Dicen que Adolf era incapaz de transmitir ningún rango emocional con las miles de personalidades con las que trataba diariamente, con ninguna excepto con los niños y los perros. Por eso apreciaba a Goebbels y a sus hijos. Todos ellos ajenos. Todos ellos ingenuos. Todos menos una. Helga Goebbels, la mayor, barrunta desde hace tiempo la caída del imperio de su tío. Y con ello el arrastre a toda la familia. A pesar de no compartir sangre, el cariño que le niega a su padre, el gran irreverente, hipócrita, manipulador, mujeriego y ministro de propaganda del régimen, Joseph Goebbels, se lo entrega Adolf Hitler en una relación paternalista y llena de admiración. Tiene solo 12 años y para ella siempre será su tío.
Querido tío Adolf:
Te escribo desde la sala de mapas. Hoy no te he visto en todo el día y con las bombas, gritos y explosiones tan cerca tengo miedo de salir a buscarte. La gente anda más seria de lo normal y el antibúnker está vacío. Todo está lleno de polvo, sucio y desangelado. Parece como si nos hubieran abandonado. He visto a Otto y Traudl (secretarios de Adolf) por los pasillos llorando, pero no veo a Blondi por ninguna parte (Blondi es perro sacrificado por Hitler el mismo día de su suicidio).
Hace tiempo que quiero hablar contigo, pero siempre hay un señor serio y una cara larga de por medio. En la merienda con los niños es el único momento que pareces despreocupado, pero no me he atrevido. Tengo secretos que no quiero que sepan mis hermanos pequeños. Y no puedo hablar ni con mis padres.
Padre nunca ha estado con nosotros. No le conozco lo suficiente. Es como una sombra fría y oscura. Hay más distancia entre él y yo que entre tú y Stalin. Sus hijos eran los miembros del partido y nosotros solo somos sus trofeos. Solo Helmut (el único varón) es merecedor de su atención, aunque siempre le trata como su payaso.
Sé que madre lleva algo en el bolso. No se separa de él ni un instante. Creo que es una pistola. A veces la veo deambular como un fantasma por los pasillos con la mirada perdida y recitando a Artur Dinter. No me atrevo a preguntar. Tengo mucho miedo y no sé a quién acudir.
Somos la peor familia de toda Alemania, sin embargo, tú condecoraste a mi madre como la mejor madre del Tercer Reich y mi padre es tu mano derecha. Pero él solo se ocupa del partido y de sus mujeres. Que no somos nosotras. Somos a la vez el ejemplo y la desgracia de la raza aria. Nunca lo he entendido.
Mis hermanos viven en una burbuja gracias a la paciencia de Traudl. No saben nada, pero lo están sufriendo todo. A veces estamos horas y horas cantando solos en la habitación al ritmo de las bombas y disparos. Se olvidan de nosotros, no comemos ni nos aseamos. Todos los ratos preguntan ¿cuándo vamos a volver a nuestra casa en Wandlitz (cerca de Brandenburgo]). Solo Traudl nos cuida y nos reconforta en todo lo que puede, pero hoy la he visto realmente destrozada. Sé que ella también sabe lo del bolso de Madre pero no me atrevo a preguntar.
Madre nos ha prometido que esto se va a acabar. Que vamos a salir de aquí para disfrutar. Pero no veo el cómo ni el cuándo. Me temo lo peor. Esta noche van a traer una medicina para vacunarnos y protegernos de las infecciones que traen las humedades de este sitio tan frío y gris. ¿Por qué no es mejor salir de aquí? Tengo miedo. Mucho miedo.
Necesito saber qué va a pasar. ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cuándo vamos a salir de aquí? Tengo muchas ganas de volver a disfrutar los jardines de Wandlitz. De celebrar tu cumpleaños con Blondi. De ir a visitarte al Berghof de los Alpes Suizos…
Por favor, ayúdanos.
Tu sobrina del alma. Helga Goebbels, 1 de mayo de 1945.