Se publican estos poemas en homenaje a Carmen Jodra Davó, recientemente fallecida (Madrid, 27 de agosto de 1980-Ibidem, 24 de julio de 2019).
Fatiga
Hay demasiadas cosas
de las que preocuparse,
siempre distintas, siempre imprescindibles,
y nunca se termina,
y apenas se respira… Y además
está el muchacho que jamás nos mira,
la chica que no sabe que la amamos
Y Platón predicando represiones…
Y a esto le llaman vida…
Cuando una tiene sangre de ramera…
Cuando una tiene sangre de ramera,
brutal desprecio hacia la mayoría,
tendencia a decir no a todo consejo
e inclinación al mal por el mal mismo,
no podría ser casta aunque quisiera,
integrarse en la masa no podría,
y sin conseguir nada se hará viejo
quien intente apartarla del abismo.
Pero además ocurre
que ella no pondrá nada de su parte.
Ya tiene, y hace, y es, lo que prefiere;
pensar siquiera en la virtud aburre
a quien ha hecho del vicio todo un arte,
y ni encuentra salida, ni la quiere
La soledad, no el ocio como dicen…
La soledad, no el ocio como dicen,
es la madre del vicio.
Yo, para descender el precipicio,
aguardé hasta que nadie me mirara.
Al dejar que mis manos se deslicen
por la pared de roca,
cuido siempre que no haya ojo ni boca
que hable de mí ni pueda ver mi cara.
Lo que entonces no hice
fue sospechar que acaso,
invisible, miraba y sonreía
el Mismo que hoy se dice:
«Ya dado el primer paso,
esta pobre muchacha será mía».
Me pregunto si es cosa de la edad…
Me pregunto si es cosa de la edad
o fruto de una mente depravada;
en uno u otro caso, jamás nada
puede apartarme de mi única idea.
Cada cosa que miro se recrea;
la inocencia del mundo, transformada,
me estremece; la carne delicada
se pudre con extraña enfermedad.
Suena un violín, y yo escucho un gemido;
miro andar a mi gato, y sólo veo
el movimiento firme y repetido;
oigo al viento soplar, y oigo un jadeo.
y un mundo diferente, enfebrecido,
agita con su vista mi deseo.