Jairo Alarcón Rodas
Filósofo y catedrático universitario
Rusia siempre ha sido un misterio para este lado del Atlántico y para Guatemala no es la excepción. La propaganda difundida por los Estados Unidos en contra de ese país después de la Segunda Guerra Mundial, incluso en la actualidad, a través de los medios de comunicación masiva, es razón suficiente de la extrañeza e incluso rechazo que se ha forjado en el imaginario colectivo de este país. A pesar de ello, a través de sus científicos, escritores, poetas, músicos, artistas y deportistas, esa nación se ha dado a conocer y brindado su riqueza cultural para el mundo.
La historia de Guatemala con sus miserias, transformaciones y conflictos sociales no puede abordarse sin tomar en cuenta los hechos ocurridos en 1917, tras la Revolución Bolchevique, referente de muchos movimientos sociales en el mundo. El papel desempeñado por la clase obrera en Rusia, comandada por Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, que dio paso a la formación de la Unión Soviética, representó para muchos países una esperanza de cambio a la opresión vivida en diversas regiones del mundo.
Tras la derrota del fascismo, del Nacional Socialismo de Adolfo Hitler, en la Segunda Guerra Mundial, en donde murieron aproximadamente 20 millones de rusos, el mundo se dividió en países del este y del oeste. La influencia de la Unión Soviética y de los Estados Unidos se hizo notar. Por un lado, el mundo occidental giraba alrededor de los Estados Unidos, por el otro la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas enarbolaba la bandera del socialismo.
Tales hechos históricos desataron una visceral lucha ideológica y así, la propaganda, la guerra de baja intensidad desembocó en lo que se dio en llamar, La Guerra Fría. La proximidad de los Estados Unidos y la hegemonía ejercida por éste, determinaron que en el continente americano se formara una imagen distorsionada de ese vasto país.
El control de los medios de comunicación y su importancia para el dominio y sometimiento sobre los países del llamado nuevo continente rindió sus frutos y maniqueamente se bosquejó una imagen del mundo, en el que surgieron los países del bien y del mal. El Departamento de Estado de los Estados Unidos fue el encargado de tal influencia, a partir de una campaña de alienación, que enturbió la apreciación que de Rusia y de sus habitantes se tuviera en este lado del mundo, sentimiento que aún perdura, pero que lejos está de lo que es la realidad.
El triunfo de los bolcheviques determinó una nueva forma de gobernar en el mundo, a partir del socialismo científico, modelo que Karl Marx había presagiado en su filosofía y su crítica al capitalismo que auguraba la esperanza de hacer realidad el surgimiento del nuevo hombre. Modelo económico de sociedad que no se consolidó por muchas razones y que teóricos como Adam Schaff, abundantemente han ilustrado; sin embargo, sirvió de modelo y ejemplo para las naciones oprimidas y sumergidas en la miseria, como un intento de cambiar su situación de la cual Guatemala no estuvo al margen.
Toda revolución, a pesar de traer consigo violencia y muerte, tiene algo de romanticismo. Ya que el que cree en un cambio, el que considera que no es justa la sociedad donde vive, el que vive pendiente del dolor ajeno, se apasiona y con mente, corazón y voluntad lucha por algo diferente, exalta su sensibilidad. Es por ello por lo que lucha enérgicamente, se entrega por alcanzar sus objetivos. Se esfuerza por lograr lo impensable, lo que considera, es el camino para forjar un mundo mejor, una sociedad más humana y justa.
No obstante, la imagen que han difundido de Rusia, ese país ha exportado cultura. Son muchos sus científicos, sus escritores, músicos, deportistas que, convertidos en embajadores de su idiosincrasia, su historia y sus hazañas, han mostrado las maravillas de esa gran nación para el mundo, dejando profunda huella más allá de sus fronteras.
Leyendo las obras de los grandes autores rusos, no encuentro por dónde comenzar, mi mente se retrotrae y en segundos me veo en la Rusia de siglos pasados, caminando por las calles de San Petersburgo y Moscú, en las mismas ciudades donde el amor prohibido de Anna Karenina le planteó a ella más de una tristeza y aflicción, determinando con ello su trágico final. Recorro las calles, avenidas donde su autor, León Tolstoi, en esa obra, con mucha elegancia, agudeza y realismo plasmó las peripecias de la sociedad zarista.
