Roberto Juarroz (Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires, 5 de octubre de 1925 – Temperley, Buenos Aires, 31 de marzo de 1995). Ensayista y poeta argentino, él escribe lo siguiente: “Es probable que nos falte conciencia para calibrar la posible realidad o irrealidad de la poesía. Podemos sospechar que la realidad es una cuestión de conciencia o visión profunda y que a mayor conciencia corresponde más realidad: o menos realidad. Y nos es dado suponer que para una hipotética conciencia o visión total no habría nada irreal, ni siquiera aquello que más lo parece”.
2
La muerte nos roza a veces los cabellos,
nos despeina
y no entra.
¿La detendrá quizás algún gran pensamiento?
¿O acaso pensamos
algo mayor que el pensamiento mismo?
3
El ser empieza en mis manos de hombre.
El ser,
todas las manos,
cualquier palabra que se diga en el mundo,
el trabajo de tu muerte,
Dios, que no trabaja.
Pero el no ser también empieza entre mis manos
[de hombre.
El no ser,
todas las manos,
la palabra que se dice afuera del mundo,
las vacaciones de tu muerte,
la fatiga de Dios,
la madre que nunca tendrá hijo,
mi no morir ayer.
Pero mis manos de hombre ¿dónde empiezan?
5
No quiero confundir a Dios con Dios.
Por eso ya no uso sombrero,
busco ojos en los ojos de la gente
y me pregunto qué es lo que nos deja despertar,
mientras estoy aquí, entre paréntesis,
y sospecho que todo es un paréntesis.
Mientras manoseo esta muerte con horario de trenes
y me calco las manos.
Porque tal vez todo el juego sea ése:
calcarse uno las manos.
Calcarse entre paréntesis,
no afuera.
No quiero confundir a Dios con Dios.
9
Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.
17
Hay que caer y no se puede elegir dónde.
Pero hay cierta forma del viento en los cabellos,
cierta pausa del golpe,
cierta esquina del brazo
que podemos torcer mientras caemos.
Es tan sólo el extremo de un signo,
la punta sin pensar de un pensamiento.
Pero basta para evitar el fondo avaro de unas manos
y la miseria azul de un Dios desierto.
Se trata de doblar algo más una coma
en un texto que no podemos corregir.
23
Hay trajes que duran más que el amor.
Hay trajes que comienzan con la muerte
y dan la vuelta al mundo
y a dos mundos.
Hay trajes que en lugar de gastarse
se vuelven cada vez más nuevos.
Hay trajes para desvestirse.
Hay trajes verticales.
La caída del hombre
los pone de pie.