Por MARCO UGARTE
CIUDAD DE MÉXICO
Agencia (AP)
Lalo Aguayo, conocido como Daruma, todavía recuerda cómo le impactó el brazo verde de su tío que acababa de salir del reclusorio. Tenía 13 años y le preguntó a su madre por qué lo tenía así. “Mi mamá me dijo que tenía una enfermedad en la piel”. Pronto averiguó que eran tatuajes que se veían verdes porque las tintas no eran como las de ahora.
No sólo las tintas y las técnicas han cambiado en las últimas décadas, también la forma de entender los tatuajes, entonces símbolos de una clase social baja vinculada con las pandillas o la violencia que estigmatizaba a quien los llevaba y que hoy son vistos como una forma de arte.
Publicista, pintor y muralista, Aguayo lleva pocos años como tatuador. Lo animó un amigo que vio sus dibujos y le enseñó a utilizar y calibrar las máquinas. Su cuerpo es todo un catálogo con más de 40 dibujos, el primero hecho cuando tenía 13 años al ver el brazo de su tío.
Daruma trabaja con media docena de artistas en el segundo piso de un edificio antiguo del centro histórico de la Ciudad de México, donde el zumbido de las máquinas llenas de tinta se mezcla con la música rock y los comentarios de quienes, tumbados en las posiciones más extrañas, quieren convertir su cuerpo en un escaparate de aquello que los representa o que no quieren olvidar.
En este local de paredes de colores, lámparas, camillas y pinturas por doquier, lo mismo se puede dibujar toda una espalada que partir en dos una lengua.
Ariel Guzmán, conocido por todos como Fakundo, es uno de sus compañeros. Con el 75% de su cuerpo tatuado es experto en perforaciones y modificaciones corporales como partir lenguas y convertirlas en músculos bífidos y verdes como la suya.
“Hace años sí te miraban mal”, dijo el hombre de 42 años. Ahora cree que las cosas han cambiado y muestra con orgullo no sólo su lengua sino su nariz y orejas perforadas y los ojos pigmentados que le dan un estilo totalmente personal. “No es problema para ver”, aclaró ante una pregunta muchas veces repetida.
Para Fakundo la clave del éxito del local en el que trabajan media docena de artistas son la higiene, el buen resultado y que los mexicanos ya no tienen tantos prejuicios al ver a alguien con tatuajes.
“Duele mucho pero vale la pena”, comentó Laura Reyes, una estudiante de danza polinesia, mientras dejaba que le dibujen en la pierna una flor asiática, el hibisco. “Llevar un tatuaje para mí es como cargar un cuadro y llevarlo a todos lados, es arte”, dijo.