De inmediato me traslado a las angustias e incidencias de Rodión Románovich Raskólnikov vividas en San Petersburgo, en la novela Crimen y Castigo, de Fiódor Dostoyevski y me digo, quién no ha tenido aflicciones de ese tipo. La existencia humana gravita en una serie de estados, donde el estar angustiado constituye simplemente uno de ellos y con seguridad, más de alguna vez esa inquietud ha marcado nuestra existencia. Entre el dolor, la incertidumbre y el amor, oscila la existencia humana que se resume en miseria y bienestar.
Recuerdo que El origen de la vida, de Aleksandr Ivánovich Oparin, fue el primer libro que me hizo reafirmar la concepción del universo, las estrellas, del mundo, la naturaleza y los seres vivos. De la mano del científico ruso entendí cómo se dio el paso de las sustancias inorgánicas a las orgánicas y cuál es la diferencia entre el idealismo y el materialismo, la diferencia entre la realidad y la fantasía, entre verdad y engaño.
Lejos quedó el soplo divino, la creación y las concepciones teológicas que, aunque siguen pululando en mi entorno circunstancial, no han permeado en mi concepción del universo, del mundo y de la vida y, por lo mismo, no ha incidido en mi explicación racional sobre las cosas ni limitaron las ansias de saber que por siempre me han inquietado.
Dicen que uno busca las lecturas que reafirmen sus ideas, en mi caso éstas llegaron antes para formarme e indicarme cuál es el camino que considero correcto y diferenciar el mito de la ciencia. Han sido concepciones científicas y críticas, susceptibles de revisión y verificación, por lo que puedo estar tranquilo, ya que la búsqueda del saber no cesa nunca.
Ato en mi mente imágenes que confecciono con las lecturas de escritores y músicos rusos que me han deleitado a lo largo de mi vida, las uno a mis recientes vivencias del viaje que he realizado a ese país, me sitúo en San Petersburgo y Moscú y entre poesía, colores y danzas no sé dónde comienza la realidad y la ficción.
La poesía de Pushkin, la música cadenciosa de Tchaikovski, Borodin y Korsakov, lo complejo y por momentos, para mí surrealista, del controversial Ígor Stravinsky. Con esos recuerdos confeccioné imágenes de la Rusia que esperé ver y que, como figuras de un caleidoscopio, aparecieron ante mis ojos y oídos con toda una serie de imágenes y sonidos acompasados que pude corroborar a mi paso por esas dos ciudades entre historias y cotidianidades de ese país.
Paso a paso, desde muy temprano hasta el anochecer, mis pies divagaron por las amplias calles y avenidas de la ciudad natal de Modest Músorgski y Fiodor Dostoyevski. Y es que mi primer encuentro en mi visita a Rusia fue con la ciudad de San Petersburgo y sus cielos despejados de junio. Caminé por sus aceras y mi vista se deleitó con el colorido de sus flores y su especial aroma.
Con cada paso que di, con avidez busqué respuestas a mis inquietudes juveniles en su arquitectura, en sus muros, en su gente. Me imaginé los sucesos de la Revolución, las gestas de sus obreros y el contraste con la soberbia y opulencia zarista, el buque Aurora. Busqué reflejado en el presente los logros de lo ocurrido en el pasado y me cercioro que las reivindicaciones esenciales, logradas en tal gesta, no fueron conculcadas en la Rusia del presente.
Tras mi paso, observo los palacios de invierno y de verano de la familia real, que ahora son museos, los cuales muestran el opulento y ostentoso modo de vivir del otrora imperio de los zares. El Hermitage y sus impresionantes techos, sus bellas estatuas y fascinante decoración, resaltan la labor de los artesanos que lo construyeron. Y qué decir del palacio de Catalina, su deslumbrante lujo, sus jardines y sus fuentes, residencia de verano de los zares que sin duda contrastó con la pobreza en que vivían los rusos del pueblo.
