Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras
Las grandes transformaciones mecánicas del siglo XX, producto de la Revolución Industrial, generaron también cambios en el mundo artístico. Uno de ellos fue lo que Walter Benjamin denominó la pérdida del aura de la obra de arte. Esto dio pie a una metamorfosis de obras “áuricas”, con valor de culto, y de uso personal e íntimo, a otras que denominó profanas, ellas también únicas y singulares, pero con la característica de que podían repetirse y reactualizarse.
La fotografía nace con la vocación de reproductividad, (sumándose a otras técnicas como el grabado, el aguafuerte o la litografía), en su inicio posee un aura de culto, he ahí que las primeras fueron retratos de personas vivas o muertas o lejanas que se consumían en la intimidad. La fotografía de paisajes urbanos permitió dar a estas imágenes un valor de exhibición, para verse y compartirse (aquí el factor de reproductividad entra en juego), los usos que se dieron a la fotografía en la publicidad o la información crearon cierta banalidad, pero siempre han existido artistas que han visto en ella una posibilidad de una experiencia estética.
En 1947 Edwin H. Land, fundador de Polaroid anuncia el 21 de febrero ante la Optical Society of America, su invención del proceso de imagen instantánea, el primer proceso en seco de un solo paso para producir fotografías terminadas en un minuto después de captar la imagen. Polaroid al igual que Kodak creó legiones de seguidores. Por su formato y características propias es necesaria la destreza del fotógrafo para crear imágenes trascendentes. Las fotos Polaroid tienen su propio lenguaje visual. Aunque se vaticinó su declive ante la imagen digital, Polaroid se reinventó, y los fotógrafos vieron nuevas posibilidades creativas, entre ellas los transfers, una técnica que consiste en separar la emulsión fotográfica y transferirla a otra superficie. Por simple que parezca, esta acción se convierte en un hecho poético el instante de sostener por momentos la imagen sobre la emulsión sin soporte.
La exhibición Revisiones II que presentó la Galería Sol del Río fue el escenario idóneo para apreciar una serie de Polaroids y de transfers, realizados por Isabel Herrera, quien además en algunos casos las manipula en forma digital. El resultado fue una serie de imágenes que invitan a la reflexión, al cuestionamiento de los momentos simples de la vida, ver una flor desde el suelo, una caminata en la playa, o las piernas de alguien en una piscina.
Esta serie de imágenes rotas y descoloridas encierran un contenido íntimo de una historia pasada. Lo evidente en Herrera es su mirada a lo simple, que transforma en compleja por la técnica empleada, cuyo resultado final, deviene en una nueva mirada a lo cercano, como ocurre con su serie de agapantos a cielo abierto, un eco metafórico de palmeras.
En otras piezas la dificultad del manejo de la emulsión portadora de la imagen, el resultado pareciera accidental, pero en realidad es la evidencia de lo diáfano de este tipo de imágenes. Otras piezas aluden a segmentos de paisajes que persisten en la memoria. Las obras de Herrera resultan enigmáticas y permiten restituir esa aura perdida del arte.
El transfer es único y solo reproducible a través de medios digitales. ¿No estará Herrera restituyendo algo del valor áurico a la fotografía? Pues el momento de tener la imagen en las manos es trascendente, un acto casi sagrado, así como el tamaño de la obra que invita a la observación en la intimidad.