Jesús. Salud.

¡Tantas veces he conversado contigo1, Erasmo, nuestra gloria y nuestra esperanza, y tú conmigo, y aún no nos conocemos! ¿No resulta extraño? No, no es extraño, sino la tarea de todos los días. ¿Quién hay cuyas reconditeces más profundas no ocupe Erasmo, al que Erasmo no enseñe, en el que no reine Erasmo? Me refiero, claro está, a quienes aman debidamente a las letras. Me agrada sobremanera que entre otros regalos de Cristo pueda enumerarse también el que a muchos resultes molesto; precisamente en eso me apoyo para discernir los dones del Dios clemente de los del Dios airado. Te felicito, porque al mismo tiempo que resultas tan grato a todos los buenos, desagradas no menos a quienes anhelan ser los únicos supremos y los más gratos.
Pero, necio de mí, que con las manos sin lavar y sin el prefacio de reverencia y honor me dirijo a ti, varón de categoría tal, como un desconocido se dirige a otro desconocido. Tu humanidad sabrá achacarlo a mi amistad o a mi impericia, ya que, habiendo transcurrido mi existencia entre los sofistas, ni siquiera aprendí la forma de saludar por carta a un varón erudito. De otro modo ¡con cuántas cartas te hubiera cansado ha largos tiempos, sin poder sufrir que me estuvieses hablando perpetuamente en la soledad de mi celda!

Pero cuando a través del óptimo Fabricio Capitón2 me enteré de que, gracias a aquella bagatela de las indulgencias, mi nombre había llegado a tu noticia, y que no sólo habías leído sino también aceptado mis insignificantes dichos en el prólogo a la edición postrera de tu Enchiridion3, sentí la obligación, aunque fuese por esta barbarísima carta, de reconocer tu espíritu egregio, filón que enriquece al mío y al de todos. Aunque soy consciente de lo poco que significará para ti que por carta me confiese devoto y agradecido (a ti, a quien le sobra con que tu ánimo hierva en el oculto agradecimiento y amor de Dios, como a nosotros nos basta, a pesar de que no nos conozcas, con poseer tus sentimientos y tus obras en los libros sin necesidad de cartas ni de conversaciones personales), sin embargo ni el pudor ni la conciencia sufren que no manifieste mi agradecimiento por escrito, y más desde que mi nombre comenzó a salir de la oscuridad, para que a nadie se le ocurra interpretar el silencio como algo malintencionado y pésimo.

Por tanto, Erasmo mío, varón amable, si te parece reconoce a este menor hermano en Cristo, devotísimo y aficionadísimo tuyo, aunque por su ignorancia no merezca otra cosa que yacer enterrado en un rincón, desconocido hasta para el sol y el cielo de todos, que es lo que siempre deseé; no por desidia, sino porque era consciente de mi limitado ajuar. Pero no me explico qué hado torció las cosas, de modo que me veo forzado a padecer con gran vergüenza que mis ignominias y mi desafortunada ignorancia se vean agitadas y ajetreadas incluso ante los doctos.

Bien está Felipe Melanchthon; apenas si podemos conseguir entre todos que no exponga su salud en aras de su excesiva pasión por las letras. El ardor de su edad le quema en deseos de hacer todo al mismo tiempo. Buen servicio prestarías si le advirtieras por carta que se guarde por amor a nosotros y a las buenas letras; nada mejor podríamos prometernos que la salvación de esta cabeza4.

Te saluda Andrés Karlstadt que en ti venera del todo a Cristo. Que el mismo Jesús te guarde siempre, óptimo Erasmo, amén. Verboso he resultado, pero estarás de acuerdo en que no te conviene leer siempre cartas eruditas y que, de vez en cuando, “con los enfermos has de enfermar”5.

Wittenberg, día quinto de las calendas de abril, 1519.

1 1. WA Br 1, 361-363. Lutero se dirige a Erasmo con humildad estratégica y forzada. Es evidente su intencionalidad.
2 Capitón le comunicó a Lutero por carta (WA Br 1, 197) la admiración de Erasmo. Wolfgang Fabricio Capitón (1478-1541), en 1519 todavía en las filas católicas, fue después uno de los reformadores de Strasburgo, de talante conciliador.
3 En la edición de 1518 Erasmo puso un prólogo con puntos de convergencia con ideas de las 95 tesis de Lutero.
4 Así lo hizo Erasmo al mes siguiente, en carta dirigida a Melanchthon (Opus epistolarum, 3, 540).
5 1 Cor 9, 12.

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