Recorriendo la calle Nevski en San Petersburgo y la calle Novy Arbat de Moscú me encuentro con la Rusia actual, la que ha logrado consolidarse económica y socialmente, desafiando las agendas de occidente. Las dos ciudades elegantes y con mucha historia, en las que no alcanza el tiempo a cualquier visitante para descubrir sus maravillosos y misteriosos secretos. La impresionante plaza roja, el kremlin, el mausoleo de Lenin, son sitios imprescindibles por visitar y para meditar.
La Rusia de hoy, con Vladímir Putin a la cabeza, muestra todo su esplendor en la limpieza de sus calles y avenidas, en la seguridad y la tranquilidad con la que caminan sus habitantes, en la fortaleza de su economía lo cual denota que, no obstante hayan problemas de consolidación social, propios de toda sociedad que esté dispuesta a recomponer su tejido social, tal proyecto comienza con la protección de sus habitantes, de sus niños, jóvenes y ancianos.
El rescate a los valores humanos, sin distinción ni proteccionismos de ningún tipo, ya que sobre aspectos tales como color de piel, preferencias sexuales o diferencia de etnias, subyace lo humano. Lo común que nos une a todos los seres humanos es la búsqueda del bienestar, no obstante que para unos se logra desde la perspectiva del egoísmo y para otros, a través de la solidaridad.
La confianza en un líder determinó que esa gran nación de más de 144 millones habitantes, con poco más de 190 grupos étnicos y 100 idiomas, se concentrara en el fortalecimiento del factor humano y sus valores. Y en vez de exaltar las diferencias, buscaran las similitudes que prevalecen en lo humano, para mostrar al mundo su fortaleza.
La imagen gélida de la Rusia de invierno se desvaneció de mi mente con los cálidos días que pasé entre los cielos despejados de junio, en San Petersburgo y Moscú. En los cuales pude confirmar que no importa que vivamos a más de doce mil kilómetros de distancia, que nuestras etnias sean distintas, que hablemos diferentes idiomas, los humanos allá, aquí y en cualquier parte de este planeta, potencialmente somos humanos y con nuestros actos podemos reafirmarnos como tales.
Ahora puedo decir como el poeta Alexandr Pushkin, ya vague por las calles bulliciosas, ya penetre en el templo populoso, ya me rodeen alocados jóvenes, en mis ensueños sigo estando absorto. Absorto y sorprendido de la fascinante y misteriosa Rusia.
Presentación
Hay países que aún hoy, en pleno siglo XXI, ejercen fascinación y misterio. Uno de esos lugares lo constituye Rusia. Nación llena de historia que ha visto nacer a pintores, escritores y músicos, entre tantos otros artistas que han influenciado el desarrollo del arte y conmovido tanto a la humanidad con sus obras.
Desde esa admiración, el filósofo Jairo Alarcón Rodas nos presenta un texto evocando a la nación grande. La patria que se ofrece polivalente y compleja desde un occidente que se ha negado a reconocer sus virtudes. Más aún en Guatemala cuyos intelectuales ideologizados no han apreciado en su justa dimensión la riqueza de ese espacio geográfico.
En esa tónica, Alarcón afirma que… “no obstante, la imagen que han difundido de Rusia, ese país ha exportado cultura. Son muchos sus científicos, sus escritores, músicos, deportistas que, convertidos en embajadores de su idiosincrasia, su historia y sus hazañas, han mostrado las maravillas de esa gran nación para el mundo, dejando profunda huella más allá de sus fronteras”.
Con el texto del profesor de filosofía, ofrecemos las contribuciones de Miguel Flores y Santos Barrientos. Ambos reflexionan sobre el valor de la obra de arte y los mecanismos de su producción. En el caso de Flores, se refiere al trabajo de Luis González-Palma para subrayar su aporte, caracterización y trascendencia. Mientras que Santos Barrientos, cavila sobre el significado de la estética creativa.
Queremos invitarlo a la lectura de los demás textos donde no falta la producción literaria expresada en poesía o en cuento. Por último, le sugerimos un par de actividades artísticas que deberá agendar para enriquecer no sólo su acervo cultural, sino para el disfrute y gozo de sus exigencias estéticas. Un saludo caluroso. Hasta la próxima.