Ramiro Mac Donald
Docente y académico universitario

A finales de los años 70, en México, el jefe de la Policía conocido como “el Negro Durazo”, era un personaje muy poderoso, pero oscuro, que estaba ligado al narcotráfico y a las extorsiones. Durazo llegó a acumular tanto dinero que se dio el lujo de mandar a construir una réplica del Partenón griego (estilo mexicano) y en uno de sus baños (cuentan que) la manecilla del inodoro era de oro macizo. Esta excentricidad le permitió darle un nuevo sentido a dicho artefacto, dejando de lado su funcionalidad y otorgándole lo que los semiólogos llamamos “un desplazamiento de su valor simbólico”. Alrededor del tema versa este texto.

El significado de una cosa consiste en el potencial que tiene en la vida de las personas, según el pensamiento fenomenológico. Para la semiótica, significar es un concepto muy poderoso y, cuando es aplicado a los objetos, permite entrever que estos pueden transmitir no solo informaciones, sino todo un sistema estructurado de signos, los cuales son estudiados por la semiótica, como la ciencia de la significación.

Las cosas, pues, se convierten en signos porque el ser humano les otorga sentido; a eso se denomina “semantizar” o darles significado. Por eso, utilizamos el análisis semiótico para “rastrear y encontrar” el sentido que las personas le otorgan a sus cosas, porque esos signos transmiten múltiples significados. La semiótica hace lo posible por visibilizar algunos de los significados profundos, en especial los que permanecen ocultos y otros, que por ser tan obvios y evidentes, no son comprendidos a cabalidad por el gran público, o aquellos que pasan desapercibidos.

El semiólogo francés Rolad Barthes en La aventura semiológica (1985) acude al diccionario para señalar que un objeto es una cosa que sirve para alguna cosa. Esto obliga al objeto a ser absorbido por su finalidad de uso, o sea la función que desempeña en la vida de los seres humanos. Barthes añade que el signo tiene dos coordenadas que lo definen a) simbólica y b) taxonómica. Estos dos ejes contribuyen a la semantización de los objetos. El primero lo hace en un nivel profundo y metafórico, y el segundo lo hace a nivel taxonómico, ya que proporciona un esquema que da origen a la clasificación de cualquier tipo de objetos. El mismo concepto se puede aplicar a cualquier hecho o suceso: hay momentos de nuestras vidas que pueden tener un gran significado, mientras que otros hechos los tenemos que clasificar para agruparlos y entenderlos mejor. Este texto busca explorar la fascinación que tienen los políticos corruptos por coleccionar objetos de alto valor adquisitivo, en el marco de un simbolismo social.

Teniendo en cuenta estos elementos, entendemos que las cosas, los objetos, cumplen una función determinada que es asignada por la cultura, porque el sentido es un hecho cultural. Pero, al consultar los textos del semiólogo francés, se aclara que el sentido no solo nos da coartadas o razones sobre los objetos, debido básicamente a que de “su función nace el signo. Pero el signo es reconvertido en el espectáculo de su propia función”, agrega. Entonces, se corrobora que, en términos generales, la función determina el valor simbólico de una cosa o de un objeto. Pero no solo eso, también espectaculariza lo que es.

OTTO Y ROXANA, Y LOS OBJETOS DE LA CORRUPCIÓN

Hoy conocemos que la corrupción gubernamental del mal recordado Gobierno del Partido Patriota, encabezado por Otto Pérez y Roxana Baldetti, presenta como elementos visibles una gran cantidad de objetos de altísimo precio que la pareja presidencial adquirió durante su interrumpido mandato. Así, frente a nuestros ojos y oídos han desfilado (como noticias) las imágenes de fastuosas casas en áreas urbanas o de campo y también mansiones frente al mar, todas valoradas en millones de dólares. Para corroborar lo dicho anteriormente, lo invito a que ingrese a este enlace de una nota informativa de Canal Antigua y observe las imágenes de algunas de las 25 fincas expropiadas a la exvicegobernante.

Se señalan también que ambos políticos eran propietarios de aviones, lanchas, helicópteros y automóviles, los cuales son posesiones normales en el primer mundo, no en estos países donde la inmensa mayoría apenas si logra sobrevivir con precariedad, amén de una clase media en franco deterioro de su nivel de vida. Además, ambos personajes guardaban fuertes cantidades de dinero en efectivo convertidas en dólares, lo que constituye una ofensa para nuestros hospitales sin medicinas o deterioradas escuelas sin libros, ni escritorios. Evidentemente, toda esta acumulación desmedida fue producto de actos de corrupción, que representan una afrenta para millares de niños que no logran ingresar al sistema escolar por deficiencias estructurales, debido a que el Estado es incapaz de resolver los más urgentes problemas de los guatemaltecos, pero, paradójicamente, está estructurado para que los políticos se conviertan en millonarios instantáneos.

