Leonidas Letona Estrada
Escritor
Hace aproximadamente cien años mi santo padre, Antonio Letona Magariño trabajaba como mentor, es decir, maestro de la escuelita del municipio de San José Chacayá, pueblito asentado en las verdes colinas del altiplano del departamento de Sololá. De noche y de día pensaba detenidamente sobre el tiempo, ese tiempo que desde la mañana hasta el atardecer aprovechaba para enseñar el idioma castellano o español a sus pequeños alumnos que acudían a la escuela provenientes de sus aldeas originarias que no sabían ni escribir ni leer, solo sabían intercambiar pláticas en su idioma ancestral.
Por ello su tiempo era como el oro, había que aprovecharlo en lo que duraba el ciclo de escuela. Pensaba en el tiempo, pero a la vez miraba siempre los amaneceres de ese pueblo silencioso, callado, hasta triste quizá. Sus pensamientos giraban en saber el tiempo o cuánto tiempo le quedaba en el día para seguir enseñando y enseñando, viendo el sol que salía y se ocultaba, después de bañar de luz la triste población. El calor emanaba del astro rey y era suficiente para que los habitantes fueran felices, los bosques crecieran y los animalitos domésticos y silvestres abundaran siempre.
El tiempo transcurría hora tras hora; (todo tiempo se cuenta en días, semanas, meses, años, siglos) pero él medía su tiempo con exactitud, las horas de su trabajo, y señalaba el día y la noche; tiempo que camina en la vida de cada quien y en el final de la persona sobre la tierra. Había que medirlo, minuto a minuto, hora tras hora y así discurría entre el sol y las montañas entre los humanos y los animales. Esta vez entre la escuela, los alumnos y el profesor.
Una vez observó una gran columna blanca como nube, que sostiene un gran templo de devoción, un escenario ideal para medir el tiempo. Ideal para observarla sin problemas visuales, para contemplarla todo el curso del día. Dibujó una esfera, la rodeó con números dispuestos ordenadamente, para medir las horas y los minutos; anotó en la parte superior el número 12 y en inferior el número 6. Colocó una gran aguja y ella proyectaría con su sombra los rayos del sol, los cuales son esplendentes en la época del verano, otoño y primavera. ¡Oh maravilla!
Había puesto a la vista de los habitantes y en especial a sus queridos alumnos una esfera para medir el tiempo con la ayuda del Sol. Ambos elementos están allí desde hace un siglo y se conoce en la población como “el meridiano de la iglesia de San José Chacayá”.
El Meridiano de la iglesia de San José Chacayá. (Sololá).-