Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

–Fijate vos –me dijo Gedeón la semana pasada que nos encontramos casualmente en el Centro Comercial Miralinda– que sentí la gloria cuando la Natasha me dijo que no tuviera pena, que ella me daría jalón todos los días, tanto para ir al trabajo como para regresarme a mi casa. En primer lugar por la economía; en segundo lugar, por la seguridad, porque en estos tiempos no es ninguna gracia andar uno encaramado en esos buses que más parecen jaulas de la muerte en los que uno va arriesgando la vida por la imprudencia de los choferes, la molestia de los gritos de los brochas y el riesgo siempre latente de los ladrones; y en tercer lugar, por el tiempo que uno economiza, ya que antes de su ofrecimiento yo me levantaba todos los días a las cuatro de la mañana pero cuando me comencé a ir con ella hasta eso me resultó mejor porque ya me podía levantar siquiera a las cinco. Y es que lo pasábamos muy bien, platicando durante todo el camino y mirando a la gente correr para todas partes tratando de ganarle el tiempo a la vida.

La cosa es que uno nunca termina de conocer a la gente, porque te digo una cosa, al mero principio la Natasha me caía un poco mal porque aquí entre nos, no era aquello que dijéramos una Venus de Milo o cosa que se le pareciera, no, más bien la pobre estaba un poco feíta, ¿verdad?, pero vieras qué buena conversación tenía; como ya casi se estaba graduando en la universidad de no sé qué cosa y había trabajado en una agencia de viajes que quedaba en la terminal del aeropuerto, me contaba cada cosa que le había ocurrido, tanto con la gente que iba de salida como con los turistas, vieras, bien agradable su plática, al extremo de que cuando me vine a dar cuenta ya hasta me había comenzado a gustar y hasta pensé en platicarle para ver si podíamos establecer alguna bonita relación, así le dije, que qué pensaría ella si pudiéramos establecer una bonita relación, pero me dijo que muchas gracias por mis buenas intenciones pero que tenía novio, que a pesar de que era muy celoso lo quería mucho, que ya hasta habían hablado de matrimonio, pero que ella no se terminaba de decidir porque no dejaba de darle un poco de miedo casarse con un hombre tan violento cuando se enojaba, pero que eso sí, que era mero buena gente.

Como te digo, platicábamos de muchas cosas durante todo el camino, y como una cosa trae la otra, yo también le contaba mis aventuras y hasta le conté que tenía un amigo a quien yo quería mucho, de ese modo hasta vos terminaste metido en la plática, porque mirá mano, aprovechando la ocasión quiero que sepás que yo a vos te quiero mucho, ¿oíste?, te considero que sos buena gente, y eso hasta a Papaíto se lo dije la vez pasada.
Pues como te cuento, me estaba yendo muy bien porque me daba jalón todos los días; es que vivíamos más o menos cerca y también trabajábamos más o menos cerca; y todo estaba muy bonito hasta que un día se desapareció.

Al principio yo pensé que se había enfermado o había tomado sus vacaciones o algo así, pero el tiempo comenzó a pasar y a pasar hasta que me tuve que hacer a la idea de que, o se había cambiado de casa o se había cambiado de trabajo. Y mirá pues, tantas veces que platicamos y nunca se me ocurrió preguntarle en dónde vivía ni en dónde trabajaba, y lo malo fue que yo ya me había acostumbrado a la comodidad de que me anduviera llevando y trayendo. Me tuve que ir acostumbrando, otra vez, a levantarme temprano. Al principio me costó un poco, pero después uno se va adaptando a sus horarios; sin embargo, todos los días la recordaba y hasta hubo un momento en que se me ocurrió que iba a intentar buscarla para saber qué era lo que le había ocurrido, pero como podrás comprender, ni siquiera tenía alguna pista desde donde pudiera comenzar.

Y así, vos, hasta que poco a poco me fui olvidando de ella, pero como vos bien sabés, la vida no se cansa de dar sorpresas, un día venía yo en el bus y me puse a platicar con una muchacha mera amable. Como cosa normal comenzamos a hablar de lo del transporte público, de lo asustado que anda uno todo el tiempo y hasta le conté de mi amiga que me daba jalón, y que se llamaba Natasha. De pronto ella me preguntó si se trataba de Natasha Pérez. Yo le dije que no sabía si su apellido era Pérez, pero le di sus señas, las señas de su carro y todo lo que me recordaba de ella, entonces qué te parece que me dijo que se trataba de la misma persona, que hacía cosa de seis meses la había matado su novio, que se trataba de un individuo violento que siempre le andaba reclamando cosas y que en un arranque de celos la había matado, que ellos en la oficina la habían aconsejado varias veces para que lo dejara pero que ella nunca lo hizo porque le daba miedo. Y vieras que se puso triste la muchacha, pero yo me puse un poco bravo porque el que salió jodido fui yo, es que como te digo, ya me había acostumbrado a levantarme a las cinco y a que me diera jalón todos los días, pero qué le vamos a hacer, total, y como bien dice Papaíto, la gente solo para joderlo a uno sirve, ¿verdad vos?

Artículo anteriorEl estudiante, una conducta moral
Artículo siguienteLuis Eduardo Rivera, Premio Nacional de Literatura 2019