Como no es su campo, la semiótica no tiene una explicación para esta actitud rapaz y sinvergüenza, pero sí puede explorar algunas ideas sobre el valor que los corruptos les otorgan a estas posesiones. Al compararlos con las locuras del Negro Durazo (con su retrete y manecilla de oro), los suntuosos objetos de Pérez/Baldetti también representan un fenómeno semántico denominado relaciones de desplazamiento simbólico, puesto que las cosas o los objetos que ambos dirigentes políticos adquirieron (con dinero producto de acciones perversas) ya no se valoraban por uno de sus atributos: su costoso precio, ni por la utilidad que pudieran brindarle.

El fenómeno se puede interpretar como el disfrute enfermizo que les generaba el poder omnímodo que poseían. Porque poseer una colección de artículos de precios exorbitantes que no satisfacen usos para los que normalmente fueron diseñados, era para significarse por el hecho mismo de poseerlos (espectacularizar su propiedad). Estos objetos se convirtieron en fetiches u objetos mágicos que (ellos consideraron) les daban status socioeconómico. Para los corruptos representa algo muy simbólico tener la capacidad de adquirir un helicóptero, no porque pudiera serle útil para desplazarse rápidamente por los aires, aunque eso es inherente al mismo objeto. Rescato las palabras de Barthes: “se trata de una suerte de (re)definición del objeto… el objeto está allí como objeto natural para sustentar una de las cualidades que pasar a ser su signo”. En este caso, derivado de su alto precio. Si vemos desde la perspectiva barhtesiana, con crítica lupa semiótica, los objetos adquiridos por la entonces pareja presidencial de Guatemala, podremos descubrir que los mismos constituyen una colección de costosas pertenencias, cargadas de un simbolismo especial por el mismo hecho que, en condiciones normales, no se habrían podido obtener con un trabajo honrado. Es así como se deja entrever un discurso aparentemente invisible: el discurso de la corrupción, como relación paradigmática de interpretación semiológica.

Y esto es debido a que, según Barthes: “frente a un objeto o una colección de objetos aplicamos una lectura propiamente individual […] lo que se podría llamar nuestra propia psyke: sabemos que el objeto puede suscitar en nosotros lecturas de nivel psicoanalítico”. A la persona que observa estos objetos, productos de la escandalosa corrupción de Pérez/Baldetti, no le queda más que pensar en los grandes capitales mal habidos que ambos lograron y que, por acciones del MP y la CICIG, se les han sido arrebatados, con la ley en la mano. Siguiendo lo expuesto por Barthes, la realidad de estos objetos sobrepasa su propio significado, lo cual permite llevar a cabo una lectura semiótica impregnada de corrupción.
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El texto es parte del libro, Escáner Semiótico, publicado por su autor, Ramiro Mac Donald).

Presentación

Hay un universo que en ocasiones los profanos, por desconocimiento o distracción, pasamos por alto, es el simbólico.  Más allá de la esfera de lo racional, los seres humanos representamos la realidad a través de códigos y signos con el que transparentamos el mundo o lo recreamos.  De eso escribe el profesor Ramiro Mac Donald, de la disciplina semiótica.

El académico, sin embargo, no hace una elucubración abstracta, sino una hermenéutica contextualizada a la luz de actos de corrupción concretos en Guatemala.  Así, examina esos signos que develan una realidad que trasciende en ocasiones la conciencia incluso de sus propios protagonistas.  El análisis es revelador porque desnuda el carácter y las intenciones de los analizados.

A continuación, la explicación del autor:

“El fenómeno se puede interpretar como el disfrute enfermizo que les generaba el poder omnímodo que poseían. Porque poseer una colección de artículos de precios exorbitantes que no satisfacen usos para los que normalmente fueron diseñados, era para significarse por el hecho mismo de poseerlos (espectacularizar su propiedad). Estos objetos se convirtieron en fetiches u objetos mágicos que (ellos consideraron) les daban status socioeconómico. Para los corruptos representa algo muy simbólico tener la capacidad de adquirir un helicóptero, no porque pudiera serle útil para desplazarse rápidamente por los aires, aunque eso es inherente al mismo objeto. Rescato las palabras de Barthes: «se trata de una suerte de (re)definición del objeto… el objeto está allí como objeto natural para sustentar una de las cualidades que pasar a ser su signo». En este caso, derivado de su alto precio”.

Con el texto de Mac Donald, presentamos la segunda parte del artículo sobre la historia crítica de los actos de Independencia de Guatemala, escrito por Fernando Mollinedo y tres poemas patrios de Enán Moreno.  Concluye la edición con la reflexión de Miguel Flores titulada “Secuelas del academicismo en el arte actual”.  Creemos en los aportes de nuestros críticos y creadores para la presentación de un Suplemento a la altura de su paladar.  Como es costumbre, es un gusto llegar hasta usted en otra semana más de trabajo.  Hasta la próxima.

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