba la casa. Se trataba de Gedeón, quien con cara de sufrimiento me preguntó si podía pasar. Le dije que sí, a pesar de la mal querencia que la tía Toya le tiene, ya que dice ella que Gedeón solo para causar problemas sirve. Luego de que nos instaláramos en la sala sobre los mullidos sofás que papaíto acababa de comprar en cómodos plazos y sin enganche y con el primer pago hasta julio, comenzó la plática.

Vieras –me dijo- que vengo indignado, triste, de bajón, jodido y como si me hubieran asaltado en plena calle a la luz del hermoso y brillante día.

Y diciendo tales cosas entró en un mutismo peligroso, por lo imprevisto de su carácter. Me sentí preocupado y dispuesto a ayudarlo a salir del enorme agujero en el que de pronto había caído, o ya venía dentro de él. Le ofrecí una taza de café, pero me dijo que no, gracias con las manos; o sea que me hizo gestos de que no quería nada, pero con las manos porque no dijo nada y solo suspiró hondamente. Verlo daba la impresión de ver la imagen de una santa que hay en una iglesia de la que no recuerdo su nombre, pero el rostro de la imagen es verdaderamente impresionante, ya que está mirando hacia lontananza y se le nota el dolor que siente en su corazón.

-Pues fíjate –me dijo de pronto-, que a principios del año pasado compré una motocicleta, y para no andar en los problemas esos de que las cosas se descomponen la llevé a un taller para que la revisaran y me hicieran el diagnóstico de su estado general, pero ahora que fui a averiguar cómo andaba la cosa me fui a encontrar con que el taller ya no existe y nadie da razón de nada, nadie sabe hacia dónde se fue. ¿Y yo?, pues bien, gracias y sin mi moto.

-Pero mirá –quise saber-, ¿llevaste tu moto al taller de la agencia?

-No –me dijo-, como no la compré en la agencia la llevé a un taller que quedaba por ahí por la zona 11, por los campos de fútbol. Es cierto que me tardé un poco en ir a averiguar qué había pasado, pero no es el hecho, vos, uno compra sus cosas y la gente irresponsable, que todo le viene del norte y que todo le vale madres, sencillamente de un día para otro decide desaparecerse de la manera más irresponsable.

-Pero mirá Gedeón –lo interrogué de nuevo-, ¿cuándo me dijiste que llevaste la moto a ese taller?

-A principios del año pasado –me dijo muy cándidamente.

-Pero no fregués –le dije- ya estamos en octubre, o sea que te olvidaste de tu moto más de un año y medio y así no es la cosa. Acordate que cualquier taller de reparación de cualquier cosa tiene que arreglar lo que sea y entregárselo a su dueño, ya reparado, en cuanto éste lo reclame, pero vos no te apareciste durante más de un año y todavía querías que te estuvieran esperando. ¿Y siquiera dejaste tu dirección o tu teléfono?

-Eso es lo que no me recuerdo, vos, pero yo creo que sí.

En esas estábamos cuando se apareció la tía Toya, que en cuanto vio a Gedeón hizo mala cara. A modo de arreglar la cosa le comenté lo que le había ocurrido a Gedeón con su moto.

-Estuvo bueno –dijo ella mientras lo miraba fijamente-, porque Dios sabe por qué hace las cosas; además, eso de las motos es muy peligroso, peor cuando la va manejando gente un poco bruta, que solo para hacer estupideces sirve y para meterse en lo que no le importa vive, de gente medio idiota, gaznápira, pendeja, gente que a saber qué tiene en la cabeza, gente ruin, gente liberal y contrabandista.

Y dichas tales cosas, y todavía mirándolo fijamente, se retiró. Gedeón se echó un par de suspiros más y en cuanto lo consideró oportuno, supongo yo, se despidió y se fue. Tuve la intención de reclamarle a la tía Toya su actitud, pero pensé que no dejaba de tener razón en sus apreciaciones. Menos en lo de contrabandista, claro.

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